n Obra de Jerome Thomas en el Teatro Cervantes
Hic Hoc, metáfora que asume a la niñez como una pelota blanca
n Circo no es, porque los trucos se descubren y ése es el otro artificio
Renato Ravelo, enviado, Guanajuato, Gto., 15 de octubre n La Compañía de Jerome Thomas juega en el escenario con la vista, en un malabarismo con algo poético que deja una sensación y un aroma que resulta beneficioso, evocador de niñez.
Circo no es, porque los trucos se descubren y ése es el otro artificio. Hacer volar bolas es el comienzo del espectáculo. Y la pequeña pelota será una constante, una referencia, el equivalente al personaje principal durante el desarrollo de Hic Hoc, el nombre del espectáculo que se desarrolla en el Teatro Cervantes.
Thomas es de formación malabarista y cabaretera. Así lo hace saber en el primer cuadro de su obra: un grupo de ilusionistas del equilibrio mueve por los aires unas bolas. El toque clown lo da uno que sólo equilibra una pelota blanca y en su cara tiene el gesto del Flaco, de Hardy, como de circunstancia.
En el siguiente movimiento, de este concierto de ilusiones, se desarrolla un espejismo con unas cuerdas que hacen girar unas bolas por el escenario. Figuras vistosas, apariencias de movimientos que se logran a partir del simple acto de mover desde el piso, a distintas velocidades y ritmos, una cuerda que cuelga del techo.
Encuentro fugaz
Hic es esa parte. Tiene un intermedio que es llenado por otro malabarista que utiliza unas bolsas, de las más comunes y corrientes, para hacerlas volar y convertirlas en motivo fino de expectación.
Hoc, la otra parte, es una melancólica evocación a la ternura andrógina de un hombre que quiere ser bailarina, aunque tenga que usar aletas de buceo, no obstante que en sus malabares, sentado con las piernas abiertas, deje ver sus prendas íntimas.
También es la imagen de un pianista que es acordeonista, que acompaña y da centro a la bailarina que malabarea y mueve sus brazos en actitud de volar. Dice el autor que es un acercamiento ''a nuestra debilidad; apoyando la punta de nuestros dedos sobre nuestra pobreza, restregándonos contra el vacío, escuchando el silencio, se establece un encuentro fugaz con la realidad".
En la propuesta de Jerome Thomas, en la cual se evoca esa fugacidad descrita, sobrevive la imagen de esa lentitud necesaria en la niñez, esa minuciosidad aplicada por ejemplo a lanzar una pluma hacia el aire, esperar su pausada caída y, con entusiasmo, volverla a lanzar. La metáfora de la niñez como una pelota blanca, que no puede resignarse a rodar.