La Jornada domingo 31 de octubre de 1999

Néstor de Buen
Rafael Alberti

ME CONFIESO MUY ESCASO LECTOR de poesía. Sin embargo, alguna vez --afortunadamente ya olvidado-- intenté decir algo con sentido poético. No sé si por culpa de algún amorío de ésos que quedan en el recuerdo, que provocó ese escribir para uno mismo, con vergüenza. Y leerlo y volverlo a leer y a lo mejor no es tan malo y a lo mejor la emociona...

Pero siempre me gustaron la poesía y la prosa de Rafael Alberti, un hombre que alternó la pintura y el dibujo con el arte de escribir. Y con una vida entregada al recuerdo de España, repetido en América y en Italia, y, en el final, recreado al lado de su Arboleda perdida, en Cádiz.

De Alberti tuve, hace muchos años, me parece que en 1959, el privilegio de verlo. Sería demasiado audaz decir que lo conocí, aunque conocido y bien conocido ya lo era. Pero conocimiento sólo de mí hacia él, que venía a Montevideo, a un Congreso por la libertad de los presos políticos españoles y portugueses en el que estábamos con representación mexicana, Carlos Pellicer, Luis Villoro y yo mismo. Llegó con María Teresa León, su compañera de tantos años. Rafael radiante y exuberante, seguro de su importancia y, Ƒpor qué no decirlo? de su propia belleza masculina, externa e interna.

(En ese viaje --y seguramente lo recuerda también Luis-- disfrutamos ambos, sentados en la arena de la playa de Pocitos, en Montevideo, una conversación casi discurso con nuestro poeta Pellicer, desbordante de gracia y simpatía, mordaz, feroz, tierno y, no podía ser menos, poético.)

Era la época de las peores represiones franquistas acompañadas en Portugal por el gobierno autoritario y también fascista de Oliveira Salazar. En México, la juventud exiliada había formado el Movimiento Español del 59 del que muchos años después ha hecho la mejor crónica Elena Aub. Y al saber del Congreso, Xavier Oteiza me pidió que asistiera a Montevideo y de alguna manera, entre el boleto que me proporcionó el grupo y lo que yo pude poner, que no fue mucho, hice un viaje que parcialmente compartimos Luis y yo en Montevideo y, me parece, Río de Janeiro. Yo aproveché la ida para conocer Lima y Buenos Aires. Luis y yo regresamos vía Río. Hice, de ida y vuelta, escala en Panamá, para saludar a algunos amigos y visitar la Biblioteca de la Facultad de Derecho de la Universidad de Panamá que lleva el nombre de Demófilo de Buen.

Por más que aprieto los recuerdos, no encuentro entre ellos algún pedazo de conversación con Alberti. Supongo que me venció la timidez: siempre he sido tímido aunque la vida, a golpes, me ha obligado a disimularlo. Pero, además, porque Alberti era la gran figura del Congreso y estaba muy solicitado.

Alberti cambió su exilio de Buenos Aires con Punta del Este como alternativa, por Roma. Volvía a Europa y se aproximaba a España. Nunca la perdió de vista. Y en España ha vivido los años de la democracia con su clara definición política de comunista ejemplar, vuelto a casar sin viudeces de por medio, que la bellísima María Teresa León sería sustituida por otra belleza mucho más reciente. Al fin poeta...

La muerte de Alberti me suena como la despedida del personaje más íntimo de lo que fue el exilio. No sé si a estas alturas habrá otro ex exiliado (tal vez nuestro Anselmo Carretero) con tantos años como Alberti, nacido el 16 de diciembre de 1902, precisamente en Cádiz. Alberti cuenta que sus dos abuelos eran italianos, una de sus abuelas irlandesa y la otra de Huelva. Pero él no pudo ser más que español y andaluz. Sus raíces eran de mar, de la más hermosa bahía española. Y mucho de su poesía es caminar hacia el mar, como lo decía este jueves nuestra Rayuela.

Alberti, Neruda, García Lorca, Dalí, Miguel Hernández y Buñuel y algún otro, nombres luminosos asociados a la Institución Libre de Enseñanza, la cuna de la democracia española. Y entre ellos, tanto como ellos, un poeta malagueño que muchos de mi generación recuerdan con amor antiguo y admiración absoluta, Emilio Prados, maestro de un puñado de poetas jóvenes exiliados que él mismo hizo: Luis Rius, Tomás Segovia, Miguel García Ascot y algún otro (ƑAramburu?).

No me extrañaría que las cenizas de Alberti vayan a formar parte del paisaje andaluz, del que juega con la arena de las playas de Cádiz y con el verde agitado del océano Atlántico, aún impregnado de Mediterráneo.

Rafael Alberti, poeta y pintor. Y, sobre todo, un hombre cabal. *