La Jornada miércoles 10 de noviembre de 1999

Amparo Martínez Arroyo *
Desastres naturales: opciones de futuro

Los recientes desastres en nuestro territorio son naturales sólo por su origen, pero la explicación sobre su efecto hay que buscarla, cada vez más, en la planificación y calidad de los asentamientos humanos, la destrucción ecológica, el deterioro ambiental y la falta de organización social para enfrentarlos.

En nuestro país parece un riesgo aceptable el que grandes segmentos de la población vivan en condiciones de vulnerabilidad extrema, aunque sea evitable. Sólo eso explica el que a finales del siglo XX todavía contemos en millares a nuestros muertos por desastres naturales.

Las tragedias propician momentos en los que las sociedades pueden disponerse a actuar. Los sismos del 85 incrementaron la percepción del peligro colectivo y dieron un fuerte impulso social e institucional a actividades de prevención y protección civil. Hoy, la fuerza destructiva de sismos y del agua, manifestada en más de seis estados del país, nos proporciona una dolorosa coyuntura para impulsar, a manera de gran cruzada, un Programa Nacional de Restauración y Prevención, que permita aprovechar la predisposición colectiva para evitar coordinadamente que la tragedia se repita en el siguiente ciclo estacional.

No sólo es la reorganización de las viviendas. Es la calidad ambiental con las toneladas de basura y residuos más o menos tóxicos arrastrados por el agua desde tiraderos a cielo abierto, talleres, depósitos de agroquímicos, instalaciones industriales (PEMEX y CFE incluidas) y depositadas ahora en los suelos, ríos, pantanos, lagunas, playas. Son las cosechas perdidas y los terrenos que quedarán afectados por erosión hídrica y contaminación. Son desde pastizales hasta pequeñas industrias destruidos.

ƑNo sería un buen momento para reordenar el uso del territorio desde el nivel municipal, impulsando la participación de la población local en la evaluación de los daños y las propuestas para enfrentarlos? Ƒpara emprender la restauración de los manglares, favorecer la regeneración de suelos, o impulsar la industria del reciclaje a nivel local y nacional, creando con todo ello empleos para los propios damnificados?

Una acción coordinada a nivel nacional permitiría integrar los conocimientos producidos por científicos mexicanos sobre ecosistemas, sociedad, economía y cultura, además de rescatar muchos conocimientos y propuestas sobre nuestro territorio dispersos en diversos programas gubernamentales, privados y de organizaciones sociales. Permitiría aliviar la emergencia actual a la vez que planificar la restauración con visión de futuro, tomando en cuenta las características generales y particulares de riesgo ambiental en cada región.

Después de la experiencia del desastre, la población estará mucho más dispuesta a colaborar y a adoptar hábitos distintos que cuando ya esté tratando de olvidar lo sucedido o desconfíe de las soluciones generadas por los poderes locales.

Un programa estructurado con amplia participación podrá aprovechar y vigilar mejor los recursos que ya se están destinandos por diferentes vías, además de aumentar las posibilidades de conseguir fondos internacionales a través de los diferentes organismos participantes. A nivel mundial esta sería, por su magnitud, una tarea pionera y ejemplar que empezaría a suavizar los críticos escenarios que pronostica nuestro futuro globalizado.

Un programa nacional con participación de los sectores público, privado, académico, ONG, población civil, organismos internacionales y medios de comunicación podría adelantar el cumplimiento de los planes preventivos en varios años.

En este sentido, se podrían instrumentar en corto plazo propuestas como las del diputado Pablo Gómez de sustituir el actual servicio militar por un entrenamiento de protección civil o ampliar la cobertura de los programas de la SEP sobre riesgos ambientales y la participación escolar en la identificación y prevención de éstos en cada comunidad. El Conacyt podría estimular la participación de la comunidad científica creando un proyecto especial para el efecto, además de empezar a analizar la creación de un Centro Nacional de Investigación en Ciencias Ambientales, realmente interdisciplinario y de alto nivel, que genere conocimientos y construya alternativas viables para cada rincón de nuestra geografía.

Hagamos un esfuerzo coordinado por no resignarnos a que en nuestro país todo se reconstruya mal, de manera improvisada y caótica, a que los albergues "provisionales" sean viviendas durante quince años, o hasta que el próximo desastre los alcances; a que, para colmo, todo suceda en "año de Hidalgo", y a la incertidumbre de continuidad de funcionarios y proyectos se sume el interés inmediato de conseguir votantes, deshaciendo toda planificación racional.

No esperemos a la próxima tragedia, optemos ahora por construir una sociedad con mejores mecanismos de respuesta ante las catástrofes y con más elementos para prevenirlos. Un mejor futuro sólo será posible si logramos construir, de manera inteligente y generosa, un mejor presente.

 

* Investigadora del Centro de Ciencias de la Atmósfera de la UNAM