n La vida del creador de Marinero en tierra se extinguió a los 96 años
Murió Rafael Alberti, el último exponente de la generación del 27
n ''No sólo es un poeta innato, sino un sabio de la forma'', decía de él Pablo Neruda
n En todas sus metamorfosis fue fiel a sí mismo, escribió el Nobel mexicano Octavio Paz
Arturo García Hernández n El último exponente de la legendaria generación del 27, el poeta gaditano Rafael Alberti, falleció la noche de ayer a los 96 años. El deceso del autor de Marinero en tierra ocurrió en su casa de su natal Puerto de Santa María (Cádiz).
Es 1902: ''Año de gran agitación entre las masas campesinas de toda Andalucía; año preparatorio de posteriores levantamientos revolucionarios. 16 de diciembre: fecha de mi nacimiento, en una inesperada noche de tormenta, según alguna vez oí a mi madre, y en uno de esos puertos que se asoman a la perfecta bahía gaditana: el Puerto de Santa María -antiguamente, Puerto de Menesteres-, a la desembocadura del Guadalupe, o río del Olvido". Así detalla Rafael Alberti en La arboleda perdida su arribo al mundo. Fue el miembro más longevo de la generación del 27, la de Federico García Lorca, Pedro Salinas, Jorge Guillén, Vicente Aleixandre, Luis Cernuda, Dámaso Alonso, Gerardo Diego.
Efímera pasión por la pintura
Sangre italiana e irlandesa se mezclaban en las venas de Alberti, cuyo primer interés artístico fue la pintura. A los 15 años llegó con su familia a Madrid. Añorante de los colores ''de mi río, de mi mar, de mis playas y pinares", se resistía al ''rojo-ladrillo de chatos balconajes oscuros, colgado de goteantes y sucias ropas (...)''. Pero pasado un par de meses se resignó, aunque advirtiendo a sus padres que no continuaría en el bachillerato. Si estaba en Madrid era para hacerse pintor.
''Te morirás de hambre", le pronosticaron sus padres al tiempo que lo amagaban con retirarle todo apoyo económico sin el cual no podría comprar los materiales para emprender su carrera artística. Las partes finalmente encontraron un punto de acuerdo, sugerido por la madre del inquieto adolescente: ''Pinta, pero termina siquiera el bachillerato, aunque luego no sigas ninguna carrera". Así pudo Alberti responder al deslumbramiento por los azules, los rojos, los rosas, los oros, los verdes y los blancos que le habían revelado Velázquez, Tiziano, Tintoretto, Rubens, Zurbarán, Goya.
No duró mucho su pasión por las artes plásticas. Antes de cuatro años ya estaba comprobando, ''con más evidencia a cada instante, que la pintura como medio de expresión me dejaba completamente insatisfecho, no encontrando manera de meter en un cuadro todo cuanto en la imaginación me hervía (...)". Obligado a guardar reposo por una ''adenopatía biliar con infiltración en el lóbulo superior del pulmón derecho", empezó una etapa de intensa y variada lectura. El impulso de la escritura se apoderó de él, estimulado al poco tiempo por la relación con un nuevo amigo al que a menudo encontraba en la parada del tranvía: Vicente Aleixandre. ''Me prometí olvidarme de mi primera vocación. Quería solamente ser poeta. Y lo quería con furia, pues a los 20 años aún cumplidos me consideraba casi un viejo para iniciar tan nuevo como dificilísimo camino". Cuando mandó su primer poema a la revista Ultra dio comienzo una ''tr emenda, feroz y angustiosa batalla por ser poeta". El poeta en el que, pasado el tiempo, Pablo Neruda identificaría ''el esplendor de la poesía en lengua española. No sólo es un poeta innato, sino un sabio de la forma".
Un día de 1924, Gregorio Prieto, un pintor amigo de Alberti, fue a visitarlo con el volumen Libro de poemas, del que se hacían en Madrid los mejores elogios. El autor era Federico García Lorca: ''Un muchacho granadino que pasaba los inviernos en la capital, hospedado en la Residencia de Estudiantes". Una tarde, a comienzos de otoño, Alberti conoció a García Lorca. Fue Prieto quien se lo presentó: ''Estábamos en los jardines de la Residencia de Estudiantes en donde García Lorca -aspirante a abogado- pasaba todo el curso desde hacía varios años. Como era el mes de octubre, el poeta acababa de llegar de su Granada. Moreno oliváceo, ancha la frente, en la que latía un mechón de pelo empavonado; brillantes los ojos y una abierta sonrisa transformable de pronto en carcajada (...)". La noche de aquel mismo día, el autor de Romancero gitano invitó a Alberti a cenar en la Residencia, en compañía de otros amigos entre los que se hallaba Luis Buñuel, ''lejos aún de su renombre universal de cineasta". En esos días también apareció en la Residencia ''un joven flaco, bella y fina cabeza, de tostado color, y con un fuerte acento catalán. Federico, en una de mis espaciadas visitas otoñales, me lo presentó: 'Este es Salvador Dalí, que viene, como él dice, a estudiar a Madrid la carrera de pintor'".
Con García Lorca, batalla de amigos
Fue en aquella ''época feliz" de la Residencia de Estudiantes que Alberti conoció a Pedro Salinas y a Jorge Guillén, unos diez años mayor que el poeta gaditano: ''Siempre quise a Salinas y lo respeté como lo que realmente era: un hermano mayor de generación (Así, también, Guillén)". Ya se gestaba entonces el primer poemario de Alberti, Marinero en tierra. Aquel ''gran desvelo mío crecía, se estiraba, flotando al viento imaginado de mi alcoba la cinta aleteante de mi marinerillo". A sugerencia de un amigo, Alberti sometió su libro a concurso en el Premio Nacional de Literatura. Obtuvo el primer lugar. Miembro del jurado, Antonio Machado calificó: ''Es, a mi juicio, el mejor libro de poemas presentado a concurso". Cuando fue publicado, no tardaron en aparecer las reseñas críticas, casi todas elogiosas. Todas hacían referencia a García Lorca, cuyo Romancero gitano ya era considerado en España como el acontecimiento literario de la década. Unos reseñistas establecían diferencias de Alberti con García Lorca y otros señalaban afinidades. Recordó Alberti en La arboleda perdida: ''La batalla Lorca-Alberti había estallado, una batalla larga en la que los contenedores casi llegaron a las manos, mientras los dos capitanes se las estrechaban, amigos, en sus puestos".
A Marinero... siguieron La amante (1925) y El alba del alhelí, libros con los que Alberti se colocaba junto a los jóvenes poetas que en ese tiempo -en palabras de Octavio Paz- escribieron poemas en los que ''se alía la más fresca antigüedad con la más exquisita novedad. Combinación insólita de formas tradicionales e imágenes ultraístas". No obstante, Paz hace notar que después de estos ''primeros y sorprendentes libros", Alberti cambió mucho: ''Neogongorismos, aparición de ángeles en la clase de aritmética o entre los escombros de las casas en demolición, onirismo con los ojos abiertos, poemas políticos, elegías cívicas, poesías de la guerra y el destierro, odas a la pintura, sátiras y vejámenes (...)". Pero, admite en su análisis el poeta mexicano, ''en todas sus metamorfosis Alberti ha sido fiel a sí mismo y a sus primeros libros. A nadie le conviene como a él la teoría aquella del arte como juego. Arte de piruetas y saltos, juego airoso y peligroso del que el poeta no siempre sale indemne. Hay tropezones, caídas y cornadas; hay cardenales y descalabraduras. Pero las lesiones no son mortales; Alberti sana pronto, sale de la enfermería poética sonriente, da un salto y se planta en la arena con un aro y un chicote de domador de palabras. No es gratuita la mención del aro y del látigo: en Alberti hay destreza y hay juego, en el mejor sentido del término, es decir, hay fantasía y gracia, poesía (...)".
1927, año fecundo y contradictorio
La conmemoración del tercer centenario luctuoso de Luis de Góngora y Argote, en 1927, acrecentó el entusiasmo de Alberti y sus amigos por uno de los mayores autores en lengua española de todos los tiempos. Los violentos ataques de que era objeto la obra de Góngora contribuyeron a cohesionar aún más a los autores de la generación del 27, que lanzaron la convocatoria para hacer la primera asamblea gongorina. Acudieron Antonio Marichalar, García Lorca, José Bergamín, Dámaso Alonso y Gerardo Diego. Sobrevinieron agrias polémicas y rupturas entre los jóvenes poetas y uno de los santones de las letras españolas en ese tiempo: Juan Ramón Jiménez. Años después, Alberti recordaría: ''Resulta casi divertido comparar lo que se decía de Góngora en los manuales de literatura antes de 1927 y lo que ahora se dice". Con todo, ''šfue un gran año aquel 1927! Variado, fecundo, feliz, divertido, contradictorio".
Cuatro años después, las turbulencias políticas y la posterior Guerra Civil española dispersaron abruptamente a aquellos escritores: unos murieron, otros partieron al exilio. Rafael Alberti, entre éstos. Así se interrumpía la efervescencia creativa y renovadora de una generación irrepetible.
(Los restos de Alberti fueron trasladados al cementerio de Chiclana, para su incineración, el viernes al mediodía. Según la agencia Afp, la dispersión de las cenizas se realizará en fecha aún por determinar. El concejo municipal del Puerto de Santa María sesionará este jueves con el fin de decretar tres días de duelo oficial.)