La Jornada domingo 31 de octubre de 1999

Marco Rascón
Los paisajes del futuro y la seguridad en la ciudad

EL PAISAJE DE LA SEGURIDAD no lo dan patrullas, armas, cascos y escudos, sino varillas, cemento, producción, comercio y una actividad económica intensa dentro de la ciudad.

El detonador económico por excelencia es el presupuesto y el gasto público orientado a generar y crear actividad económica no en la cúpula, sino en la base social. Dirigir el presupuesto hacia la construcción de una economía local, genera inmediatamente una base sólida para una política social consistente y más allá del asistencialismo, que hoy domina aun en el campo de sectores democráticos "que quieren hacer algo por los pobres" desde una visión conservadora.

Es necesario impulsar con dinamismo las áreas centrales de la ciudad de México o de lo contrario los problemas seguirán acumulándose sin cesar. Los 8.7 millones de habitantes del DF somos parte de una población circunvecina de 9 millones (en seis años será de 15 millones), de los cuales 3.5 millones viven afuera, pero trabajan aquí y dan a la ciudad riqueza, estabilidad y fuerza. La lógica económica ya rebasó el esquema político y constitucional; al mismo tiempo que somos una población de 17 millones integrados de manera concéntrica, buena parte de la metrópoli tiene comunicación directa con la globalización.

Todo lo que se pueda y quiera ver como "problemas del DF", en realidad sólo representa 25 por ciento del problema general, ya que el aire no reconoce fronteras entre el estado de México y el DF; las fuentes contaminantes fijas y móviles impactan a toda la cuenca y por eso se requiere de un orden metropolitano para transporte, industria, construcción de vivienda, espacios centrales, usos del suelo, áreas de conservación, patrimonio histórico y cultural, abasto, energía, agua, drenaje y seguridad.

No obstante, las fuerzas políticas mantienen una actitud pueblerina, un regionalismo político, mientras la metrópoli exige una visión amplia en torno a esta concentración humana tan grande, noble y prudente que vive en la ciudad.

En estos dos años de gobierno cardenista, y lo que falta, se han desarrollado importantes bases desde esta visión amplia; sin embargo, la conciencia política aún no avanza hacia la identidad y la planeación metropolitana. Siendo tan grande el DF y sus problemas, no nos hemos dado cuenta de que somos una de las menores dificultades. Si falla el ritmo económico, las contrariedades podrían aumentar; ya desde ahora empiezan a percibirse debido a la pobreza agravada luego de las inundaciones en Puebla, Hidalgo, Veracruz y Tabasco, que han generado en las últimas semanas flujos migratorios y busca de empleos en la industria de la construcción.

En este sentido, el mejoramiento administrativo será punto de atracción y crecimiento, y la única posibilidad es crecer hacia adentro, vertical y ordenadamente, protegiendo y promoviendo. Detenernos por conservadurismo en la política social o económica o por la aplicación recesiva del presupuesto podría generar graves problemas derivados de la contradicción atracción-rechazo que ejerce la ciudad en todo el país.

Con todo respeto para las almas conservadoras, la sobrevivencia de la ciudad impulsa y ya no detiene los procesos económicos. En este sentido, ya no está en discusión la transformación y el crecimiento, sino en qué forma y hacia dónde, y esto debe ser punto de alianza, no de desencuentro entre gobierno, actores económicos y ciudadanía.

Bajo estos principios, estaremos llegando al problema de fondo y sentando las bases de una política social que beneficie a todos e impacte sobre la población vulnerable que hasta ahora es el centro de atención del asistencialismo, que sólo constituye un remedio superficial frente a la magnitud y el agravamiento actual y futuro de la pobreza urbana.

La ciudad del nuevo siglo debe tener objetivos de largo plazo, consenso para decidir hacia dónde caminaremos y ello requiere construir una fuerza social democrática capaz de mover el andamiaje del viejo régimen y sus estructuras económicas y culturales, que hoy impiden a la ciudad desarrollarse como ente vivo.

Estamos a la mitad del río y aún no vemos nuestra orilla próxima. Construirla es construir un nuevo ciudadano, un verdadero defensor no sólo de sus derechos, sino de los derechos de todos como garantía de los propios.

Para alcanzar todo esto, el gobierno próximo deberá ser profundamente popular, generador de energía y movilidad social; creador de expectativas e imaginativo para integrar y convencer de que el conflicto que se deriva de vivir en un barrio o en una colonia clasemediera, deberá ser compartida por la actividad económica que hace posible la ciudad.

Ese es el paisaje de la seguridad y del futuro de la ciudad de México; lo otro es tener un horno crematorio en la cabeza para acabar con los vecinos. *

 

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