Cuando la Comisión de Contacto del Consejo Universitario rindió su informe el pasado 13 de octubre, los miembros de la comunidad sentimos que se habían trazado caminos esperanzadores para la solución del conflicto que azota la vida en la UNAM. Tres cosas indujeron alegría en el ánimo de los académicos. La primera, muy importante, fue la confianza que se infiltró entre paristas y autoridades, en la medida en que unos y otros entendían mejor los puntos de vista en juego, venciéndose las intransigencias extremistas que suelen percibirse a veces en el lado estudiantil y en la bancada de los consejeros. Hay que acentuarlo una y otra vez: la confianza elimina la sospecha y abre la puerta de soluciones al litigio, objetivamente válidas. El segundo motivo optimista fue la comprensión lograda sobre la necesidad de discutir las diferencias en el marco de la legalidad vigente; es decir, dentro de la ley orgánica universitaria de 1945 y sus reglamentos, pues ninguno de estos mandamientos jurídicos puede echarse a la basura sin riesgos anárquicos; las conclusiones se llevarían al Congreso de la Unión, en el caso de que afecten la normatividad constitutiva, o bien tendrían carácter resolutivo en materias reglamentarias. Un tercer punto animador fue la inclinación de las partes a favor de abrir espacios de discusión, foros o congresos, para el análisis de las cuestiones que afectan a la universidad, una vez que se reanude la normalidad, advirtiéndose que la condición ad referéndum de los acuerdos discutiríase con mayor cuidado, en vista de las dificultades que implica en el proceso negociador.
Todo parecía marchar sobre ruedas hasta que ocurrió la sesión del domingo 17 y lunes 18 anteriores, en la cual la razón se desvaneció mal herida por abundantísimas imprecaciones, majaderías, mentadas de madre, arengas, denuestos y amenazas contra los que intentaban oponerse a la toma de los institutos, desechar la arbitraria sentencia de personas non gratas, a los altos funcionarios del DF, y buscar una calma que propiciara la vuelta de la sensatez en el intercambio de ideas. No sólo se amenazó con la clausura de dichos centros de investigación, sino que se convino en realizar por Periférico una marcha de Televisa a Los Pinos, el próximo noviembre, cuyo carácter provocativo es ostentoso; y con base en esos acuerdos nacidos de la grosería del grupo dominante, los paristas, sin medir consecuencias cerraron los institutos, no sin intimidar con un posible secuestro de la Dirección General de Sistemas de Cómputo Académico, cuyos servicios a la universidad y al país son bien conocidos. Y es así como parece triunfar hoy en el CGH la lógica de violencia que se inició con ataques a la prensa, la quita del voto a los que no acceden al autoritarismo creciente, y el bloqueo de comunicaciones esenciales en el funcionamiento de la ciudad. Es evidente entonces que de la actitud legítima y razonable del CGH, al oponerse a medidas contrarias a la gratuidad universitaria, sancionada en el artículo trecero constitucional, el propio cuerpo estudiantil se ha ido transformando -recuérdese La Metamorfosis, de Kafka- en un órgano infractor de su propia legitimidad, por la vía maligna de las mutaciones que llevan el grito de protesta original hacia su conversión en intolerancia totalitaria, o sea el cambio subrepticio y perverso de la reprobación de lo injusto en verdad absoluta y satanizadora de la disidencia, sin importar el origen ni las argumentaciones de la inconformidad. Se trata del entronamiento de la intolerancia totalitaria que subordina el conflicto a la imposición de la violencia por sobre los fueros del entendimiento. Así nacieron en el pasado las opresiones nazifascistas, stalinistas y franquistas, y también en el presente las que abaten pueblos con el uso de sofisticadas armas de destrucción masiva o de operaciones condenables del capitalismo trasnacional sobre los pueblos débiles. El esgrimir la propia verdad como verdad absoluta es actitud excluyente del triunfo de la razón y generadora de la barbarie.
¿Acaso no hay en el CGH estudiantes que puedan detener la lógica de la violencia que los arrastra al fracaso? ¿Es posible que en el más digno claustro universitario de la patria triunfe la negación radical de la libertad? Estas preguntas están dirigidas a la conciencia del CGH con el propósito de que la reflexión que provoquen ponga fin a la locura en que está cayendo.