La Jornada miércoles 20 de octubre de 1999

José Steinsleger
Juego de dados

Cargado de culpas por los usos militares de su invento, la dinamita, el químico sueco Alfred Nobel (1833-1896) legó los intereses de su fortuna a los premios que con su nombre se reconoce anualmente a los ''benefactores de la humanidad''. En octubre se anuncian los ganadores, y el 10 de diciembre --aniversario de la muerte de Nobel--, el rey de Suecia entrega el galardón a físicos, médicos, escritores y luchadores por la paz.

En esas disciplinas, la Academia Sueca ha sido, con las excepciones de rigor, más o menos ponderada y certera. Pero desde 1969 se entrega el Premio Nobel de Economía a individuos de moral dudosa, capaces de demostrar todo, sin ofrecer luces acerca de lo que finalmente importa: la plenitud material, tan importante como la plenitud espiritual.

También aquí hubo excepciones. El año pasado, la Academia consagró a Amartya Sen, un humanista que entiende de economía porque sabe que la economía cabalmente entendida estudia una constante: la escasez. En cambio, la mayoría de los premios anteriores a Sen fueron concedidos a especialistas en cuadrar la realidad con los números.

El Nobel de Economía 1974 fue entregado a Milton Friedman, quien sigue dictando cátedra en el arte de masacrar a los pueblos sin ruido y sin sangre. Sin embargo, en la primera gran prueba de Friedman, el Chile de Pinochet (la excepción no deja de confirmar la regla), los números entraron con sangre.

En 1997, el premio fue otorgado a unos señores, cuyo mérito consiste en haber descubierto programas destinados a mejorar la calidad operativa de los especuladores de la Bolsa. Posiblemente, alguien de la Academia quiso rendir homenaje al olvidado matemático Pierre de Fermat (1601-1655), contemporáneo de Pascal, que sin proponérselo descubrió con éste la moderna teoría de los números y dedujo los teoremas fundamentales del cálculo de probabilidades.

Fermat era un funcionario público aficionado a las matemáticas durante los ratos de ocio y solía explicar sus conocimientos agitando el cubilete de los dados. Curiosas raíces del actual mundillo financiero: de hecho, ''cubiletear'' significa valerse de artificios para lograr un propósito. Los escritos de Fermat fueron encontrados dispersos y sin orden en los márgenes de las obras que leía.

Vamos a que apremia revalidar los supuestos científicos de la economía moderna. En esta disciplina, el pretexto del pragmatismo y el realismo ya no pueden ser maquillados con ropaje seudocientífico y abstracto. Una economía que pretenda ''beneficiar a la humanidad'' no puede seguir apostando a los golpes de fortuna o al juego de dados.

Las personas no son números, ni variables, ni recursos, ni bestias de carga sino eso: personas que anhelan ser para ver, después, cuánto necesitan realmente tener.

Si la Academia Sueca quiere seguir convalidando los ideales del dinamitero arrepentido, debería considerar el contrasentido de premiar a quienes venden su inteligencia para que los ricos sean cada día más ricos en un mundo donde el 75 por ciento es pobre, y muy pobre.

Mario Bunge, historiador de la filosofía, opina que ''(...) parar la inflación, conseguir el pleno empleo o fomentar la libertad de mercado no es ningún milagro económico. El milagro sería que un ministro de economía se atreviese a formar su equipo con el apoyo de especialistas en cultura, trabajadores, historiadores, sindicalistas, abogados y administradores de empresa para diseñar un plan integral de desarrollo''.

Naturalmente, la Academia podría argüir que ya nadie estudia economía para beneficiar a la humanidad, sino para ganar dinero sin necesidad de sudar la camiseta. Con mayor razón, entonces, podría declarar una y otra vez desierto el premio. Sería un modo de respetar a los economistas a los que sí les preocupan los tenebrosos movimientos del casino financiero global.