* ƑLA FIESTA EN PAZ?
Confirmaciones
Leonardo Páez * En la memorable corrida del domingo 14 de noviembre en la desacreditada Plaza México, donde disminuyó la desorganización pero continúan la dependencia y el maternalismo, por encima de la apoteosis provocada por el excepcional torero a caballo Pablo Hermoso de Mendoza, navarro de 33 años, con diez de alternativa y 85 corridas en la reciente temporada española, hubo un común denominador: las confirmaciones.
Se pudo corroborar, por ejemplo, que este país, por más empeños que pone en incorporarse a la globalización en distintos sectores, no pasa de perico perro, es decir, de intentos fallidos por alternar con el añorado primer mundo en actividades que no atina a dominar por más que las conozca, incluido el espectáculo taurino.
Que la ex Alfaga y ahora Promotora Plaza México continúa con los mismos criterios empresariales que han reducido el espectáculo taurino a su mínima expresión: aumento desproporcionado de precios y disminución sistemática de la oferta de producto taurino, concretamente de toreros con imán de taquilla, sean estos buenos, regulares o malos.
Que por esa frivolidad o insensibilidad empresarial, avalada por autoridades, ganaderos, matadores, crítica y público, la dependencia taurina de México con respecto a España es cada vez mayor, hasta hacer que la actual temporada penda de tres alfileres extranjeros: Enrique Ponce, El Juli y ahora el rejoneador Pablo Hermoso de Mendoza.
Que en ese simulado intento de los alfagos por estimular la fiesta brava de México luego de nueve largos años de invertir dinero para hacer como que le dan continuidad a una tradición, actualmente sólo pueden ofrecer al público del DF un sólo torero con capacidad de competencia: Eloy Cavazos, diestro con 33 años de alternativa.
Que en este país, sistemáticamente engañado, hay una fe de carbonero que prevalece por encima de los abusos y las simulaciones y que en la medida que se le ofrece algo creíble, se vuelca por su necesidad irrefrenable de creer, como lo hizo en la segunda corrida de la temporada grande, a pesar de los irracionales aumentos de precio.
Que a pesar de desengaños múltiples los pobladores del país conservan una avidez de emocionarse que rebasa la ineptitud de los que pretenden saber de diferentes materias: política, educación, arte, imaginación empresarial, deporte, tauromaquia, etc., y que en cuanto intuye, con todo y las manipulaciones de los sirenitos de la prensa y la TV especializadas, que puede haber algo interesante, paga lo que sea por constatarlo.
Que ayer un joven rejoneador ibérico -para no variar- inundó la monumental Plaza México de arte torero ecuestre, de entrega verdadera y de profesionalismo casi eficaz -su caballo estrella Cagancho corneado, sus banderillas a dos manos fallidas y su primer rejón de muerte sin morrillo suficiente donde clavarlo-, para constatar que en otros países el relevo generacional no sólo es inevitable sino calificado.
Que la doma magistral de los hermosos caballos de Hermoso, más que hacer a éstos dóciles u obedientes consiste en una mágica identificación de jinete y caballos, en una extraña y elevada confianza entre ambos para enfrentar al tercero en discordia.
Que la inefable empresa, cuando se trata de matadores extranjeros, se esmera en seleccionar ganado con óptimas notas de tienta, como ocurrió con los dos bravos novillos de la ganadería de Manolo Martínez que asignó a Hermoso de Mendoza.
Que el escrupuloso ganadero jalisciense de San Marcos, Ignacio García Villaseñor, envió cuatro bravos y arrogantes toros con edad y trapío pero sin exceso de kilos, los cuales reiteraron que en México el tonelaje nunca disimulará la falta de edad con que algunos criadores tontos quieren pasarse de listos.
Que con esos auténticos toros bravos mexicanos el veterano Jorge Gutiérrez -casi 22 años de alternativa y 30 corridas en lo que va del 99- exhibió una total carencia de afición, ya no digamos de recursos o de arte y que Las Golondrinas le resuenan por hombreras y alamares.
Que en el tacubense Manolo Mejía -en enero 17 años de matador y 27 corridas este año- la afición taurina de México tiene un representante digno, en la medida en que aquel se olvide de que es como figura y se asuma como un diestro inteligente y sobrado de técnica, capaz de enfrentar toros auténticos con los cuales hacer lucir sus no pocos recursos, aunque no sepa venderlos.
* Segunda corrida grande
La Plaza México por fin supo lo que es torear a caballo
* Apoteosis de Pablo Hermoso ante dos novillos de Martínez
* Convidados de piedra, Gutiérrez en la nada; Mejía, una oreja
* Interesante encierro de San Marcos; desorden en los turnos
Lumbrera Chico * Antes de ayer, la Monumental Plaza México nunca había comprendido en realidad lo que significa "torear a caballo". Pablo Hermoso de Mendoza, el genial rejoneador vasco, demostró que un jinete bien puede parar, templar y mandar empleando la cola y la grupa de su montura, y que una cabalgadura bien puede convertirse en muleta para "correr la mano" en redondo con ella, o dar toda una vuelta al ruedo, galopando de costado y llevando al toro con los cuernos literalmente cosidos a la panza del equino.
Envuelto en el aura estadística de una hoja de servicio que habla de 83 corridas, 133 orejas y 10 rabos en el curso de 1999 (uno en la Real Maestranza de Sevilla), el enjuto navarro -vestido de negro y de gris a la usanza cordobesa- conquistó a un público ignorante pero sensible, que más de una vez lo aplaudió de pie y que le gritaba "olés" cargados de auténtica emoción cuando el alegre bicho con los pitones despuntados acometía de lleno y pegaba la cornada en el vacío, hiriendo a lo que en ese momento era ya sólo un espejismo de la jaca que hacía un instante había estado allí.
Hubo una sola oportunidad -ante Yoni, número 46 del hierro de Manuel Martínez- en que falló el cálculo milimétrico, es decir, el temple, y el novillo, en consecuencia, trazó una larga aunque no honda herida, por suerte, en el anca derecha de Cagancho, un velocísimo negro azabache cuatralbo, que había cumplido con éxito en la suerte de las banderillas cortas. De allí en más, todo fue una mezcla de maestría, dominio, atrevimiento y virtuosismo, con un sólo pero: las repetidas fallas a la hora de la verdad, provocadas por la estrecha caja de los bovinos, tan faltos de morrillo que, "adornados" con tantos palitroques como estaban, no tenían ya el mínimo espacio disponible para alojar el rejón de muerte. Así, después de la muy espectacular lidia de Navarro -cuarto de la tarde y de la misma vacada-, el ibérico optó por abreviar con una artera puñalada al pulmón izquierdo de la res, que rodó ipso facto con las patas para arriba, entre espumarajos de sangre que manaban por los belfos y una nevada de pañuelos en los tendidos.
Sabina en el circo
Opaco en el despeje, entre el corcel de un alguacilillo sacado de la corte de Felipe II y dos charros que nada tenían que hacer en la arena, como no fuese restarle visibilidad al fenómeno debutante, Hermoso de Mendoza desfiló con timidez, delante de Jorge Gutiérrez y Manolo Mejía, pero se quitó el sombrero en los medios, y se dio a saludar a los tendidos de sombra sin mostrar lo que suele llamarse "personalidad arrolladora", pues de tan flaco parecía una especie de Joaquín Sabina ecuestre.
En sus dos actuaciones, el escuálido caballero en plaza obedeció un guión esquemático. A cada uno de sus novillos les puso tres rejones de castigo; en ambos casos cambió de vehículo para clavar tres banderillas a una mano; a sus dos "colaboradores" les encajó dos banderillas cortas pero no a dúo sino una detrás de otra y casi lanzándolas como si fuesen dardos y él estuviese no en la México sino en un pub, divirtiéndose con los amigos. En ambos casos, por último, entró a matar sin espacio "legal" para hacerlo, pinchando ochos veces al angosto Yoni, y despachando con un fulminante sartenazo a Navarro, como ya se consignó.
Hombre esquemático en la estrategia, fue un dechado de imaginación, recursos, torería y valor en cada uno de sus detalles (de pronto circenses), lo mismo al reunirse con el toro como al salir de la suerte, clavando la espuela para separarse de su perseguidor y dejarlo atónito al hacer girar el caballo en redondo, evocando el vertiginoso esplendor de un manguerazo de Villalta, que las monturas, además de muletas, bien pueden también convertirse en capotes de brega.
Lanfranchi, para variar, mal
ƑQué decir del resto? El relleno de la tarde fueron cuatro bien presentados toros de San Marcos -Bolero, número 88, con 476 kilos, cárdeno paliabierto, soso pero con recorrido; Rumbero, 86, con 478, negro astifino y manso; Roquero, 89, con 480, negro, bragado, lucero, ciego y manso perdido, y Ranchero, 65, con 476, manso con los caballos, pero suave y fijo con la muleta-, para Gutiérrez y Mejía, a quienes nadie llamó a saludar al tercio después del paseíllo.
Aunque mató de un soberbio estoconazo a Bolero, Gutiérrez fue abucheado toda la tarde, pues llegó a la plaza como un oficinista rutinario, checó tarjeta, resolvió de cualquier modo sus expedientes (el otro se llamaba Roquero) y volvió a la nada en que vegeta. Mejía estuvo efectista en tres ratoneras chicuelinas con Rumbero, al que banderilleó con facilidad y corrió la mano toreando con el pico de la franela, sin arrimarse nunca a las carnes de Ranchero, que rompió y se volvió de dulce en la parte final de la lidia, y murió de otra puñalada trapera.
En el biombo, el ingeniero Heriberto Lanfranchi ratificó su colonialismo: no vaciló en ordenar el arrastre lento para Navarro y concederle sus dos orejas (las del bicho) a Pablo Hermoso, perdonándole el bajonazo arriba tantas veces descrito, pero en cambio se puso tremendo con Mejía, escatimándole una orejita de consolación, que miles de pañuelos solicitaban después de la desangelada faena a Ranchero; éste, pese a la inequitativa dureza del juez, llegó al rastro con un apéndice menos. Ahora bien, alguien tendrá que explicar por qué, siendo Hermoso el más "nuevo" de los tres alternantes, actuó como primer espada, matando a su segundo enemigo en cuarto lugar y no en sexto, cual corresponde a los que confirman su alternativa. ƑUn designio más del "todopoderoso" Rafael Herrerías?
En la segunda de la temporada grande, hubo 30 mil almas (lleno en numerados, media entrada en la azotea); el festejo duró dos horas con 35 minutos, y la gente salió con la certeza de haber conocido una expresión jamás vista del toreo. Pese a tantos años de yuppies caballistas, disfrazados de equívocos personajes de Moliére, claro está, sin peluca.
Y para el domingo, Espartaco y Eloy.