Jaime Martínez Veloz
ƑDespués del domingo, qué?
FARSA, SIMULACION, ENGAÑO, acto desesperado, experimento democrático o resultado de un nuevo PRI. Todas estas frases y etiquetas han sido aplicadas en algún momento al proceso interno que culminará una de sus más importantes etapas con la votación del próximo domingo. Al final de ese día se ha prometido dar a conocer al ganador y, por lo tanto, futuro candidato priísta a la Presidencia de la República.
Como quiera que se juzgue el procedimiento seguido por el PRI, debe reconocer que tuvo la virtud de darle la iniciativa política y ser el punto de atracción más constante en los medios durante los últimos meses. Una buena parte de los ciudadanos han seguido los enfrentamientos, desplantes, promesas y hasta los chistes de los cuatro precandidatos priístas. En un tiempo, las autoproclamada Alianza por México disputó esa atención, antes de diluirse, debido a los intereses particulares de sus principales impulsores.
Sin embargo, el éxito promocional y el alto rating no han logrado modificar la realidad del PRI. Tras muchos recursos y horas hombre gastados en actos y publicidad, las precampañas no lograron alcanzar plenamente dos objetivos básicos. En primer lugar, se trataba de darle credibilidad y fuerza al candidato ganador. Para lograr esto había que mostrar que tantos los aspirantes como el propio partido marchaban autónomos del Ejecutivo. Al mismo tiempo, era menester dejar claro que se garantizaba la equidad y la transparencia del proceso, amen de que las instituciones tricolores eran capaces de operar un esfuerzo de esta naturaleza. La combinación de todas estas características hubiera sido la mejor garantía de que la elección del candidato presidencial significaba un cambio indudable. Ninguna de estas características necesarias se cumplió. El Presidente de la República intervino desde el principio hasta el final. Fue él quien propuso el esquema general del proceso y ha sido también él quien intervino al final, para tratar de calmar los ánimos de labastidistas y madracistas. Al mismo tiempo, no hubo equidad ni transparencia en apoyos financieros, humanos y materiales. Francisco Labastida y Roberto Madrazo tuvieron ostensibles ventajas sobre Humberto Roque y Manuel Bartlett. Las instituciones priístas también fallaron. Se mostraron incapaces de frenar cuestiones tales como la "carga" o el golpeteo y los insultos. La mejor muestra del fracaso de estas instituciones encargadas de supervisar y vigilar el procedimiento se llama Roberto Albores.
El segundo objetivo era sin duda el crear o atraer una base social numerosa desde la cual iniciar una campaña con éxito rumbo a la Presidencia. Este objetivo sólo se ha cumplido parcialmente y su efecto benéfico puede volatilizarse rápidamente en caso de una ruptura o un fuerte reclamo poselectoral. El presidente del CEN ha calculado que podrían votar seis y medio millones de mexicanos. Algunos integrantes de los equipos de precampaña han echado las campanas al vuelo y hablan de cifras mayores, de hasta ocho o nueve millones de votantes. Lo cierto es que por los volúmenes de recursos empleados, probablemente de alrededor de 200 millones de pesos si atendemos los límites establecidos, deberemos esperar no menos de cinco millones de votantes, a razón de 40 pesos por voto. Cualquier cifra debajo de este cálculo será sinónimo de fracaso, sin importar si queda Labastida o Madrazo en el primer lugar. Sin embargo, aún una cifra mayor o mucho mayor a los cinco millones de votos debería ser tomada con cautela. A pesar de que no se presentara una ruptura, un conflicto poselectoral, podría alejar a una buena proporción de los votantes que sufraguen por los precandidatos perdedores. No sería difícil que estos votantes se inclinaran por un candidato opositor en las elecciones federales del 2000.
Todo indica que el ganador de la contienda será el ex gobernador sinaloense Francisco Labastida. Este triunfo se explicaría sobre todo a partir del peso de la estructura del PRI y de manera importante por la agresiva campaña de Madrazo, que a la postre le está siendo contraproducente a la imagen del tabasqueño. Por otro lado, si alguna vez hubo un riesgo de ruptura, éste se ha minimizado. Es difícil, que los resultados del domingo acaben en decisiones importantes, pero la posibilidad de una difícil negociación poselectoral es real. En este escenario se abre ante el PRI un doble reto. Por un lado, hacer un esfuerzo para conservar la unidad del partido sin que se acepten chantajes costosos que a larga tendrían un efecto similar al de una ruptura. Por otro, que el candidato ganador tome la poca o mucha fuerza que el proceso interno le otorgue para desde ahí construir una oferta política distinta a la seguida por las últimas administraciones federales. Es decir legitimarse no ante el Ejecutivo o la dirección del PRI, sino ante la sociedad y las bases priístas que, pese a todo, existen.