La Jornada domingo 14 de noviembre de 1999

Carlos Bonfil
Cuarto Festival de Cine Francés

Según Daniel Toscan du Plantier, presidente de Unifrance Film Internacional, organizador del Festival de Cine Francés que se presenta en Acapulco del 10 al 14 de noviembre, la intención primordial del evento es mostrar la diversidad y contrastes de la producción francesa más reciente, promover la difusión de ese cine en México y afianzar así los esfuerzos hasta hoy realizados. Ganar espacios de visibilidad y de algún modo proponer un contrapeso a la presencia apabullante del cine norteamericano en nuestra cartelera. Ese propósito ha sido invariable desde la creación de dicho festival y los resultados son tangibles. En México se ve cada vez más cine francés de calidad, los distribuidores se interesan en comprar más cintas europeas y coproducciones con participación gala, y la televisión difunde ciclos de cine francés (Eric Rohmer en el canal 22) o películas de exhibición azarosa, como La mujer prohibida, de Philippe Harel, o Final de agosto, principio de septiembre, de Olivier Assayas, en el canal 11.

Este impacto innegable debiera ser un argumento a favor de que el criterio de selección del festival, hasta hoy predominantemente presentativo, sea cada vez más riguroso. No basta con justificar lo exhibido señalando su éxito de taquilla en Francia, la distinción cultural del evento consiste justamente en ofrecer, como criterio principal, la calidad artística de las películas.

Si los organizadores perciben el éxito creciente del festival, convendría asimismo constatar un incremento en el nivel de exigencia de muchos de sus espectadores. Este año, los contrastes de calidad en las cintas presentadas es particularmente fuerte. La riqueza e intensidad dramática de La humanidad, de Bruno Dumont (La vida de Jesús) sólo subrayan la banalidad y el voyeurismo folclorizante de Mi padre, mi madre, mis hermanos y mis hermanas, de Charlotte de Turckheim, comedia sentimental que se convierte en ocioso catálogo de lugares comunes sobre las bellezas naturales de Cancún y el encanto animal de sus habitantes, los mexi-cons (o "mexi-nacos"). Por fortuna, el festival tiene mejores sorpresas: Romance, de la novelista y cineasta Catherine Breillat, es una indagación desinhibida y muy vigorosa de la sexualidad, de la apropiación del cuero femenino y de sus fantasmas eróticos ųuna cinta irreverente que cuestiona, con crudeza inusitada, los privilegios patriarcales. En el extremo opuesto, la realizadora Tonic Marshall explora en Venus Beauté (Institut) la tiranía del envejecimiento femenino y la tiranía no menor de los esfuerzos por mantener una apariencia de lozanía. La clínica de belleza como un Gran Hotel donde diariamente se rinde tributo al hombre, objeto de seducción y de extenuantes faenas de embellecimiento. En La dilettante, de Pascal Thomas, y en Rien a faire, de Marion Vernoux, las actrices Catherine Frot y Valeria Bruni-Tedeschi, respectivamente, construyen personajes muy sólidos que revelan con múltiples matices la vulnerabilidad y dificultades que enfrentan muchas mujeres en su inserción en el mundo laboral, y el impacto que este proceso tiene en su vida afectiva. Otros retrato femenino muy consistente es el de Karin Viard en Haut les coeurs, de Solveig Anspach, relato del esfuerzo de una mujer embarazada por sobrevivir a un cáncer mamario. La excelente actriz Véra Briole presenta en 1999 Madeleine, de Laurent Bouhnik, el itinerario de una empleada en perpetuo naufragio sentimental. El realizador de Zonzon adopta aquí un tono y un registro dramático muy distinto al de sus obras anteriores y el resultado es interesante.

En la selección del festival predominan las historias urbanas y la exploración del mundo femenino, se incluyen sin embargo dos visiones del mundo rural como epicentro de una cultura eminentemente patriarcal, ƑQué es la vida?, de Francois Dupeyron, y Los niños del pantano, de Jean Becker, la primera mucho más interesante y lograda que la segunda. Sorprende la incursión de una realizadora talentosa, Anne Fontaine (Lavado en seco), en el terreno de la comedia. Su cinta Agustin, rey del kung-fu no maneja, con la sutileza requerida, la confusión entre realidad y ficción que se apodera del personaje central, un fanático de las artes marciales, pero el intento por recuperar mitologías y jugar irónicamente con la presencia de Maggie Chaung, estraña del género chino, es apreciable, y en todo caso superior a la comedieta pseudo gay de Valéry lemercier, El trasero, la cual transita, junto con Mi padre, mi madre, etc., pero el mismo terreno de ingenuidad y humorismo fallido.
Este-Oeste, de Régis Warginer (Indochina), y Los hijos del siglo, de Diane Kurys, son aproximaciones muy azarosas a la recreación histórica; la primera, como melodrama de maniqueismo grotesco sobre la Rusia estalinista, y la segunda, como evocación demasiado convencional de una historia de amor "sublime", la de Alfred de Musset y George Sand. Delirio poético y pasión avasalladora, a un paso de Claude Lelouch. Una sorpresa estupenda fue Pas de scandale, la cinta más reciente de Benoit Jacquot, con Isabelle lluppert y Fabrice Luchini. Un industrial, acusado de malversación de fondos, sale de la cárcel y casi zozobra mentalmente en su difícil reapropiación de la realidad. Una lección de ironía y sobriedad narrativa.

Por último, una sorpresa más, el intento (fallido) por retirar a última hora una de las cintas mexicanas invitadas al festival, La ley de Herodes, de Luis Estrada. Las razones aducidas fueron inconvincentes, y si no se trató, como se alega, de un acto de censura, la impresión general fue la de un alarde innecesario de ineptitud burocrática.