Guillermo Almeyra
Cuba: las nubes negras/I
Desde fines de los años ochenta Cuba vive una grave crisis que, en 1993-94, la puso al borde del colapso. Desde entonces tocó fondo y ahora está en un lento proceso de recuperación económica que le ha permitido recuperar casi un tercio del terreno perdido con la brutal reducción a la mitad de su producto interno bruto. En algunos sectores, particularmente en el campo, la situación sigue siendo muy difícil pero no es ya desesperada y presenta signos de mejora. Pero la crisis cubana no es sólo económica, sino que es también política y social e incluso una crisis moral. Y en esos terrenos la situación sigue siendo peligrosa. Es más, es ahí donde se ciernen las nubes más negras sobre el futuro.
Políticamente, en efecto, el gobierno goza indudablemente de un consenso mayoritario. Pero éste no se basa en un apoyo irrestricto a su política sino, más bien, en el temor a las consecuencias previsibles de un cambio de régimen. En una palabra, la mayoría de la gente no es socialista y ni siquiera revolucionaria pero sí es nacionalista y antimperialista. Ella conoce lo que les ha sucedido a los países del ex socialismo real, sabe que el capitalismo que le estaría reservado a Cuba sería, cuando mucho, el de Santo Domingo, no quiere que la estrella cubana sea una más en la voraz bandera de su vecino de Miami. Aunque la mitad de la población no ha conocido el periodo anterior a la Revolución y es inmune a la retórica del régimen, esa mitad está dividida, por un lado, entre un sector, todavía minoritario aunque creciente, que en su despolitización y desmoralización considera que cualquier cosa sería mejor al actual sistema y, por otro, en una masa de personas que desea cambios pero no a costa de su identidad y de su soberanía. Para ventaja del gobierno, el grupo primero es drenado constantemente por la emigración de balseros y de la intelligentzia crítica (que, por otra parte, el gobierno estimula con su hostilidad a esas capas, no forzosamente contrarrevolucionarias).
Pero la amenaza central para el gobierno proviene tanto de las transformaciones sociales y morales como del pragmatismo, insensibilidad y falta de iniciativa de las diversas tendencias que forman el grupo gobernante y que se enfrentan en una discusión sorda en la que Fidel Castro media y a menudo cambia de campo.
Una de las transformaciones principales es la introducida por la demografía. En efecto, la mitad de los cubanos tiene menos de 30 años. Eso quiere decir que, en el mejor de los casos, esos jóvenes vivieron como niños los luminosos setenta y los ya difíciles ochenta y, como adolescentes, la brutal crisis de los primeros noventa en la cual se derrumbaron los niveles de vida y los dogmas que conocieron en su niñez y la confianza en la infalibilidad del caudillo. Los nacidos en los ochenta, por su parte, sólo conocieron desastres. Esos jóvenes consideran, por otra parte, que las conquistas históricas de la Revolución no sólo son normales en cualquier parte del mundo sino que, además, les son debidas y están en retroceso. La carencia de informaciones reales y de credibilidad de los pobrísimos medios de comunicación les impide conocer la realidad mundial. La juventud, por consiguiente, que debería ser el futuro del sistema, no comparte en las ciudades, sobre todo en las que hay turismo extranjero de masa, los valores oficiales, es pasiva (y, en una parte, pasivamente hostil). La jineteras, los vendedores de droga, los lumpens de todo tipo, son sólo la espuma malsana de un pantano moral y social. La aspiración principal de los integrantes del mismo, que sólo se puede concretar consiguiendo dólares a cualquier costo, es vestir jeans o tenis de marca y los héroes son Michael Jackson o las Spice Girls.
A esta transformación se agrega otra: todos los que viven del turismo (meseros, industria hotelera, taxis, jineteras,etc) ganan mucho más que quienes trabajan en los sectores productivos agroganaderos o industriales. Junto con quienes tienen el "privilegio" de tener familiares anteriormente exiliados que les mandan dólares, forman un sector diferenciado y próspero. A ellos se agregan los pequeños campesinos individuales, que pueden vender en un mercado hambriento de todo. Los dolarizados y los campesinos no tienen ni los mismos hábitos ni los mismos valores y carecen de expresión política oficial, aunque su presión en el gobierno es grande, sobre todo porque el número de obreros y asalariados disminuye constantemente. De este mondo, aunque la desigualdad en Cuba es mucho menor que en otros países, ella está creciendo y eso tendrá su efecto en una sociedad donde el igualitarismo ha sido tan fuerte y ya hoy la corrupción se apoya en el sector dolarizado.