La Jornada miércoles 20 de octubre de 1999

Arnoldo Kraus
Eutanasia social

NO HAY DUDA que el presidente Ernesto Zedillo tenía razón cuando recomendó a quienes están en campaña para gobernar México, documentarse sobre las causas reales del último desastre, pues "no se vale pretender lucrar políticamente con esta tragedia para ganar un espacio en un periódico, en un noticiario de radio o televisión". Tampoco hay duda que no debe usufructuarse ni comercializar el dolor humano, para proponer ideas y cambios políticos ųaunque se sepa que se mienteų, ni aprovechar la fuerza de la naturaleza para denostar. Pero, tampoco es posible ser ajenos al caldo de cultivo que magnifica, mucho más allá de lo geométrico, las tragedias. Pagar con la vida o familiares desaparecidos es un precio demasiado caro. Un ejemplo-pregunta ilustra los vínculos miseria-naturaleza.

Este binomio, tan típico de nuestras tierras latinoamericanas, equivale a un tratado harto conocido: la pobreza en todas sus expresiones. Pobreza moral, económica, histórica, social, de honradez. Durante el terremoto de septiembre de 1985, Ƒcuáles fueron los edificios que más daños sufrieron?, Ƒse cayeron más construcciones erigidas con presupuesto gubernamental o privado? El Centro Médico del IMSS, el Hospital General de la Secretaría de Salud, la unidad habitacional Benito Juárez habían sido construidos con directrices y ética muy cuestionables. El problema no fue que el epicentro estuviese en avenida Cuauhtémoc, sino que ladrillos y varillas habían sido cocidos con esa pobreza moral tan enraizada en el poder, tan carente de conciencia.

Ni el huracán Paulina en Guerrero, ni las sequías en Zacatecas, ni otros accidentes originados por la naturaleza suelen tener preferencias políticas: destruyen al olvidado. Y distinto, aunque no tanto, son los accidentes de las gaseras de la ciudad de México, los periplos de los migrantes que mueren asfixiados, perdidos en el desierto, o ahogados, en busca del empleo estadunidense; las muertes atemporales por desnutrición y la distribución de la tuberculosis siguen también la ruta de la miseria.

Para los médicos es conocido que el peso de las enfermedades es terrible cuando se expresa en ambientes pobres. Esa es una de las primeras reglas que aprenden los epidemiólogos. Con la naturaleza sucede lo mismo. Sus beneficios o daños no son selectivos: a los ricos lo mejor, a los pobre lo peor. El factor que debería interceder y ser el balance ante los embates de la naturaleza es, por supuesto, el gobierno. El mapa de la desdicha y las caras de los afectados por las lluvias en Oaxaca, Tabasco, Veracruz e Hidalgo son fiel testimonio de las afirmaciones anteriores: la mayoría de los muertos o desaparecidos pertenecían a esa gran masa de inominados mexicanos. Quizá por eso la cifra exacta de muertos o desaparecidos varía dependiendo de la fuente consultada. Y, por lo mismo, nunca sabremos la realidad, o leeremos datos que no reflejan la totalidad del desastre.

La eutanasia social es un término que apenas se menciona y que seguramente no es parte de ningún tipo de tratado académico. La idea original hacía referencia al abandono en la calle, por madres tercermundistas, de alguno de sus vástagos, usualmente el menor o el más débil. Esa acción "le permitía" atender a los más dotados (o más bien, a los menos jodidos). Los moradores de Teziutlán, Metzititlán, Papantla, Gutiérrez Zamora, Tizayuca ųla geografía de la pobreza es muy largaų han sido víctimas de eutanasia social. Olvidados por la historia, marginados por pobreza y gobierno, sin oportunidades para construir su futuro, fueron presas del binomio miseria-naturaleza, cuyo trinomio es la amnesia de los gobiernos posrevolucionarios.

La eutanasia social es un subproducto de nuestra historia, cuyas cuentas pagan, y seguirán pagando cada vez más, los pobres. No se controló la natalidad, se expoliaron los recursos ad nauseam, no se educó, las reservas económicas se dilapidaron o robaron, huyeron empresarios, banqueros y políticos, los políticas antidesastres ųsi es que existenų fracasaron. Mientras tanto, la naturaleza sigue rompiendo platos y exponiendo los fracasos del poder político.

Esas historias de Teziutlán, en donde desaparecieron 13 y 14 miembros de una familia, o esa foto de Mixum, Puebla, en donde se observan militares desenterrando de una fosa el cuerpo de un niño, mientras que de entre la tierra asoman dos brazos de quien fuese la hermana del primero, son ejemplos de eutanasia social.

Las tragedias y las muertes por los embates de la naturaleza no deben ser material propagandístico. Pero, la génesis de la eutanasia social y sus incontables muertos merecen, desde hace muchas décadas, otro tipo de aproximación. *