Angeles González Gamio
Siempre vivos
Los muertos que son recordados permanecen vivos en la mente y los corazones de quienes los aman o admiran y cobran vida para las nuevas generaciones. La conmemoración del Día de Muertos es un diálogo con el más allá; al margen de las creencias religiosas, es un acto de comunicación con los que nos antecedieron en el camino al Paraíso, el Purgatorio, el Mictlan, el Nirvana, la Nada o el sitio que cada quien escoja. Lo importante es recrear a la persona amada, revivir momentos, experiencias y, Ƒpor qué no?, echar una platicadita, al fin que el espíritu todo lo puede.
Da gusto ver que la tradición de colocar ofrendas para recordar a los muertos cobra fuerza en la ciudad de México. Cada año, más sitios muestran estos voluptuosos altares, perfumados con doradas flores de cempasúchil, el aterciopelado color vino de la garra de león o la alba nubecilla que prevalece en los retablos para niños. Su aroma compite con el del copal que queman pequeños braceros. No faltan las calaveras de azúcar con sus vivaces ojillos de papel plateado, los panes de muerto, las veladoras, las aguas coloreadas. En muchas ofrendas aparecen las viandas y los licores que gustaba el difunto, así como su foto, acompañada de imágenes de santos que bendicen el festín. Todo ello sobre mantel bordado o de papel picado.
En algunos casos estos altares alcanzan niveles de obra de arte, como el que instala el Claustro de Sor Juana, bajo la dirección de la talentosa pintora y restauradora Laura Arellano. Dedicado a la genial poeta, ocupa el antiguo Templo de San Jerónimo, presentando una fastuosa pirámide cubierta de flores y espejos, reminiscencia de los túmulos funerarios que se erigían en la Nueva España con motivo de los funerales de reyes y reales infantes de España.
Papel importante tienen las calaveras de monjas jerónimas, que recrean el ambiente en el que Sor Juana escribió la mayor parte de su obra literaria. Otra característica de esta ofrenda son los espejos, soporte de un rico simbolismo: la verdad, la sinceridad, los contenidos del corazón y la conciencia.
Igualmente originales y simbólicas son las esferas que lo adornan y representan la plenitud del logro, la perfección del ciclo cumplido y, sin duda, son imagen de la armonía.
Explica la autora que la pirámide es un símbolo ascencional y representa la existencia. Es imagen del desarrollo espiritual y tiene la doble significación de la integración y de la convergencia. La reunión de símbolos explica la síntesis del ser mexicano como encrucijada de mundos diversos que tienden a la unidad, logro de Sor Juana, plasmado en su vasta obra.
Este año el Zócalo capitalino muestra una impresionante ofrenda monumental en cuya realización participa la ciudadanía: cuatro cruces elaboradas con 15 toneladas de flores de cempasúchil y 400 tumbas simuladas rodeadas de veladoras.
El museo-mural Diego Rivera, ubicado a un lado de la Alameda, recuerda al extraordinario pintor con hermoso altar de muertos, y el museo José Luis Cuevas en su soberbio patio neoclásico rinde homenaje al lápiz con una ofrenda dedicada a "los lápices difuntos".
Para el altar particular, el recién reabierto Fonart, en la avenida Juárez, tiene bellos objetos de muertos con š25 por ciento de descuento!: entierritos con figuras de cabeza de garbanzo, soberbias piezas de barro de Metepec en las que el clásico árbol de la vida se torna en árbol de la muerte con coloridas calacas. Diminutos féretros de cartón con su sonriente muertito que asoma al jalar un cordón, papel picado en decenas de formas, cartonería y muchos objetos más que maravillan por su hechura y gracia.
Complemento esencial en las conmemoraciones de los muertos son las viandas alusivas: tamales, mole, camotes, tejocotes en almíbar, calabaza en tacha, pan de muerto, calaveritas de azúcar, chocolate y amaranto y lo que se estila en cada región del país, pleno de tradiciones riquísimas. En el Centro Histórico de la ciudad de México se degustan en los tradicionales restaurantes: la Hostería de Santo Domingo y el Café de Tacuba, ambos espléndidos.