n En la Sierra Norte de Puebla, Zedillo ordenó reforzar el abasto a albergues
Miles de indígenas no volverán a sus comunidades: desaparecieron
n Pidió dejar a un lado las diferencias políticas y dar respuesta a las necesidades de la gente
Rosa Elvira Vargas, enviada, Yaonáhuac, Pue., 14 de octubre n Las lluvias llevaron al límite la miseria secular de los indios nahuas de la Sierra Norte de Puebla. Muchos de sus pueblos, sus caseríos o sus pequeños ranchos hoy ya no existen. Y no volverán a existir. Aquellos sobrevivientes que tras largas jornadas llegaron hasta aquí, apenas pueden expresar su drama, pero tienen una certeza: ya no podrán volver, ya no están sus familias, no hay techo que los cubra ni milpa o cafetal que les den siquiera para medio vivir.
El presidente Ernesto Zedillo, al visitar por primera vez esta zona, luego de los torrenciales aguaceros, ordenó reforzar el abasto a los albergues, pues ahorita, dijo, es momento de apoyar a la gente y no de ponernos "a contar chiles".
Con autoridades municipales perredistas que abrieron cuatro albergues para recibir a damnificados de Atotocoyan, Hueyapa, Tetepan, Ocotepec, Texoaco y otros poblados, el mandatario resaltó que estos no son días "para empezarnos a pelear o dividir por municipios, colonias o por comunidades. Aquí no importa si el Presidente de la República es de un partido, si el gobernador es de otro, o el presidente municipal de algún otro. Aquí no hay partidos; los partidos son para las elecciones, para competir. Hay tiempos de política pero ahorita aquí no hay política, hay servicio a la gente, hay problemas que deben tener una respuesta por parte del gobierno".
Siete años sin servicios
El recorrido presidencial incluyó además de Yaonáhuac, Tlatlauquitepec, Cuetzalan y Huauchinango. La región tiene 800 kilómetros de caminos dañados y en las poblaciones es patente la destrucción que causaron las lluvias: cerros degajados, viviendas arrasadas y la interrupción de servicios esenciales de agua, energía eléctrica y teléfono. Pero no se trata sólo de consecuencias del temporal, muchos son rezagos de siempre.
-Se está trabajando para recuperar el agua y la luz -dice Zedillo a una mujer en Cuetzalan.
-Ya tiene como siete años que no tenemos esos servicios -responde aquella.
-šAh!, no es que haya sido por el problema -se asombra el mandatario y provoca la nerviosa intervención del presidente municipal: "No, no, no. Están programados."
-šEstamos olvidados! -le encara la señora.
Pero la angustia es tal por la incomunicación, que el grito unánime de los damnificados en el albergue de Cuetzalan no es otro que "šcarretera, carretera!".
Y lo demuestra también que en los tramos rotos que visitó Zedillo se puede ver a hombres que se abren paso entre el lodo cargando sobre la espalda pesados costales con víveres que luego de muchas horas de camino entregarán en sus pueblos y serán insuficientes.
"Nosotros le pedimos de corazón -urge una señora- un helicóptero para que vaya a dejar cosas hasta La Gardenia, a La Aurora, porque la gente viene pero no se puede llevar mucho porque es muy largo el camino; lo único que se puede llevar son diez kilos de maíz y otras bolsitas de abastecimiento."
De hecho, en un tramo de la carretera que se hundió, de casi 80 metros, en las afueras de Cuetzalan, se comenta que en los 32 kilómetros que hay de ese poblado a Zacapoaxtla hay 35 interrupciones, entre deslaves, hundimientos y rupturas. A lo cual, dicen los trabajadores sin suspender su faena, hay que sumar que todos los caminos rurales están inservibles.
Es ese, pues, el drama de la incomunicación en muchas comunidades. Incluso hay lugares como Acaxiloco, un pequeño caserío cercano a Cuetzalan, donde las viviendas están en pie; ahí sigue su gente, pero no tiene qué comer. "Tengo nueve hijos; mi marido ganaba 30 pesos chapeando, pero como el café se perdió no tenemos trabajo; los niños no van a la escuela. Todos los días vengo aquí a ver si me dan algo para llevarles y siempre me dicen 'vienes mañana, habrá despensas', y no me dan nada'', dice Francisca Petra Nava, de 36 años de edad.
A cada paso, en las calles y en los refugios, el drama de la pobreza de siempre y ahora de la desolación y el hambre, quedan en los testimonios. Al paso del mandatario, más que voces se escuchan ruegos: "señor Presidente, quiero que me ayude; no sé dónde está mi familia"; "queremos alimentos"; "necesitamos ropa". Una mujer de Atotocoyan dice llorando: "no sé si ya sepa que todo quedó destruido. Hacen falta colchonetas, cobijas; estamos viviendo, por lo pronto, con lo que Dios nos ayuda".
No saber qué será de ellos pasada la emergencia y el tiempo que puedan durar en los albergues, desespera y casi hace implorar a hombres, mujeres y niños que encaran a Zedillo. "No queremos casa, señor Presidente, lo único que queremos es un terreno donde ya no corramos peligro. A usted, como papá grande que es, se lo pedimos. Yo se lo pido en nombre de toda mi colonia", llora una mestiza. Y junto a ese clamor, se escucha insistente otro ruego: trabajo. "Se perdieron los cafetales, no tenemos dónde sembrar".
Como en otras zonas aledañas, los aguaceros se ensañaron con los más necesitados. Un hombre se acerca para referir que en la colonia Constitución, "casi todas las casas quedaron destrozadas totalmente; de otras sólo se ven algunos palos y las menos sacaron profundas grietas. Es la colonia de todo Huauchinango donde vive la gente más pobre, por eso es que estábamos allá".
El Presidente les responde -como en todos los casos ante similar petición- que deben anotarse en las mesas de atención social para que se les otorgue ayuda para sus viviendas.
Pero también insiste: "a cada familia, una respuesta. No me hagan grupitos y que luego un representante vaya a quererles cobrar dinero. Nada. Familia por familia para que nadie vaya a quererse aprovechar de ustedes y salga por ahí un lidercito...".
En medio de aquellas historias la gente acusa discriminación, acaparamiento de la ayuda. Emanan las inevitables diferencias políticas por la procedencia de las autoridades municipales. En Huauchinango, un hombre denuncia frontal: "Antorcha Campesina está quedándose con todo en Tlaola, y no dan nada a la gente". Ese grupo al que se acusa de tener elementos paramilitares, es históricamente fuerte en esa región.
Una maestra tercia: "dé instrucciones para que toda la gente que anda en campaña y candidaturas, no lucre con nuestra desgracia".
Zedillo la interrumpe: "Es lo que yo digo; por eso vengo aquí a decirles que no me hagan política de ningún tipo."
Arremolinados, los ocupantes de los albergues se empujan, se atropellan, incluso corren el riesgo de lastimarse al igual que sus pequeños hijos. Su urgencia de acercarse a Zedillo es para contarle su historia y preguntarle dónde vivirán ahora y qué será de sus vástagos sin ropa, sin escuelas, sin casa.
El aislamiento de esta agreste región agudiza todas las calamidades. No hay suficiente para darle de comer a toda la gente que trabajosamente llegó hasta aquí luego de largas jornadas de camino.
Siempre necesitaron mucho y hoy todo les urge. Los cortes de la carpeta asfáltica, los derrumbes y deslaves en las carreteras y su dificultosa reparación (que se ofreció quedarán resueltos en lo fundamental a más tardar el domingo), hacen más complicada la posibilidad de siquiera empezar con los caminos rurales. El propio Ejército admite que en esta región aún hay 54 comunidades aisladas.
Sin embargo, los nombres de decenas de poblados se informan a cada paso y con cada persona que se entrevista Zedillo como parte del saldo de la destrucción.
Aquí, ante la muy menguada ayuda institucional tanto federal como del gobierno poblano, los maestros indígenas han tomado en muchos casos la iniciativa para organizar la reconstrucción, gestionar el acopio de víveres, ayudar a los soldados en las cocinas comunitarias e incluso darse tiempo para seguir dando sus lecciones, "aunque sea a la intemperie, para distraerlos".
Y son ellos los primeros en alertar que muchas comunidades se perdieron para siempre, pues "ya nadie quiere regresar, ante el peligro que representan las zonas donde se asentaban", dice la profesora Guadalupe Roano Carreón.
La directora de la escuela que opera como cobijo, dice al Presidente: "estamos preocupados por los maestros que estaban laborando en la zona de Cocostepec, Atotocoya, Angel y otros, ya que los pobladores están aquí albergados. Queremos que esos maestros sean reubicados en el centro de trabajo donde quedó la población. Nuestra gente es indígena y queremos que se nos respete. En este momento siento que la educación indígena está aquí y le pedimos que aquí se nos reubique".
Zedillo acepta la oferta; agradece su ayuda y pide que ellos aporten información y sus puntos de vista sobre la situación que aquí se vive. "Si yo les mando un burócrata desde México a que averigüe de eso, pues no. Necesitamos que la información de las maestras sea la que alimente nuestro proceso de toma de decisiones", solicita.
De acuerdo con la Secretaría de Educación Pública, en los cuatro municipios visitados, operan 576 escuelas; 43 están dañadas y 14 funcionan como albergues, y hay 40 mil 558 alumnos sin clases regulares.
Ante la abrumante necesidad, Zedillo reitera que la principal dificultad es el traslado de la ayuda, tanto por las condiciones climatológicas adversas que dificultan el vuelo de helicópteros, como por lo intransitable de los caminos. "Se necesita más apoyo -responde. Ahorita yo personalmente voy a ver cómo, pero les mandamos más apoyo. Primero quiero que coman y que tomen agua limpia".
Ordena se acerquen más víveres a Cuetzalan. "Hay que meterle velocidad, porque éste es el problema que tenemos acá abajo, que la gente está desesperada, porque es mucha. Pero no nada más es la gente de ahí, sino es la que está llegando de todas las comunidades, de abajo, de los pueblos, y este problema creo que nos va a crecer en los próximos días, porque se les va a ir acabando cualquier abasto".
Hubo muchas quejas por los servicios de salud: desde el IMSS, que no atendía a familias completas, hasta la petición en corto al gobernador Melquiades Morales, de un responsable de la atención médica, porque "el alcalde de Huauchinango está atorando lo de la salud".
Casi al terminar el recorrido, Zedillo se entera de un drama estrujante: una anciana de 91 años fue arrastrada por el agua. "Yo lo que quiero es que me rescaten su cuerpo, es lo que yo pido", dice, inconsolable, su hija.