Leonardo García Tsao
Ni tanto que queme al santo...

Tuve oportunidad de leer uno de los primeros tratamientos del guión de Santitos, adaptado por María Amparo Escandón, y desde entonces se antojaba un proyecto promisorio pero difícil: su ocurrente mezcla de farsa y fantasía exigía un director experimentado, capaz de mantener un tono uniforme a lo largo de una narrativa episódica. Ciertamente, fue un paquete demasiado grande para el director debutante Alejandro Springall, cuya experiencia previa fue como productor (Cronos, el cortometraje De tripas corazón).

La primera parte de Santitos sugiere lo que pudo haber sido. En Tlacotalpan, la bella viuda Esperanza (Dolores Heredia) se niega a aceptar la misteriosa muerte de su hija adolescente Blanca, atribuida a un virus desconocido. La aparición de San Judas Tadeo en el horno de su estufa confirma sus sospechas: la chica está viva y coleando en alguna parte de México. A pesar del escepticismo del sacerdote Salvador (Fernando Torre Lapham), Esperanza está dispuesta a hacer lo imposible por encontrar a su hija. Tras ser contratada como afanadora en el burdel local, descubre que en Tijuana hay otro antro especializado en ofrecer jóvenes virginales.

La viuda viaja en autobús a la ciudad fronteriza, y es despojada de su dinero por la adolescente Paloma (Flor Edwarda Gurrola). Luego es abusada por el padrote mefistofélico, llamado Cacomixtle (Demián Bichir), para conseguir trabajo como prostituta en la casa de doña Trini (Roberto Cobo), donde se vuelve la consentida de un gringo influyente. Así, entre encuentros con personajes extraños y decepciones para la protagonista, el relato empieza a divagar y perder fuerza al grado de traspapelar el motivo de su búsqueda. Para cuando Esperanza conoce al luchador El Angel Justiciero (Alberto Estrella), un milagro hubiera sido necesario para recuperar el impulso inicial.

Con ese argumento de una mujer voluntariosa que sufre una transformación al emprender un largo periplo en busca de una persona, Santitos evoca el modelo evidente de Danzón (María Novaro, 1991). Sin embargo, Springall sustituye la desdramatización y el enfoque feminista de aquella, por un tratamiento que titubea entre un naturalismo pintoresco y un tibio realismo mágico. Esa inconsistencia en la realización se evidencia también al no mantener la estrategia de efectuar saltos cronológicos -en la primera mitad, las confesiones de Esmeralda al cura dan pie a varios flashbacks-, pues el relato se vuelve lineal en la segunda.

A partir de la llegada a Tijuana, el realizador intenta un tono excéntrico pero le falta la chispa para hacerlo funcionar. Bajo esa intención, intérpretes tan cumplidores como Bichir, Luis Felipe Tovar y Regina Orozco se sobreactúan con manierismos que no están sostenidos por el registro desangelado de la cinta. Si bien Springall ha contado con un llamativo diseño de producción, carece del sentido del espacio para integrarlo a la dinámica de la historia. Por lo mismo, ideas ingeniosas como una sesión amorosa escenificada como un match de lucha libre, se desaprovechan por la impericia del director.

No obstante esos problemas, Santitos se deja ver gracias a una dosis de encanto, aportada en su mayor parte por Dolores Heredia. La actriz encarna a Esperanza con una rara mezcla de candor emotivo y tenacidad inquebrantable, que le confiere a la película su columna vertebral. Springall hizo bien en encomendarse a ella.

SANTITOS

D: Alejandro Springall/ G: María Amparo Escandón, basado en su propia novela/ F. en C: Xavier Pérez Grobet/ M: Carlo Nicolau, Rosino Serrano, Liliana Felipe/ Ed: Carol Dysinger/ I: Dolores Heredia, Demián Bichir, Alberto Estrella, Roberto Cobo, Ana Bertha Espín/ P: Imcine, Fondo para la Producción Cinematográfica de Calidad, Tabasco Films, Fondo de Fomento a la Calidad Cinematográfica, Springall Pictures, Mact Prods., Fonds Sud Cinéma, C.O.R.E. Digital Pictures, Sogepaq. México, 1998.

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