n DISQUERO

Sonrisas

 

Dos presencias de dimensiones colosales en el mundo de la música de concierto cimbraron recientemente nuestro ámbito doméstico y ahora convergen de manera idónea para una recomendación discográfica que es múltiple: el violonchelista holandés Pieter Wispelwey y el pianista argentino Daniel Baremboim convocaron -cada quien desde su propia biografía- la grandiosa música de Bach volcada en violonchelo. El primero de ellos participó en un hecho histórico: el estreno en México de One of a kind, coreografía de Jiri Kylian con el Netherlands Dans Theater. Al día siguiente realizó otra hazaña: ejecutó en una sola sesión, de manera magistral, las Seis Suites para Violonchelo Solo, de Bach, concierto disfrutado apenas por poco más de un centenar de melómanos una tarde de domingo. La visita de Barenboim, en tanto, trajo el eco de una leyenda: su esposa, Jacqueline Du Pre, fue en vida una de las más grandes violonchelistas de la historia. Sus versiones a las seis suites de Bach son, como las de Wispelwey (así como las de Rostropovich, Yo Yo Ma y, por supuesto, Pablo Casals) de esas raras maravillas que hacen el mundo habitable. Al paraíso discográfico que constituye el universo de la música de Bach se une una novedad esplendorosa: Bach. The 6 Solo Suites, BWV 1007-1012 (Philips), álbum de dos discos donde la japonesa Nobuko Imai despliega las piezas originales para violonchelo en una transcripción špara viola! El resultado es un encantamiento estupefaciente. Una maravilla.

 

Flores

 

Otra novedad gloriosa: J.S. Bach. Goldberg Variations. Rosalyn Tureck (Deuts- che Gramophon) hilvana un abalorio formidable a ese collar de perlas que conforman en una buena discoteca personal las versiones de, en primerísimo lugar, Keith Jarrett y Glenn Gould, además de las del propio Barenboim, Maggie Cole o Tatiana Nicolaieva, a ese monumento del teclado, a ese prodigio de la condición humana que son las Variaciones Goldberg, partitura que cuenta entre sus muchas fragancias fascinantes una leyenda: dícese que estas 30 variaciones sobre un tema fueron comisionadas al viejo Bach por el barón von Kayserling, a la sazón embajador ruso en la corte de Dresden, para aliviar los agobios de su loco insomnio, causado por un mal de amor, y que el nombre viene del sacrificado clavecinista encargado de hacerlas sonar. Lo cierto es que se trata de una sucesión de visiones alucinadas, de una serie de transformaciones sonoras, de transmutaciones camaleónicas (salud, maese Capote), una música para divinos camaleones que en las manos de una dama, la señora Rosalyn Tureck, son una caricia al corazón, aliviado así de sus sufrires y tormentos (chale). La manera de enunciar las frases, la delicada naturaleza de su alma, el prodigio del pianismo de Rosalyn Tureck nos dan una lectura sublime, etérea, terrena, femenina en grado puro. Suena en altavoces la música de Bach y nacen entonces, sonrientes, bellas, delicadas, las flores. Todas.