n Muchos se niegan a abandonarlas, pese al constante aumento de los cauces
Tabasqueños atestiguan desbordamientos desde sus casas
Alonso Urrutia, enviado, y René A. López, corresponsal, Villahermosa, Tab., 24 de octubre n Larga noche en Tabasco, a la espera del golpe del agua. Buena parte de la población aledaña a los puntos más críticos la pasó en vela, en la incertidumbre sobre el comportamiento de los ríos, ahora que Peñitas no deja de tirar sus excedentes.
Es hacia algunos de esos puntos donde se dirigen las tropas en el ejercicio de la enésima implementación de su plan DN-III. Centenares de militares apresuraban -al ritmo que les permite la fatiga por más de 48 horas de emergencia- el relleno de sacos de arena que sólo servirán -en algunos casos- para retrasar el desbordamiento del río. Es el caso de Tierra Colorada.
Horas después, a la otra orilla de esa misma zona, comienza a vencerse la improvisada muralla de arena, paradójicamente provocada por el oleaje que genera la lancha militar que patrulla el río para supervisar la situación.
Los Sauces es la colonia ubicada al otro lado. Agobiada en tiempos "de normalidad" por una "banda de rateros", decenas de sus pobladores aguantan el desbordamiento, que finalmente ocurre a las 18 horas. En segundos, una de sus calles se convierte en un nuevo ramal del Carrizal.
A pesar de la fuerza con que se desborda y que hace caer una barda, la gente permanece ahí. Los niños juguetean entre los borbotones que salen de otras partes de la costalera, mientras sus padres insisten en su argumento de prevenir el asalto; otros, se convencen de que es momento de partir.
Entre los que se quedan, la irritación más grande es porque les acaban de cortar el suministro de electricidad, lo que pone en riesgo las provisiones que alcanzaron a comprar.
Es una historia que comienza a repetirse en muchos puntos de esta capital. Lenta, pero incesantemente, los caudales crecen.
En las Gaviotas, el problema no es el Carrizal, sino el Grijalva, pero es lo mismo: bocacalles donde la costalera contiene el agua y divide la zona damnificada con el área de alto riesgo. Son puntos que se convierten en embarcaderos donde los muebles provenientes de los más lejanos islotes en que están convertidas las casas, se suben a las camionetas que habrán de llevárselos.
A pocos metros de la costalera, Ernestina Trujillo es una tendera que no cesa en criticar a quienes permanecen en sus casas. Conoce a casi todos los vecinos que han optado por resistir y dice que la familia de Pancho arriesga demasiado. "La azotea ya no da para más, ahí se quedaron con sus guajolotes y gallinas, dicen que anoche hasta tuvieron que dormir amarrados, no vaya a ser que se fueran ir al agua".
-ƑTiene comida para pollos? -pregunta un lugareño recién desembarcado.
-No, mi alma, sólo para cristianos.
Albergues saturados
Y mientras eso sucede en las zonas críticas, el exclusivo Centro de Convenciones Tabasco 2000, símbolo de la modernidad tabasqueña, dejó de ser escenario para las grandes reuniones empresariales o gubernamentales.
Hoy miles de damnificados casi desbordan su capacidad. Es el único albergue donde se puede llegar a los dormitorios en escalera eléctrica o, en algunos salones, dormir en la alfombra.
Ese lugar no sólo es un albergue, en algunas zonas también es una granja. Guajolotes, puercos, chivos, gallinas y demás fauna sobreviviente convive amarrada a la alambrada más cercana a los dormitorios.
María Antonia Martínez supervisa cómo su marido lava a un cerdo, mientras lanza la queja de que los militares vinieron a decir que no podían tener esos animales tan cerca del albergue o vendrían a desamarrarlos. Dos cerdos ya corrieron esa suerte, y a saber dónde andarán
Una simple pregunta sobre cómo les va desata un coro de testimonios de las desgracias que les han caído en menos de 48 horas.
Que si en Las Brisas el agua ya "les da hasta el brasier", dice alguien; que eso no es nada, que en La Selva "están hasta arriba del cuello".
Ahí van saliendo las agitadas vivencias que los han traído hasta acá en la madrugada. Cosa de horas para estar de la cotidianidad del hogar a tener "el agua hasta el cuello" y ya no hallar "cómo saca uno a la familia", dice Hipólito Rodríguez.
A su lado, José, de Brisas del Carrizal, se dice damnificado no sólo de vivienda sino de trabajo. Chofer de combi, que da servicio en las zonas populares, se queja de que el agua interrumpió las rutas y el trabajo.
Las historias acuáticas comienzan a juntarse con el pasado de marginación, irregularidad en la tenencia de la tierra, carencia de drenaje, o la paradójica escasez de agua potable, en los tiempos en que el clima no es tan inmisericorde.
Ahí va saliendo, en la charla, la radiografía de la pobreza en la ciudad, esa que en estos tiempos en que se apresta el cierre de campaña priísta permanece sumergida bajo el agua o, en el mejor de los casos, anegada en el lodazal.