José Steinsleger
Eslabones perdidos
HUBO UN TIEMPO en que los jóvenes podían dialogar con viejos idealistas que se cruzaban en su camino. Se aprendía: al honor de las polémicas iban paladas de lecturas, autores y epopeyas que alimentaban la combustión del pensamiento. Se respetaba: la fi-liación política de los luchadores sociales era menos importante que averiguar de qué madera estaban hechos.
Uno de ellos se llamó Fausto Pimen-tel Pelayo. Después de la guerra civil española, don Fausto cruzó a pie los Pirineos, junto con el poeta León Felipe. Ambos fueron internados en un campo de refugiados del sur de Francia y, meses más tarde, se embarcaron rumbo a Veracruz.
En Cataluña, Fausto había sido juez de evasión de capitales, cargo que acreditaba con una tarjetita que atesoraba con celo pues sabía que nunca iba a tener otra igual. En México vivía en un departamento de la colonia Tabacalera, entre paredes cubiertas de libros humedecidos, pilas de periódicos amarillentos y fotografías de Buenaventura Durruti.
Los republicanos del café La Habana le llamaban "el conejo de Alicia" porque, no bien llegaba a la tertulia, Fausto miraba su reloj y, como el personaje de Carroll, decía "ya me voy". Si consentía en quedarse, no faltaba el malicioso que le pedía contar por enésima vez sus correrías en la batalla del Ebro y aquello del huevo perdido al pisar una mina en el Puente de Fatarella.
Como nadie lo creía, Fausto montaba en cólera, apartaba la silla con violencia y aflojándose el cinto del pantalón gritaba: "šCanallas vosotros, canallas, canallas que perdísteis a la República por chuparle las bolas a Stalin!". Los comensales se abalanzaban sobre el insurgente y entre forcejeos, tazas que rodaban y melenas despeinadas, lo sujetaban para que se calmase.
Ofendidísimo, Fausto recuperaba el aliento, sentándose lejos de los provocadores. Ordenaba un vaso con agua, desplegaba el rollo de cables "con las últimas noticias de España" y los revisaba mirando de reojo al enemigo.
Hasta que murió Franco. Ese día Fausto se vistió de gala, su mujer le puso una flor en el ojal y, bañando en fragancia, entró al café para festejar la victoria con todos. Cercano al fin, don Fausto Pimentel Pelayo dispuso que lo velasen con la bandera de México y la negra de la anarquía.
ƑQué huellas de sus mayores pisan los jóvenes de nuestros días? Cuando la realidad mostró que soñar con lo imposible no era tan fácil, los hijos de Fausto rompieron el puente generacional, adherieron al posibilismo conservador y olvidaron que la palabra claudicación estaba prohibida en su hogar.
Hombres como Fausto venían de 150 años de historia. Pero sus nietos crecieron en el vacío generacional y las filosofías que borran las huellas del bien común. ƑSobre quiénes recae la responsabilidad ante los gravísimos trastornos anímicos de la juventud actual?
El individualismo de finales del decenio pasado surgió en medio del creciente desinterés de los padres que se habían jugado por un ideal de lucha. La afirmación exacerbada de la identidad se reveló como respuesta a la supervivencia en un mundo cada vez más difícil. Pero los medios de comunicación exaltaron "lo joven" hasta límites insospechados, cuando en realidad sucedía lo contrario.
Cada uno fue su rollo. Los primeros años de los noventa importaron el "boom" de las filosofías del "uno mismo". Y del proceso de infantilización del ciudadano brotó un fruto amargo: la juventud sin historia. En realidad, toda la cultura de fin de siglo la perdía. Sin continuidad, la cultura política fue monopolizada por paradigmas estadunidenses, en medio de una cultura adolescente obligada a matar sus paradigmas al ritmo de los "mass-media".
La desconfianza hacia todos y contra todos se convirtió en uno de los tantos síntomas de la degradación social. La recuperación económica prometida tras la subasta del patrimonio nacional, se convirtió en ilusión. Y así, de los charcos del pensamiento único, nació el neomacartismo que hoy enarbola las banderas del nuevo orden: democracia lobuzna con piel de cordero, lucha darwiniana por la existencia y encuestas políticas que rinden muy bien porque se diseñan para que los últimos sigan siendo los últimos.
Si don Fausto viviera diría que en el nuevo orden calza un comentario que Marx hace en La ideología alemana: "Su filosofía y el estudio de lo real son como la relación entre el onanismo y el amor se-xual". El desquicio de la actual dinámica social, elevado a grado superlativo, revela el fracaso de todos sus discursos. *