La Jornada miércoles 10 de noviembre de 1999

Bernardo Bátiz V.
La otra corrupción

Hay una faceta o vertiente de la corrupción que es muy conocida en nuestro país (y en otros), y tiene que ver con el dinero mal habido, con la disposición personal de recursos públicos para fines privados y con la desviación de fondos.

Esta forma de corrupción, que hoy se repudia, hubo un tiempo en que se toleró y hasta se aceptó socialmente como natural y común y corriente.

Llegó a tener sus apotegmas que se repetían de boca en boca, con una sonrisa y un halo de prestigio. "Vivir fuera del presupuesto es vivir en el error". "No me den, pónganme donde hay". "Un político pobre es un pobre político". Y hasta el ilustre Gabriel Vargas puso en boca del poeta Avelino Pilongano una frase célebre de ese jaez: "El trabajo honrado hace al hombre jorobado".

Antes de las crisis recurrentes y del empobrecimiento generalizado se toleraba que los políticos se enriquecieran y hasta se les elogiaba: "Está bien que robe, pero no tanto"; o bien, refiriéndose a un presidente que fue el "clásico" del enriquecimiento inexplicable: "Robó mucho, pero repartió mucho"; "robó mucho, pero hubo inversión y la economía creció".

Esa corrupción monetaria, crematística, que tolerábamos y que pretendemos ya no tolerar, a pesar de la aprobación del Fobaproa y de las fortunas del hermano incómodo ocultas en bancos extranjeros, es, sin embargo, consecuencia de otra que le sirve de respaldo, que le antecede en el tiempo y que es su causa.

Esta otra corrupción es la mentira, el disimulo, el engaño, el presentar las apariencias como verdades, y consiste en construir escenarios y decoraciones que ocultan a los ojos de todos lo que realmente sucede.

Todo mundo recuerda a un gobernador del estado de México que gastó hectolitros de pintura blanca y pintó (no sé si cobró esa pintura) las fachadas de las pobres casas de adobe de los habitantes de villorrios y pueblecitos por donde pasaban las carreteras de su entidad. Así, los automovilistas circulaban entre risueñas casitas blanqueadas en el exterior, sin tener idea del interior, ni ver las otras casas más alejadas del camino, que estaban igual que hace mucho, carcomidas y pardas.

La apariencia para esta forma de corrupción es importante, más que la eficacia, más que la verdad, más que la realidad, y esta forma de engañar se generalizó también, se extendió por todo el territorio nacional y no hay mexicano que no haya oído hablar de los muebles ambulantes que llevaban de escuela en escuela, y que duraban en ellas sólo el tiempo preciso para la inauguración y para la foto.

Toda esta larga tradición viene a cuento, hoy, por lo dudoso de las elecciones internas del PRI. ƑFueron una pura apariencia? ƑO hubo pleito real? ƑO fue todo simulado? Con eso de que uno de los apotegmas del cinismo reza que "en política todo se vale", Ƒnos habrán tomado el pelo a todos los mexicanos?

Me temo que sí, porque nadie cree en 10 millones de votos con casillas vacías y con el ánimo de los ciudadanos por los suelos.