Bernardo Barranco Villafán
Fox y la educación religiosa
EN LA PROTESTA como candidato de Acción Nacional, el sábado, Vicente Fox extiendió su oferta política al clero, que su partido ha reivindicado desde hace décadas, cuando ofreció impartir la religión al interior de las escuelas públicas. El superar ''jacobinismos del pasado'' tiene un destinatario preciso, que no es el mercado de las iglesias, sino aquellos sectores católicos neointegrales que abogan por insertar la moral y la ética cristianas en la vida social y política de México. Es la segunda incursión político religiosa del candidato panista (recordemos el gesto guadalupano de Fox). Ahora su actitud es, además de mercadotécnica, programática. Pareciera que Fox quiere monopolizar la clientela católica como si ésta tuviera un voto duro como tal, o colocarse como el candidato confesional.
Fox toca una de las reivindicaciones estratégicas de la jerarquía católica, la instrucción religiosa masiva de la niñez mexicana por medio de las escuelas. Dicho con otras palabras: Fox se suma a una cruzada de la jerarquía y hace suya la disputa por la orientación y la práctica educativa del país. En el fondo se reconoce en el Proyecto Pastoral de la Conferencia Episcopal Mexicana 1996-2000, que dice: "La educación laicista que ha prevalecido en México ha debi-litado el valor de la presencia y del amor de Dios entre nosotros, y ha propiciado el divorcio entre la fe y la vida". El rumbo y la orientación de la educación de este país ha sido uno de los puntos de conflicto más agudo entre la Iglesia y el Estado en el siglo XX.
No debemos olvidar que la Iglesia católica durante más de 300 años ejerció el monopolio de la educación. No había distinción entre la educación y la evangelización, entre la cultura y la religión católica, entre la Iglesia y el Estado. Hasta la Reforma, la Iglesia era la institución central en la que recaía la responsabilidad de toda la enseñanza del país. Desde el siglo XIX, el liberalismo imperó y después de feroces enfrentamientos se impone a un catolicismo que jamás se ha dado por derrotado, y en materia educativa reivindica la enseñanza laica.
Con los recientes cambios jurídicos del artículo 130, aspiración acariciada desde 1917, la Iglesia católica se propone, ahora, nuevas metas que permitan impulsar con mayor fuerza su misión. La cuestión educativa ha tomado nuevos bríos. Recordemos cómo en los últimos días los obispos opinan de manera reiterada sobre el conflicto en la UNAM. En la actualidad, 7 por ciento de la instrucción es católica, impartida por escuelas privadas, no es un número relevante proporcionalmente. Sin embargo, dicha instrucción es impartida a las elites de la sociedad. A pesar que la Iglesia detenta 7 por ciento de alumnos provenientes de las elites del país, lo ha logrado a un costo elevado mediante un proceso lento. El modelo de los colegios privados, de cuotas altas, no puede ser repli-cable entre las clases medias bajas, debido a los altos costos de mantenimiento de edificios, salarios de maestros, pago de impuestos prediales, impuestos, cuotas del Seguro Social... Por ello, la revisión de la laicidad en la educación resulta central, porque de ganar, la Iglesia católica podría impartir el catecismo por medio de la estructura educativa oficial.
Desde los sesenta, la Iglesia ha reivindicado la libertad religiosa y el derecho de los padres a ofrecer a sus hijos la religión que deseen o ninguna. Fundamentado en la declaración de los derechos humanos universales, la jerarquía y la UNPF desarrollan el discurso de la libertad religiosa, confrontando no sólo el monopolio "laicista" del Estado, sino el mismo carácter educador del Estado (cfr. 25 Asamblea Plenaria del Episcopado, celebrada en Guadalajara, el 28 de enero de 1985). El Estado debe proteger y alentar, según éstos, el "derecho de la familia sobre la educación humana y religiosa". El Estado, por tanto, debe limitarse a promover la educación, respetando la libertad de creencias y no imponer ninguna forma de ideología o de laicismo.
Independientemente de la postura del lector, será necesario debatir y profundizar qué entendemos por laicidad, por libertad religiosa y tolerancia. Y alejarnos así del oportunismo político, discusiones entre polos antagónicos, entre fanáticos jacobinos y católicos restauracionistas, que irremediablemente nos lleva a la correlación de fuerzas, al cortoplazismo, a la presión pública y componendas privadas, y a la descalificación del otro en el ambiente del debate electorero. Debemos tener seriedad y cuidado porque está en juego el perfil no sólo de la juventud, sino del país en el futuro inmediato.