Luis Linares Zapata
Contaminación
EL PRI HA RECIBIDO de la sociedad una fuerte infusión democratizadora. El problema de ajuste, la derivada modernización y la necesaria respuesta a esa presión ciudadana correrá a cargo de toda su estructura pero, sobre todo, de sus dirigentes. Al mismo tiempo, será un reto para los demás partidos que le disputan el escenario político del país. Los 8 millones de votantes (con 88 por ciento computado) es un formidable respaldo que impide cualquier denostación o ninguneo simplón o corajudo. Las frases de cajón para restar mérito o importancia al fenómeno dominical acontecido, caerán en el almacén de los olvidos y las estupideces. El análisis y la crítica tendrán que hacérsele sobre bases actuales, usando instrumentos y perspectivas que abarquen a esta nueva realidad que se ha hecho evidente. La participación del electorado está indicando y requiere para apreciarse y ser enjuiciada, de una mentalidad que la respete y se adecue con ella.
No se pueden olvidar, con esta prueba de civilidad, todos los agravios anteriores. La inequidad de recursos, los múltiples apoyos, ilegítimos unos e ilegales otros, recibidos del gobierno y de la organización corporativa social y privada, son factores que aún siguen presentes de numerosas cuan vistosas maneras. Las mapacherías y los fraudes continúan activos y ofenden los derechos ciudadanos. La concurrencia desproporcionada de votantes en Veracruz y el Edomex lo confirman. Salieron, esos estados y para no variarle el cause a sus "operadores", con el acostumbrado domingo siete: ambos superan, hasta duplicarla (Edomex), la afluencia obtenida en el DF que es un punto de referencia inevitable y válido. Similar reclamo, aunque con menores cantidades de votos adicionados, puede hacerse a Oaxaca, Chiapas o Jalisco. Es decir, esta primaria priísta no estuvo exenta de las trapacerías de siempre. Pero ello no oculta ni disminuye la concurrencia masiva a las urnas y la aceptable normalidad de las demás entidades. Las votaciones recibidas por los cuatro contendientes guardan debidas proporciones. Las huellas de los caciques y demás gobernadores no discrepan de las entidades bajo administraciones de la oposición y hasta las desviaciones de Tabasco, Puebla o Sinaloa son explicables.
Caso aparte puede alegarse de la contribución de los medios electrónicos para abultar la calidad y los alcances del ensayo partidista. La faena comunicativa fue formidable y su injerencia, tanto para concitar a la población como para darle realce y hasta exagerar lo sucedido, no tiene parangón con ningún otro esfuerzo electivo.
Aun con todas estas salvedades, lo que aconteció ha contaminado de modernidad a una parte sustantiva y medular de la estructura y la cultura priísta. Los retobos y premoniciones de personajes como Martínez Domínguez o La Güera Rodríguez Alcaine, han quedado sepultados. Pero a los enclaves y militantes abiertos y propicios al cambio los ayudará. Los contrapesos que se le introducen al liderazgo, antes personalizado y dictatorial que marcaba al PRI, son considerables. Madrazo puede recargarse en sus dos millones y pico de votantes y Bartlett o Roque, sacar a relucir, cada uno, su medio melón a la hora de disputar áreas de influencia, fijar derroteros o distribuir posiciones. Y los tres pueden vanagloriarse de su militancia y profesionalismo al aceptar la derrota y sumarse a la contienda venidera. Nada hay de reclamable por resguardar los propios intereses. Este acto unitario de disciplina, es una etapa que supera los pleitos y las rupturas que se han venido observando en la oposición y es un signo adicional de la inevitable y hasta deseada, disidencia interna de los partidos.
Labastida, con todo y su oficialismo a cuestas salió victorioso de la competencia. Ello no le añade atractivos súbitos y esplendorosos ni le injerta un carisma de redentor o se transfigura en el líder nato de otros tiempos. Eso es, precisamente, algo que se ha ido para siempre y en lo que deben pensar detenidamente Cárdenas y, sobre todo, Fox. Lo cierto es que el PRI saldrá de campaña con un bagaje considerable frente a partidos que no portan similares credenciales. El PAN juntó unos cuantos miles para elegir a su abanderado y el PRD se amarró a una sola opción. Se impidió la formación de una alianza que se visualizaba, y con válidas razones, como una etapa, una estación ciertamente temporal y precaria pero prometedora, de la transición democrática. No se pudo concretar y los costos pueden muy bien empezar a tomar forma y contenido. Este domingo el PRD irá a su primaria en el DF y ello apuntará, de nueva cuenta, hacia experiencias y similares. Ojalá sea un ejercicio digno de un partido que tiene ya ciertos y claros reflejos democratizantes y talento para perfeccionarlos.