DESDE SIEMPRE, RUSIA SE HA planteado una pregunta fundamental: ¿quién pierde a Rusia? Tan pronto como un ruso se hace esa pregunta, mira a su alrededor, siempre y cuando no sea universitario. Pero si es doblemente ruso, es decir, hombre y escritor ruso, no mira a los lados, sino, habiendo planteado la pregunta, fija su mirada en el mantel manchado de vino, como si buscase la contestación a este enigma secular.
Bajo el reino de San Vladimir, quien fue el primero en recibir el bautismo, el rus, pagano, estaba a punto de convertirse al Islam. La santa Rusia hubiera visto entonces levantarse mezquitas rusas, de madera. Ivan Ivanovich hubiera usado el turbante y Natasha Ivanovna el velo, y nadie se plantearía la pregunta fatal que vuelve hoy, con la guerra de Chechenia. Pero a última hora, a pesar de la opinión de la mayoría de la nobleza, Vladimir no mandó su embajada a Jorezm, sino a Bizancio. Así nació el cristianismo ruso ortodoxo, en lugar del Islam ruso.
Sin embargo, hay un Islam en Rusia, desde la expansión del siglo XVI, y una gran mezquita en San Petersburgo. Los últimos musulmanes incorporados al imperio fueron los pueblos del Cáucaso septentrional, entre los que se encuentran los chechén, conversos tardíos del siglo XVIII. Hay casi 20 millones de musulmanes entre los 150 millones de ciudadanos de la Federación de Rusia. Los chechén (quizá no todos) son los únicos que quieren absolutamente su independencia. ¿Se podrá decir que es el chechén quien, hoy, pierde a Rusia? ¿Y que, por lo tanto, hay que pegarle duro? Es lo que parece creer la cúpula política y militar.
Según los sondeos, dos terceras partes de los moscovitas aprobarían la expulsión de los chechén de Moscú y 60 por ciento de los rusos aprueba la ofensiva militar. Incluso, 6 por ciento ¡está dispuesto a darse de alta!
¿Qué quiere Moscú? V. Putin ha dicho que la meta es doble: controlar el norte de Chechenia hasta el río Terek (este distrito cosaco perteneció a la república rusa hasta 1957) y quizá más allá; perseguir y destruir a los ``terroristas'' y sus bases. ¿Y no quiere nada más? Unos malpensados dicen que el chechn Basayev es un agente provocador del Kremlin, que permitió lanzar una nueva guerra contra Chechenia. ¿Y para qué? Los malpensados se dividen; unos dicen que para proclamar el estado de emergencia y evitar las elecciones; otros, que para borrar la derrota de 1996 y reconquistar a Chechenia; otros, que para llevar al Kremlin al actual primer ministro Putin, cuya popularidad subió de 1 a 15 por ciento en 40 días. Si les gusta la teoría del complot, ahí les va otra: ¿qué casualidad que los ``islamistas'' se hayan reactivado de repente desde Afganistán hasta Daguestán, pasando por el hasta ahora tranquilo Kirguiztán? La explicación es sencilla: las compañías petroleras anglosajonas quieren sacar a Rusia del ``gran juego'' de los hidrocarburos de Asia Central y del Mar Caspio.
Por lo pronto, 130 mil refugiados maldicen al ejército ruso, a Shamil Basayev y al manco Jattab. En la primera guerra no hubo ningún éxodo y parece que la resistencia fue popular. ¿Cómo saber lo que quiere la mayoría de la población chechén? Esos refugiados van a Rusia. En Rusia hay una pacífica y numerosa diáspora chechén (¿la mitad de la nación?) que no piensa dejar a la Federación.
Son muchas preguntas sin contestación. Y sigue de pie la pregunta mayor: ¿quién pierde a Rusia? Igual que en la primera guerra de Chechenia, Yeltsin se encuentra en el hospital. Otra pregunta.