La Jornada miércoles 10 de noviembre de 1999

Víctor M. Godínez
ƑUna nueva era política?

El uso crítico de la razón es un valor cultural muy difundido, aunque poco apreciado cuando se emplea en el análisis de las cosas que nos conciernen directamente, sobre todo en política. Reconocemos como válida la crítica que se acomoda al interés propio, pero descalificamos con facilidad a quienes piensan diferente. Abundan los casos que podrían ilustrar esta regla. Por ejemplo, el despliegue de poder y uso de recursos que fueron exhibidos por el PRI en la reciente selección de su candidato presidencial, llevó a un número muy grande de expertos a descubrir no tanto un aggiomamiento de los métodos del viejo aparato partidista como un hecho de enorme trascendencia histórica para el país. Tal vez tengan razón, pero todavía es muy pronto para calificar tan categóricamente un hecho contingente y sobre el que todavía se carece de información detallada. La idea de que México ya no será igual después de las elecciones priístas cobró tal fuerza en algunos medios de opinión que aquellos que osen ponerla en duda se vuelven incómodos y son desconsiderados explícita o implícitamente por la gente ''bienpensante'' o políticamente correcta --algunos indicios de esta forma velada de la intolerancia aparecieron ya, por cierto, en las tertulias políticas de la radio y la televisión.

La certeza de que el domingo pasado dio inicio una nueva era de la política en México parece haber sido asumida, con sorprendente rapidez, por no pocos expertos, comentaristas y profesores de ciencia política. Pero se trata tan sólo de una afirmación que por ahora carece de sustento, que no se apoya en ninguna evidencia contundente y que sólo se avala en la convicción de quienes se adhieren a ella. Es natural que así lo crean los agentes y los operadores políticos del PRI y del gobierno: ello forma parte de su estrategia electoral. Fuera de este ámbito, sería sano guardar un poco más de sangre fría y observar los acontecimientos con un escepticismo similar al practicado en su momento por Raymond Aron: equilibrando nuestras convicciones con la duda.

Ante la avalancha de certezas que ha provocado en algunos el despliegue impecable e implacable del aparato priísta, el espíritu de cuestionamiento desarrollado por el autor del Opio de los intelectuales es recomendable. Plantear preguntas, más que hacer afirmaciones, fue un procedimiento utilizado fructíferamente por Aron en su vasta obra de comentaristas y crítico político. Ello le permitió siempre arrojar luz nueva --crítica, no conformista-- sobre los problemas. Son célebres sus posiciones a contracorriente, que el tiempo casi siempre se encargó de validar como certeras.

La renuncia al pensamiento crítico es una de las contrapartes del grosero pragmatismo en que se agota el horizonte político de nuestros días. No es necesario recurrir al fácil expediente de la condena moral para rechazar ambas posturas. Precisamente, Aron, que postulaba la necesidad de una ''política instrumental'' en la que se antepusiera lo posible a lo deseable, desenmascaró el cinismo de los responsables políticos y sus expertos y comentaristas, para quienes el fin siempre justifica los medios. Y si algo hizo Aron fue --precisamente-- examinar con lupa los medios utilizados, poniendo en duda las certezas fabricadas por los otros.

Es muy probable que las elecciones internas del PRI destierren de ese partido el mecanismo casi unipersonal con que históricamente designó a sus candidatos. Lo que ya no resulta tan evidente es que esa jornada también marque la erradicación de las prácticas políticas más deplorables del aparato de poder fundado hace más de 60 años, ni mucho menos el desmantelamiento de sus múltiples y complejas imbricaciones con las estructuras de gobierno a escala federal, estatal y municipal. La probable desaparición del dedazo será seguramente una buena noticia para los militantes y simpatizantes del PRI. La abolición del uso y abuso de las estructuras y recursos gubernamentales para fines partidarios, en cambio, lo sería para todos los mexicanos. Tal vez, entonces, sí que estaríamos ante el nacimiento de una era de la política mexicana.