Atribuyen a "niños brujos" los males en Kinshasa

Menores víctimas de la expiación

Afp, Kinshasa Ť Señalados por los rumores como "brujos", cada vez más niños de Kinshasa son expulsados de sus hogares, dejados a merced de la venganza de la muchedumbre y a veces quemados vivos o lapidados.

"El fenómeno adquiere importancia en los barrios pobres" de la capital de la República Democrática del Congo, comenta el pastor evangelista Lobela Mati, quien afirma que recibe regularmente pedidos de familias que recurren a él para que "exorcice a niños brujos".

La prensa da cuenta también regularmente de "casos de niños brujos". A mediados de septiembre, un muchacho de 14 años, acusado de haber hechizado a una mujer, fue torturado hasta morir.

"Incluso niños que apenas saben hablar son acusados de brujería", señala el pastor Mati, y agrega que hay gente "siempre dispuesta a someterlos al suplicio del collar" (ponerles en el cuello un neumático y prender fuego a éste).

La brujería es una creencia enraizada en la tradición de muchas sociedades africanas, pero en general el brujo o la bruja es un anciano o una anciana sin hijos. En cambio, hoy son principalmente niños quienes son acusados de esa práctica.

El origen del fenómeno, reciente en Kinshasa, no está claro. Según el doctor Tshimanga, médico que ejerce en una clínica de la ciudad, procede de Kasai (centro del país), donde se cree que se puede hacer que un niño interiorice la brujería ya en el momento de su nacimiento. Según esa creencia, es posible transmitir a un recién nacido el poder de hechizar.

"Es fácil imaginar el peligro que representa la propagación de tal creencia", señala el médico, y comenta que "la tendencia es echar tal culpa de los males de la comunidad a los niños, seres débiles e indefensos".

Marie-José, madre de familia, afirma que los adultos explotan la ingenuidad de los niños para convencerlos de que les transmiten el kindoki, el "mal espíritu". La mayoría de los niños lo toma primero como juego, "pero después se dedican a fondo", divirtiéndose con el miedo que suscitan sin percibir que el mismo es una amenaza para ellos.

Thiala tiene diez años, es uno de los llamados niños de la calle y vive cerca del mercado central de la capital congoleña. "Mis padres me echaron de la casa porque soy ndoki (brujo)", dice el pequeño.

A menudo, el drama empieza con una desgracia familiar: fallecimiento, divorcio... "Mi padre perdió el empleo y me echó la culpa a mí", explica Thiala.

Vincent es cura en una parroquia católica de Masina, uno de los barrios más pobres de Kinshasa. Una de sus feligresas le trajo dos niñas para que se ocupara de ellas. "Se dice que son brujas, y ellas también dicen que lo son", pese a que la mayor tiene sólo cuatro años, le explicó la mujer. Las niñas afirmaron que "se habían comido a dos de sus hermanos y a otros niños del barrio".

Relata el sacerdote: "Se hace creer a los niños que son brujos y éstos llegan incluso a soñar que participan en reuniones o festines organizados por brujos, terminan creyendo que son ellos la causa de las desgracias de la familia o de los vecinos". Un juez que pidió el anonimato indicó que en este fenómeno la justicia tiene su parte de culpa, ya que "la ley no castiga a los adultos responsables".