Néstor de Buen
Una elección dudosa
La impresión general ųcon todas las reservas a que obliga el adjetivo "general"-- es que las elecciones del PRI para escoger al candidato presidencial no fueron creíbles. En primer término, por el número de votos que se dice fueron emitidos. En segundo lugar, porque la relación de los resultados formales con los antecedentes de la campaña no convence a nadie.
A mediodía del domingo 7, quienes se habían aventurado a votar, a pasar por algunos centros de votación para curiosear el ambiente, afirmaban que el triunfador sería el ausentismo. Ninguna cola, tres o cuatro personas cuando mucho por casilla, hacían presumir que el proceso iba a reflejar desinterés generalizado. La sorpresa vino, sin embargo, con los resultados anunciados por la noche que invocaban un triunfo aplastante de Labastida. Con la derrota de Madrazo y con un candidato que se fue en blanco.
Las cifras finales, que invocaron alrededor de diez millones de votantes, reforzaron las dudas como se ha comentado en esta nuestra casa y en otros medios de comunicación, particularmente en la televisión, donde Carmen Aristegui y Javier Solórzano hicieron cómputos interesantes que no permitían cuadrar los números anunciados.
Habría que preguntarse además si puede entenderse válida una votación sin credencial partidista o sin la exigencia, por lo menos, de que antes del voto se solicitara el ingreso al PRI. Y la respuesta no puede ser otra: los miembros del PRI no suelen tener con qué probarlo (por ejemplo en el caso de la CTM, cuyos estatutos convierten automáticamente en priístas a todos los trabajadores afiliados a la famosa central). Y, por otra parte, con el método seguido sería más fácil alcanzar un número mayor de votos. Convencimientos de último momento.
La diferencia impresionante entre los votos otorgados ųsegún la versión oficial-- a Francisco Labastida y los que cruzaron a favor de Roberto Madrazo tampoco convence. Porque aun cuando existía la convicción de que Labastida era el favorito, no importa de quién, muchos pensábamos que el impacto real de las respectivas campañas se reflejaría en una diferencia mínima.
Me cuesta trabajo, sin embargo, aceptar que todo ha sido un proceso artificial, simulado y adornado con las muy frecuentes acusaciones mutuas entre Francisco y Roberto, a veces secundadas, en planos más discretos, por Manuel Bartlett y Humberto Roque, para dar la impresión de un enfrentamiento rotundo y sin cuartel. Pero que, a fin de cuentas, no buscaría otra cosa que interpretar de mutuo acuerdo una comedia de democracia. Pero caben todas las sospechas.
De los cuatro candidatos, a quien conozco mejor, aunque nuestro trato ha sido muy escaso en los últimos años, es Roberto Madrazo. Le tengo desde hace años un afecto especial no exento de admiración crítica. Y la verdad es que no me da la impresión de que se haya podido prestar a jugar a las elecciones. Sin embargo el proceso hace pensar en una rotunda maniobra para acabar con el mito de la indicación presidencial que nadie duda ha estado vigente. Como también resulta posible que Roberto, el enemigo a vencer, haya sido la víctima principal.
Cabría, sin embargo, creer en la autenticidad de los resultados. Difícil de creer pero no imposible. Y entonces la conclusión resulta catastrófica. Porque lleva de la mano a la idea de que nuestro querido y votante pueblo rechaza el dedazo formalmente pero en cuanto puede ser alínea con él de manera rotunda. No se me olvida que los mexicanos que reelegían a Porfirio Díaz casi por unanimidad, pocos meses después de la última vez votaron por Madero con el mismo entusiasmo. Pero a lo mejor es como algunos mal pensados opinan que ciertos jueces no reciben consignas pero se las imaginan. O simple amor al poder.
Pero también a veces creo que los triunfos históricos del PRI, dejando a un lado todas las sospechas, se deben a un sentimiento profundo que lleva al mexicano a querer ganar alguna vez en la vida. Y para un pueblo que pierde en todo: subsistencia razonable, seguridad, democracia, futbol, etc., un triunfo aunque sea tan pírrico como el votar por el partido que siempre gana, podría ser un consuelo de muchas cosas.
Por supuesto que sin olvidar las viejas marrullerías como el monopolio en el uso de la bandera nacional o la idea general de que si gana el PRI, mi cuate o mi compadre o mi amigo me conseguirá chamba. Finalmente, es la lucha por la vida.