GUERRA ESCONDIDA POR EL PETROLEO
La OTAN, se recordará, hizo una guerra contra Yugoslavia, a la que aún hambrea con su bloqueo. Kosovo, como se recordará, es una provincia de la República Serbia, que ahora está ocupada por la OTAN (la cual incluso hace circular una moneda extranjera, el marco, y ejerce el poder en función antiserbia).
A pesar de ese precedente reciente y de la enorme campaña de los medios de información sobre lo que éstos llamaban genocidio de kosovares albanófonos, Rusia, que es miembro del Grupo de los 8, del cual forman parte todos los miembros importantes de la OTAN, ahora bombardea, ocupa, destruye la República Autónoma de Chechenia, que forma parte de la Federación de Repúblicas de Rusia, matando civiles en fuga, sin que ni la prensa que llamaba a ocupar Yugoslavia ni los gobiernos digan nada serio al respecto, ni se pregunten el porqué de este sistema organizado de dos pesos y dos medidas, según el cual el presidente ruso Boris Yeltsin sería un patriota y el yugoslavo Slobodan Milosevic, en cambio, un monstruo criminal de guerra.
Rusia quiere dominar la pequeña república caucásica porque quiere dominar toda la región. El domingo se vota en Georgia, el país de Eduard Shevardnadze, ex ministro de Relaciones Exteriores de la ex Unión Soviética, y allí los separatismos y las luchas interétnicas están a la orden del día, así como el repudio al Kremlin. Este, por otra parte, le juega al cristianismo georgiano y armenio para contrarrestar a los grupos islámicos, predominantes en Azerbaiján y en el Asia Central ex soviética al igual que en Chechenia y Osetia.
Ahora bien, Azerbaiján es un gran productor de petróleo, que Turquía, país islámico, y el protector de ésta, Estados Unidos, querrían llevar a través del Mar Caspio hacia tierras turcas y manos petroleras estadunidenses. Azerbaiján, al mismo tiempo, está en guerra virtual con Armenia y los armenios no olvidan el primer gigantesco genocidio de este siglo, cuando los turcos mataron a un millón de hombres y mujeres, o sea, dos tercios de su pueblo. Por lo tanto, ven la mano de Turquía detrás del islamismo de sus vecinos y se apoyan en Moscú.
El reciente atentado en el Parlamento armenio, obra de ultranacionalistas que consideraban al gobierno local demasiado blando con los turcos (en realidad, azeríes), muestra la inestabilidad en la zona, que el enviado especial de Washington trata de reducir, con sus constantes e incansables viajes entre Bakú, la capital de Azerbaiján, y Ereván, la de Armenia, con la esperanza de desviar el petróleo de su ruta actual hacia Europa, pasando por Rusia, hacia una nueva ruta islámica, turca o incluso afgana.
Para colmo, Yeltsin preside un gobierno corrupto y marcado por la mafia, pero en las próximas elecciones presidenciales rusas podría ser remplazado por personajes más nacionalistas, menos dóciles. De modo que la cautela se impone en Washington y entre los aliados de éste, que cierran los ojos ante las matanzas en Chechenia y se dedican a pelear a cuchilladas por el petróleo ruso, pero bajo la mesa. La atroz e infame guerra de conquista pasa, pues, relativamente inadvertida y nadie habla de lo que está detrás. Hay alianza y sordo conflicto armado entre Moscú y Washington. Todo es negro, como el petróleo y, una vez más, la legalidad internacional es pisoteada, cuando les conviene, por las grandes potencias, y la ONU mira hacia otro lado.
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