SIGUE LA EMERGENCIA
Algunas autoridades de las regiones afectadas desde principios de este mes por las intensas lluvias afirman que lo peor ya ha pasado. Por desgracia, la información disponible indica que, si bien los fenómenos meteorológicos causantes del desastre tienden a atenuarse o se han disipado, lo peor de la tragedia humana está por llegar en los meses próximos.
Es cierto que el nivel de las aguas ha descendido en Puebla, Hidalgo, Veracruz y Chiapas ųno puede afirmarse lo mismo de Tabascoų, pero el saldo de las inundaciones y los deslaves es ųademás de los cientos de muertosų de cientos de miles de connacionales en circunstancia de total desprotección.
No sólo furon destruidos viviendas y enseres domésticos y personales. También debe contabilizarse la pérdida de empleos, de sembradíos y cosechas, de las vías de comunicación que permitían la comercialización y de infraestructura de servicios básicos.
Vista en conjunto, toda esa destrucción introduce un grave factor de incertidumbre en el mediano y el largo plazos para los casi 400 mil damnificados de este octubre.
Con todo y sus errores de coordinación y sus insuficiencias, los mecanismos de auxilio urgente establecidos por la sociedad, el gobierno y las organizaciones humanitarias representan un alivio inmediato para buena parte de los afectados.
Sin embargo, por su mismo carácter, tales mecanismos llegarán a su límite en poco tiempo, y resulta obligado preguntarse qué ocurrirá cuando los desastres provocados por las lluvias dejen de ser el tema más relevante en los medios de comunicación y después de que el caudal de ayuda humanitaria empiece a menguar.
Con esta preocupación en mente, es claro que los planes no deben limitarse al restablecimiento de viviendas e infraestructura, sino que tendrán que considerar la reconstrucción económica y social de las abundantes comunidades lesionadas y dislocadas por la catástrofe.
En esta perspectiva, sería por demás inaceptable que el esfuerzo de normalización requerido se concentrara en establecer de nuevo las deplorables condiciones de vivienda, de urbanización, de servicios, de comunicaciones y de protección civil imperantes hasta antes de la tragedia. Resulta obligado, en cambio, garantizar que las zonas arrasadas por las aguas no vuelvan a ser destinadas ųpor desidia, por ignorancia, por corrupción o por conveniencia políticaų a uso habitacional, que los afectados no queden en la intemperie económica y que el desastre, en suma, no se repita.
En tanto no se emprendan las tareas mencionadas, afirmar que ha pasado la emergencia sería un mero acto de simulación y una irresponsabilidad inaceptable. Las regiones afectadas seguirán en situación de peligro ųreconocida o noų hasta que se ofrezca a sus pobladores condiciones de seguridad, salubridad, vivienda, abasto y subsistencia.
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