Memoria indígena Ť
Ť Enrique Florescano Ť
Por más de cinco siglos los teotihuacanos multiplicaron los cantos que ensalzaron su ciudad. Al comenzar su tercer siglo era la metrópoli de mayor magnitud en el continente: abarcaba una extensión de 20 kilómetros cuadrados y reunía una población de más de 100 mil habitantes, compuesta por grupos étnicos que provenían de diversas partes de Mesoamérica. Para entonces la urbe que irradiaba los colores del Sol era la más famosa de Mesoamérica: los reinos vecinos se afanaban en imitar su arquitectura y muchos habían hecho suyos los dioses y símbolos de la gran ciudad.
Al igual que otras capitales mesoamericanas, Teotihuacán basó su prestigio en la ideología que la vinculaba con el origen del cosmos. En los cantos que los aztecas atesoraron sobre la ciudad mítica, se le recordaba como el lugar donde nacieron los dioses, comenzó la cuenta del tiempo y brotaron las generaciones humanas de una cueva en el interior de la pirámide del Sol. Esta colección de actos inaugurales era especialmente conmemorada en la ceremonia que celebraba el cumplimiento de un ciclo calendárico y el comienzo de otro. Teotihuacán fue quizá la primera urbe que imaginó un marco grandioso para esta conmemoración.
El fin de ese ciclo se hizo coincidir con el momento crucial en que nació el Sol y vivificó con su luz el universo. Ese día se extinguían todos los fuegos, de modo que la Tierra era otra vez dominada por las tinieblas, en una escenificación que imitaba los días que antecedieron a la primera aparición del Sol. Finalmente, cuando los sacerdotes anunciaban que el Sol no moriría, sino que retornaría otra vez, se encendía la hoguera del llamado Fuego Nuevo que simboliza el advenimiento de un nuevo ciclo de 52 años. Este acontecimiento era festejado con el sacrificio ritual de cautivos y con un festival que celebraba el inicio de una nueva cuenta del tiempo y la continuación de la vida para los pobladores del Quinto Sol. Los teotihuacanos debieron celebrar este acontecimiento con un fervor especial, pues habían interiorizado el mensaje de que ellos eran los custodios del equilibrio cósmico, el pueblo que tenía la misión de mantener la dinámica del mundo a través de los ritos establecidos por sus dirigentes.
Estos datos sobre los fundamentos de las sociedades mesoamericanas permiten ensayar una reconstrucción histórica y genealógica de las tradiciones que se refieren al origen del cosmos y el comienzo de los reinos. En la figura 40 he acumulado los datos que registran esas tradiciones. La cronología de las imágenes y los textos que narran el origen del cosmos y de los reinos mesoamericanos prueba, sin lugar a dudas, que los olmecas del sur de Veracruz y los toltecas de Teotihuacán fueron los primeros pueblos que integraron esas tradiciones en un relato coherente. Aun cuando la mayoría de los arqueólogos e historiadores reconoce hoy en la Tula de Hidalgo a la Tulán o Tollán primordial, las crónicas antiguas dicen enfáticamente que la historia de los reinos comenzó con los toltecas de Teotihuacán, es decir, en el primer siglo de la era actual.
Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, un historiador mestizo quien tuvo acceso a textos antiguos, compuso cinco relaciones históricas sobre los toltecas, que constituyen el material literario más rico que se ha conservado sobre ese pueblo. Estas relaciones, incluida la famosa Sumaria relación de todas las cosas que han sucedido en la Nueva España, invariablemente inician sus relatos con la historia tolteca, le atribuyen a éstos la mayor antigüedad en el Altiplano Central y exaltan la gloria del reino que tuvo por capital a Tollán.
Todo indica que en la antigua Mesoamérica el relato más celebrado era el que contaba el ordenamiento portentoso del cosmos, la creación de la Tierra, los seres humanos y el principio de los reinos. Al parecer fue Tollán-Teotihuacán la primera ciudad que canonizó este relato, lo inscribió en el códice que narraba el origen del reino y lo convirtió en el acto ancestral que se escenificaba al comenzar las fiestas del año nuevo, cada vez que se cumplían 52 años en su calendario y se festejaba el rito del Fuego Nuevo, y cada vez que se investía a un nuevo gobernante o se rememoraban los acontecimientos fundadores del reino. El relato del establecimiento del reino y el principio de la vida civilizada fue el himno más repetido en las antiguas capitales de Mesoamérica. Como se ha visto aquí, lo cantan todos los mitos cosmogónicos, lo escenifican las ciudades en el corazón de sus centros ceremoniales y lo rememoran sus innumerables calendarios. La repetición de este mensaje reiteraba la legitimidad del grupo gobernante y la desigualdad irrevocable que la fundación del reino había creado entre gobernantes y gobernados.
Un testimonio más de la amplia dispersión que tuvo esta tradición lo ofrece La relación de Michoacán, recogida hacia 1540. Dice este relato que el pueblo purépecha tenía una fiesta anual, llamada Equato Consquano o gran reunión, en la cual las más altas autoridades impartían justicia, se relataba el origen del reino y participaban los representantes más connotados del pueblo. Ese día el sacerdote principal se vestía con sus ropas más solemnes: se ponía una camisa "llamada Ucata Tararenguequa, negra, y poníase al cuello unas tenacillas de oro, una guirnalda de hilo en la cabeza y un plumaje en un trenzado que tenía, [...] y una calabaza a las espaldas, engastonada en turquesas, y un bordón o lanza al hombro". Así vestido entraba al patio central del palacio del Cazonci, donde se había reunido el gobernador y los mayordomos, el capitán general de la guerra y todos los caciques, así como los sujetos a quienes se iba a impartir justicia. Cuando concluía la ceremonia de justicia, relataba a su auditorio la historia prodigiosa de los orígenes de la nación, tal como lo describe La relación de Michoacán.
levantábase en pie aquel Sacerdote Mayor y tomaba su bordón o lanza y contábales allí toda la historia de sus antepasados: Cómo vinieron a esta Provincia y las guerras que tuvieron, el servicio de sus dioses. Y duraba hasta la noche que no comían ni debían él ni ninguno de los que estaban en el patio.
Como se advierte, el mito de la creación del reino es un relato que da cuenta de los orígenes y la naturaleza de la identidad mesoamericana. Se trata de una identidad fundada en la organización política del reino, construida sobre el legado de los ancestros fundadores, a quienes se atribuye la creación del linaje, el establecimiento del reino y la fundación de la dinastía gobernante. El mito de los orígenes del reino reitera que éste fue erigido por los dioses creadores del cosmos, quienes devinieron en sus protectores y custodios. Las cualidades de los ancestros y primero gobernantes del reino son el arquetipo de la civilización y del gobierno. Este mito establece asimismo la distinción entre el linaje noble de los gobernantes y la naturaleza servil de los maceuales. Mientras que los gobernantes fueron procreados por los dioses, la gente común nació para alimentar a éstos y obedecerlos.