José Antonio Rojas Nieto
Economía antes, ahora y mañana
Es prácticamente un hecho que lo eléctrico se discutirá con un nuevo Congreso o incluso con un nuevo gobierno. Será necesario continuar con una reflexión más serena sobre las directrices que la sociedad se plantea para una impostergable reforma del sector eléctrico nacional, la que ųvalga repetirloų puede asumir muchas formas. Sobre ellas, justamente, hay que seguir reflexionando. También conviene profundizar sobre la marcha de la economía. Hay indicadores que no pueden llamarnos a ningún tipo de triunfalismo. No hay que olvidar, entre ellos, lo que debemos, fuera y dentro.
A fines de 1999 seremos 98 millones de mexicanos; cada uno tendrá una deuda externa pública cercana a los mil dólares. Si sumamos el endeudamiento público interno, la carga financiera alcanzará cerca de los dos mil dólares. Con el Fobaproa la cifra casi supera los 2 mil 500 dólares. Los más de 68 mil millones de dólares de deuda privada y bancaria agravan esta situación. Se llega a un endeudamiento total cercano a 300 mil millones de dólares, con un producto nacional de poco más de 450 mil millones de dólares. Esto es absolutamente irracional. La prioridad de la acción económica gubernamental ha sido, lamentablemente, atender esa irracionalidad.
De continuar esta terrible y violenta espiral financiera ųFobaproa es muestra incuestionableų, podremos llegar a deber todo nuestro producto nacional. No es consuelo, como muestra, la estadística teórica del producto per cápita, de que todo mexicano cuente con un ingreso de poco más de 4 mil dólares anuales. Juego de cifras para decir todo y decir nada. Así sucede con los indicadores en la economía. Pueden permitirnos aclarar u oscurecer la situación.
Lo cierto es que una lamentable y regresiva distribución del ingreso en México no la hace ver bien: casi 70 por ciento de los mexicanos apenas cuenta con un ingreso de tres a cuatro salarios mínimos actuales, que apenas equivalen a un salario mínimo de 1978, año en el que menos, mucho menos de ese 70 por ciento (acaso no más de 35 o 40 por ciento) recibía ese ingreso. No es cierto, entonces, que México, caracterizado ya como una economía de desarrollo intermedio, viva un nivel intermedio de bienestar. Luego de un tremendo y expansivo boom petrolero que llevó el producto nacional a un monto nunca registrado (269 mil millones de dólares de 1981), México ingresó en un periodo de estancamiento; casi durante siete años el producto nacional no experimentó ninguna mejoría real.
Más aún, luego de la excesiva concentración económica que experimentó el país en la explotación petrolera ųbase no sólo del presupuesto público sino de las exportaciones y de la fortaleza del ingreso real de los mexicanos en esos añosų, el producto nacional llegó a su punto más bajo de la historia reciente, justamente en los años de 1983 y 1986. En 1986, por cierto, el ingreso per cápita registró uno de los más bajos montos de esa historia reciente: mil 763 dólares por mexicano. Fatídico año de derrumbe de los precios del petróleo en el que la mezcla mexicana sólo alcanzó los 16 dólares actuales (1998) por barril, cuando en 1981 había llegado a poco más de 55 dólares por barril (también de 1988). Esta dinámica económica regresiva se ratifica con los escasos recursos que la economía ha destinado a la inversión, clave para el impulso de las actividades productivas.
En 1981 la formación bruta de capital alcanzó 24 por ciento del producto; en los años de depresión económica de los ochenta, cerca de 15 por ciento, nivel que sólo empezó a elevarse en 1988; aunque en 1995, como resultado de la terrible crisis inducida por el capital externo especulativo, esa participación descendió a los niveles de estancamiento: 14.6 por ciento. Este año de 1999 se espera un volumen de inversión en capital fijo nacional de apenas 20 por ciento. Desde hace más de 20 años no se alcanzan los niveles logrados de 1978 a 1981.
Estas características fundamentales ųy otras sobre las que será necesario abordar luegoų no son para enorgullecer a nadie y sí, en cambio, obligan a una reflexión de la sociedad sobre las características que deseamos y podemos imprimirle a nuestra economía y, en consecuencia, a nuestra sociedad de frente al publicitado nuevo milenio.