Bernardo Barranco
A Pinochet, el tirano católico
PINOCHET HA SIDO abandonado por Dios. En el golpe de 1973, Pinochet hace propio el mesianismo del almirante Merino y proclama la salvación del mundo occidental y cristiano. Encuentra en la Iglesia a su mayor opositora, y al Vaticano como uno de sus mejores aliados. La extradición permitida por la justicia inglesa para que Augusto Pinochet sea juzgado por violación a los derechos humanos en España, ahonda una herida entre los chilenos aún no cicatrizada.
Si hace un año una gran mayoría de la población expresaba su indignación por la detención del ex dictador en Europa, hoy muchos sectores van tomando paulatinamente distancia y algunos otros, francamente evitan identificarse con el ex dictador octagenario.
Los militares y sectores pinochetistas tienen mayores dificultades para encontrar sacerdotes que oficien misas a favor del dictador en desgracia; esto indica la actitud de distancia que la Iglesia católica chilena ha mantenido desde el golpe; y no es para menos, pues desde la época del cardenal Silva Enríquez, fallecido recientemente, la Iglesia católica se ganó a pulso el peso moral y, sin duda, es la estructura que permitirá a los chilenos dialogar y reconciliarse en un clima de paz y de libertad.
Las fuerzas armadas chilenas tradicionalmente han sido muy católicas y marianas. Su patrona es la Virgen del Carmen. El golpe militar, además de sus intereses económicos y de poder y del componente geopolítico, tuvo también una dimensión religiosa; detrás del golpe y de la defensa de la occidentalidad cristiana, los militares desarro-llan una absurda actitud mesiánica, salvacionista; en otras palabras, recrean la ideología de las Cruzadas, esto es, la imposición de una cultura y visión del mundo por la fuerza de las armas.
Frente a esta actitud, la Iglesia católica chilena no sólo toma distancia, sino que descalifica a los militares supuestamente redentores. A Augusto Pinochet se le mira con desconfianza. Sin embargo, será en los años 70, que el nuncio Angelo Sodano, presente en Santiago de Chile por casi una década ųuna especie de Girolamo Prigione chilenoų, desarrolla una profunda e íntima amistad con el dictador Augusto Pinochet. La relación entre la Iglesia y la dictadura se enrarece, una relación fraterna con el nuncio y el Vaticano, por una parte, y tensiones y reproches con los obispos locales, por la otra. Hoy, ese nuncio es, ni más ni menos, que el secretario de Estado del Vaticano, es decir, 20 años después, Angelo Sodano es el número dos de la Santa Sede.
De ahí que el lector pueda recordar por qué el Vaticano se apresuró a solicitar la li-beración de Pinochet el 25 de noviembre de 1998, siendo profundamente criticado por dar aval moral a uno de los dictadores más sanguinarios de la segunda mitad del siglo XX. Algo parecido aconteció durante la visita del Papa a Chile en 1987. Se criticó al pontífice por darle la comunión pero, como en Cuba, tuvo la libertad de pronunciar mensajes duros.
En Chile, sectores católicos conservadores continúan viendo en él al salvador. Entre éstos, se encuentran numerosos católicos que pertenecen al Opus Dei y a los Legionarios de Cristo; sin embargo, también éstos toman, cautelosamente, su distancia.
Está por escribirse, con mayor profundidad, la relación que han guardado los dictadores latinoamericanos con las iglesias. En Argentina los obispos tienen una deuda muy alta con la sociedad, mientras que en Brasil, Paraguay y Bolivia, los obispos en los años de mayor represión, supieron ser portavoces de una población reprimida. *