La Jornada domingo 17 de octubre de 1999

Guillermo Almeyra
Las emergencias

Si en algunos países uno atropella con el coche una persona y la deja tirada en la calle o pasa junto a un herido o persona en grave necesidad y no lo socorre, incurre en el delito de "omisión de socorro" pues, se supone, hay una responsabilidad colectiva y la solidaridad forma parte del deber ciudadano. Por lo tanto, la impasibilidad ante cifras monstruosas (miles de millones de indigentes, casi mil millones de desocupados, la pobreza y la miseria crecientes que crucifican a la mayoría de la población de enteros países y continentes) no sólo es condenable moralmente sino que además debe ser castigada como delito. En efecto, Ƒno es acaso omisión de socorro considerar no sólo natural e inevitable el aumento de la pobreza sino también ver en ella, además, la precondición básica para un saneamiento de la economía --léase de la tasa de ganancia-- a través de la supresión de las distorsiones al mercado que podrían causar las políticas estatales asistencialistas? Por consiguiente, los autores de los planes de ajuste estructural y sus seguidores son, literalmente, delincuentes.

Geneviève de Gaulle, sobrina del ex presidente de Francia y líder de la resistencia antinazi en su país, propone además que se declare fuera de la ley la pobreza extrema. O sea, que sea con- siderada un delito de los gobiernos, cuando éstos destinen los recursos nacionales a hacer más ricos a los ricos, a financiar directa e indirectamente las fusiones bancarias y de empresas, a subsidiar al capital o a gastos no sólo inútiles sino también dañinos en armamentos y en el desarrollo de las fuerzas represivas. La lógica y la ética la asisten ya que es una vergüenza nacional que 10 por ciento de las familias de Estados Unidos, según cifras oficiales, pasen hambre y no cubran sus necesidades en alimentos y que en los otros países ricos existan millones de nuevos y viejos pobres y junto al lujo del llamado Primer Mundo coexistan los horrores del llamado Cuarto Mundo mientras los gobernantes siguen haciendo gárgaras con la palabra "ciudadanía" y fingen que los mendigos ciudadanos son iguales a los banqueros también ciudadanos.

Daniel Bensaid, por su parte, sugiere que, así como ante un desastre natural en los países civilizados se declara una situación de emergencia y se concentran los esfuerzos y los recursos en el salvataje de las víctimas y en la reparación de los daños, debería existir un estado de emergencia social apenas los indicadores sociales y económicos demostrasen que el número de desocupados y el de los marginados y pobres en extremo ha pasado del nivel medio histórico en un periodo de desarrollo (el cual, por supuesto, varía según los países). También en este caso este autor tiene razón sobrada ya que la destrucción de la vida de millones de personas, además de su costo en pérdida de talentos y de productividad, afecta duramente el futuro del país, quizás por décadas, reduce su nivel cultural, la expectativa de vida y las condiciones sanitarias de buena parte de sus habitantes, potencia el índice de delincuencia y, por lo tanto, el aumento de un sector parasitario dedicado a la represión, deprime los salarios y, por consiguiente, el mercado interno. Las ganancias que deben capitalizar el sufrimiento y la muerte de vastas capas arrojadas fuera del mercado equivalen al Moloch, en cuyo vientre ardiente se arrojaban las víctimas de los sacrificios humanos, aunque, en este caso, los sacerdotes son economistas y políticos fundamentalistas adoradores del libre mercado vestidos y alimentados por los sacrificados.

Ellos, por supuesto, se apresuran a declarar que la ética no tiene nada que ver con los imperativos económicos y consideran que la economía no es una relación entre personas sino algo así como la ley de gravedad. Pero ya Aristóteles diferenciaba entre economía --la producción y la reproducción de los medios de vida de una sociedad-- y la crematística --lo referente al lucro--. La economía, en una sociedad civilizada, debe responder a las necesidades vitales de las mayorías. ƑCómo sacrificar el desarrollo de una nación, por ejemplo, al pago de la deuda externa e interna? El estado de emergencia social debería anular los límites puestos por la propiedad, el pago de la deuda, el secreto bancario y todos los fetiches, para movilizar todos los recursos en favor de los necesitados, es decir, del país que no es una entelequia sino el conjunto de sus habitantes actuales y futuros.

 

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