Obsesionados con el país del norte, ignoramos de manera recurrente a nuestros otros vecinos, los del istmo centroamericano. Puente delgado entre océanos y embudo de todo tipo de flujos entre los extremos norte y sur del continente, el istmo es un complejo mosaico de realidades que México no puede ignorar por su proximidad geográfica y social. Siete países, diez fronteras políticas y 35 millones de personas asentadas en un territorio de 533 mil kilómetros cuadrados conforman esta región multicultural en la que conviven grupos indígenas, afrocaribeños, mestizos y blancos, enmedio de grandes fracturas y brechas socioeconómicas y territoriales que han sido comentadas de manera fehaciente y exhaustiva en un voluminoso informe auspiciado por el programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y la Unión Europea(1).
Según los autores del informe --un grupo amplio especialistas centroamericanos, todos ellos reconocidos por su independencia y sus calidades técnicas, científicas y académicas--, los logros económicos y políticos de la última década en Centroamérica todavía son precarios, en tanto que los saldos sociales de la inestabilidad regional de la década de los años ochenta y las reformas estructurales de los noventa son abiertamente negativos. Su conclusión es que, en el terreno del desarrollo humano sostenible, Centroamérica está desgarrada por una serie de fracturas regionales.
Si se considera a la región como un todo y se estima el índice de desarrollo humano (IDH) aplicado por el PNUD en sus estudios comparativos de 174 países en el mundo, el istmo centroamericano ocuparía el lugar 107. Este promedio regional, sin embargo, esconde diferencias nacionales, cuyas dimensiones rinden cuentas del tamaño de las fracturas sociales existentes. La brecha entre los países centroamericanos con el mejor IDH (Costa Rica) y el peor (Nicaragua) es de 94 puestos. Es una diferencia similar a la que existe entre Portugal y Costa de Marfil. Esta fractura, a su vez, se reproduce en el interior de cada país, siendo las zonas fronterizas y rurales las que presentan en cada caso nacional los IDH más bajos.
A las precarias condiciones de progreso que manifiesta el IDH, se añade otro grupo de fracturas que se relaciona con la persistencia y ampliación de las brechas de equidad entre los grupos sociales de la región. La riqueza y el ingreso siguen fuertemente concentrados, y la décima parte de la población activa urbana se encuentra en situación de abierto desempleo, al tiempo que cuatro de cada diez centroamericanos que encontraron trabajo en la presente década lo hicieron en el sector informal (que está estrechamente vinculado con la pobreza y la debilidad fiscal de los gobiernos). La tasa de mortalidad infantil sigue siendo muy alta (38 por cada mil nacidos vivos), una cuarta parte de los niños padecen desnutrición crónica y uno de cada tres centroamericanos mayores de 15 años es analfabeto (con porcentajes mayores al promedio en Guatemala y Nicaragua). Este panorama se torna más desalentador cuando se toman en cuenta las considerables desigualdades que el informe consigna en cuanto a vivienda y servicios básicos, o las variadas formas de discriminación --igualmente documentadas-- que sufren la población femenina y los pueblos indígenas (80 por ciento de los cuales están en Guatemala).
El estudio señala, por último, que estas desarticulaciones ocurren en un cuadro de fracturas territoriales. Las más importantes, entre ellas, son tal vez el uso desordenado de los suelos en los medios rural y urbano, así como la adopción y generalización de todo tipo de prácticas depredadoras del medio natural. Ambos factores llevaron ya a la sociedad centroamericana a una situación de extrema vulnerabilidad frente a los fenómenos naturales, que se manifiesta en la magnificación de los efectos destructivos de estos últimos (como sucede ahora mismo, cuando una temporada de intensas lluvias es capaz de producir una extendida estela de desastres humanos, económicos y materiales).
Centroamérica no es un mundo aparte para México, y sus problemas no son ajenos para nosotros. Nuestros estados septentrionales pueden mirar en ese espejo una proyección de sus propias circunstancias de marginación, brechas sociales que no se reducen, fracturas territoriales, destrucción de recursos naturales no renovables, y un umbral de resistencia ante las fuerzas de la naturaleza que lejos de fortalecerse, acumula, a cada vuelta del tiempo, fragilidades y tragedias.
(1)Estado de la Región en desarrollo sostenible, San José, PNUD y UE, primera edición, 1999, 464 páginas.