CIUDAD PERDIDA Ť Miguel Angel Velázquez
Ť Otra reunión secreta de Barnés
Ť Nada qué ofrecer al STUNAM
Algunos advierten en la propuesta el manejo perverso de las autoridades universitarias, significado en cada una de sus acciones durante el conflicto. Otros, benévolos, advierten en esa oferta el camino más corto para resolver el conflicto.
Sea como sea, es el lector quien puede juzgar. La cosa parece de cuento. Fue una reunión privada, las del uso común del rector Barnés. Los asuntos allí tratados deberían quedar en el más absoluto y oscuro secreto.
Frente al comité ejecutivo del STUNAM, Barnés dio a conocer el proyecto para terminar, de una vez por todas, con el conflicto universitario a punto de cumplir seis meses. Era como el hallazgo de Diógenes. Propuso, con el eureka en la boca, su nuevo plan. Impecable, sin riesgos para ninguna de las partes, perfecto para no decir más.
De entrada, les dijo que no tenía nada por ofrecer. Para limpiar las suyas, echó la culpa a los estudiantes de la imposibilidad de llegar a cualquier acuerdo con el sindicato universitario.
Para los sindicalistas, hasta allí no había nada nuevo. Si algo sabían ellos y todos, dentro y fuera de la universidad, era que el rector no sabe llegar a acuerdos. Lo más fácil siempre, para Barnés, es reventar, crear conflicto.
Pero esta vez, sin decirlo claramente, porque tampoco lo sabe hacer, descorrió alguno de los velos de su proyecto: les advirtió cómo la circunstancia de hoy, en la UNAM, hacía imposible un arreglo, un acuerdo.
Después, con manejo sutil, insinuó que si el sindicato estallaba la huelga, serían los trabajadores los obligados a regresar las instalaciones a las autoridades.
Los sindicalistas advirtieron en las palabras del rector la trampa. Ya en un comunicado, firmado por el abogado general de la UNAM, se estableció que las instalaciones de la máxima casa de estudios no estaban en las manos de la autoridad.
Por eso ahora, bajo la amenaza de no cederles nada en cuanto a sus pretensiones salariales, el plan funcionaría de la siguiente manera: los trabajadores estallaría la huelga, debido a ello entrarían en control de las instalaciones, y después, ante las autoridades del trabajo, llegarían a un acuerdo con la rectoría, por lo que en términos de ley tendrían que devolver el mundo de la UNAM a las autoridades.
Es decir, serían los trabajadores quienes romperían el paro estudiantil y devolverían las instalaciones, hoy en manos del Consejo General de Huelga, todo esto sin ningún costo para el rector. No se concedería ningún punto al CGH y el plan Barnés, después de medio año de torpezas y necedades triunfaría. šVaya jugadaš
Y así, entre las ideas de Barnés y los hechos del jueves 14 se pasó una de las semanas más peligrosas en el conflicto universitario. No obstante, el jueves, más que nunca, el fascismo asomó su nariz.
No me refiero a las acciones policiacas de suyo brutales, no. Se trata ahora de muchos citadinos que aplaudieron primero la intervención violenta de la policía y después condenaron la sanción en contra de quienes se excedieron en el uso de sus funciones.
El viernes era un concierto. El canto de las sirenas llenaba, por igual, a medios escritos y electrónicos. Todas esas voces deberían llegar a los oídos de la jefa de Gobierno, Rosario Robles, que después de sentir por más de un año la hostilidad de los medios en general, esta vez escucharía el halago fácil.
En ninguna escena de televisión, por ejemplo, se mostró a los policías golpeando paristas. Se perdonó, en aras del ejercicio de la mano dura.
El gobierno citadino cumplió entonces con su parte en la aplicación de las leyes, para uno y para otro lado, es decir, contra quienes las violaron.
Los ataques a las vías generales de comunicación son un hecho ilegal que cae en la esfera del gobierno federal. ƑQuién le va a pedir que actúe?
La jefa de Gobierno no cayó, no le ganó la soberbia e impuso sanciones a los policías. Allí terminó la luna de miel. El canto de las sirenas se convirtió en graznidos de furia, de rechazo. El panorama se llenó de nubarrones.
No se trataba de eso. La cuestión era aplaudir para convencer y luego exigir a un gobierno comprometido con sus electores la represión.
Y lo peor no fue eso. Lo más grave es que desde el otro lado, desde la trinchera de los estudiantes ultras, también se pide lo mismo: represión.
Por eso esta vez, hoy mismo, los jóvenes ultras irán a tomar otras instalaciones universitarias. Saldrán a ofender a una ciudadanía respetuosa de su accionar hasta hace muy poco y hoy enferma de la necedad de los ultras del rector y de los ultras estudiantes.
Total, los fines son diferentes, pero unos y otros pretenden hundir al gobierno que eligió la mayoría que confió en quienes podrían hacer valer la ley. Nada más.