Existen en Cuba las bases sociales para una oposición no forzosamente contrarrevolucionaria, pero la oposición propiamente dicha es muy débil. No sólo porque emigra y así se desangra en el interior, sino también porque está de espaldas al país, al que no comprende, y porque tiene una visión totalmente deformada del régimen. Un ejemplo típico de esta ceguera sectaria son los extremistas de Miami o el mismo Carlos Alberto Montaner, que cree (o dice creer) que Fidel Castro es un dictador sangriento comparable a los peores franquistas o stalinistas.
Esta incomprensión de que el consenso de que goza el gobierno se basa en el repudio a los que quieren someter al país a Estados Unidos es, indirectamente, un factor de fuerza del gobierno cubano. Pero éste parece querer trabajar para crear una oposición que realmente no existe.
Por ejemplo, en vez de discutir en todo el país qué pide Cuba para la Cumbre Iberoamericana y para la próxima reunión de la Organización Mundial del Comercio de Seattle, en vez de hacer circular propuestas, ideas, un programa para América Latina y para Cuba para los próximos años, se limita a organizar una actividad burocrático-diplomática con los jefes de Estado, a los cuales se confunde con los pueblos respectivos ya que el partido se identifica totalmente con Fidel Castro y no tiene un papel propio en la diplomacia de masas. Para colmo, en lugar de responder con argumentos (que sobran) a los ataques y calumnias de los opositores, los reprime, dándoles así una aureola de mártires y perdiendo una ocasión de elevar el nivel político en el país.
El gobierno está paralizado, no por la eventualidad de la desaparición de Fidel Castro, que es el mediador en su seno, sino porque las tendencias contrapuestas que existen en su interior ni están realmente conformadas ni tienen programas claros sobre los cuales discutir. Grosso modo, una burocracia inestable y sujeta a cambios constantes decididos por Fidel Casto (como los que se realizaron en importantes ministerios en los últimos meses) está discutiendo si debe considerar las concesiones importantes hechas al mercado como algo transitorio y absolutamente nocivo o si, por el contrario, debe contar con algunos cambios importantes en la economía de mercado como algo positivo, pero contrabalanceando los efectos nocivos con medidas sociales. Aunque, como siempre en cualquier momento histórico, existan en Cuba sectores que podríamos llamar ``anexionistas'' a Estados Unidos, en el sentido de que juegan la suerte de la isla a una fusión con el mercado estadunidense, dichas capas no están representadas en la burocracia, a pesar de que la presionan. De modo que el contacto real entre el gobierno y el pueblo cubano es mediado por un aparato rígido y sin iniciativa y el papel individual, caudillesco, del propio Castro, tiende a pesar cada vez menos en la sociedad y en el propio aparato.
De ahí viene uno de los peligros fundamentales para el futuro del gobierno cubano: de su necesidad de cambiar profundamente, pero de su imposibilidad para hacerlo. Sólo una amplia movilización y participación política democrática de los sectores más sanos de la sociedad cubana podría contrarrestar los efectos política y socialmente nocivos de la inserción actual de Cuba en el mercado mundial.
El apoyo de todos los demócratas del mundo a la lucha por la autodeterminación y contra el bloqueo estadunidense, sin duda es necesario y cuenta, pero no es suficiente como factor renovador de la situación cubana.