La Jornada domingo 31 de octubre de 1999

Guillermo Almeyra
El factor Gelman

Lamento realmente mucho que El Correo Ilustrado no haya juzgado útil publicar la corta nota enviada hace una semana por el Comité de Redacción de la revista Viento del Sur, en la que el mismo, incluyendo a dos colaboradores de nuestro periódico (Adolfo Gilly y yo) nos solidarizábamos con la lucha que libra nuestro amigo Juan Gelman para encontrar a su nieto o nieta desaparecido en Uruguay. Aprovecho, pues, este espacio, para enviar mi protesta y la de mis amigos al presidente Julio María Sanguinetti y para hacer llegar mi abrazo solidario a Juan. Nuestra firma, de todos modos, agregaba sólo un granito de arena a la impresionante campaña internacional de protesta en que se ha convertido, en Río de la Plata y, sobre todo, en Uruguay, el llamado "factor Gelman". En efecto, la sociedad argentina es y ha sido siempre conservadora, como lo muestran los resultados electorales pues la moderación liberal de Fernando de la Rúa le permitió obtener votos que jamás habrían tenido los liberalnacionalistas o liberalsocialistas del Frepaso; resultados en los que la izquierda, pulverizada, demostró su atraso e impotencia con resultados mínimos, resultados gracias a los cuales el gobernador de la provincia de Buenos Aires es un hombre que apoyó al "brujo" López Rega, fundador de las tres A (Alianza Anticomunista Argentina, madre de todas las atrocidades que siguieron). Además su estructura capitalista más desarrollada ha hecho que los intelectuales argentinos, salidos de las clases media o alta, se parezcan más a sus congéneres europeos y, como éstos, sufran los vaivenes del mercado, cultural o del mercado tout court. Argentina es un país fundado por el ejército con dos genocidios (el exterminio de los indígenas y la guerra de Paraguay) y "modernizado" por otro, el del "Proceso" (la dictadura) iniciada en 1976. Es un país habituado al verticalismo, con Perón, con los Montoneros o con los dictadores, no a la democracia.

Eso hizo que la dramática carta de Gelman a Sanguinetti, aunque publicada en Página 12 para honor de este diario, encontrase en la sociedad argentina poco eco, del mismo modo que Graciela Meijide, madre de un desaparecido, perdió ante un cavernícola apoyado por los curas de la Inquisición (que en Argentina fueron y son mayoría en su gremio). En Uruguay, en cambio, siempre ha habido una sociedad más igualitaria, una clase media más popular, una democracia, basada aunque sólo fuera en la división y competencia histórica de las mayorías, por mitades y desde hace un siglo y medio, entre nacionalistas y colorados, con una fuerte corriente anarquista y comunista en el movimiento obrero.

La tragedia del gran poeta de nuestra lengua no fue, por consiguiente, asumida sólo por un grupo de intelectuales sino también por buena parte de la sociedad, a comenzar por las centrales obreras, que la tomaron como propia, ya que lo es, la lucha por la verdad, por el castigo a los criminales, por la dignidad y la justicia, por la democracia. En Uruguay el poeta y el escritor (Quijano y los que hicieron Marcha u Onetti, Galeano, Benedetti) no son sólo intelectuales a la europea, hacedores de frases bien construidas y sonoras. Por el contrario, casi como en Europa Oriental, forman parte de una intelligentzia. De ésta la sociedad espera orientación ética en la vida cotidiana y en la política, donde los valores han sido despreciados y abandonados. Debe salvar el "alma nacional", si eso existe, con su intransigencia democrática y principista, con su universalismo, su rechazo al nacionalismo que son características nacionales honrosas de esa capa de líderes que rescatan la política de las manos de los políticos sin escrúpulos del "realismo", de la realpolitik. No es, como la mera intelectualidad, el refugio de la idea (del encierro en una torre de marfil, separada por un foso de los mortales comunes), sino el refugio de las ideas, como acción de masas, como herramienta para éstas y para el perfeccionamiento de la conciencia de las mismas. Estas peculiaridades uruguayas han dado gran peso político, en el mejor sentido de la palabra, a la carta de Gelman a Sanguinetti y han terminado de deshonrar a éste, que cargará con esa carta toda su vida y fuera del poder deberá explicar por qué no respondió. Sea quien fuere el futuro presidente no podrá desconocer esta ola moral de fondo despertada por Juan Gelman. Tarde o temprano, los archivos se abrirán y los pinochets montevideanos, como su colega chileno, deberán rendir cuentas ante su pueblo y ante la humanidad. Nadie podrá vestir un uniforme en Uruguay sin sentir la sombra de la carta de Gelman que enloda su vida.

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