Olga Harmony
Muestra Nacional de Teatro

Tras 20 años -en que ha sufrido diversos cambios en sus modos de participación- la Muestra Nacional de Teatro recupera su carácter de itinerante, después de largo tiempo en que Monterrey fuera su sede, y la pasada se llevó a cabo en esa Tijuana de los contrastes y la leyenda negra que sus teatristas se empeñan en combatir. En esta pasada Muestra se pudieron observar grandes desequilibrios, pues se dio paso a todo lo que concursó en Baja California y se presentaron múltiples escenificaciones llegadas del Distrito Federal, sin duda porque la dirección artística de la misma no encontró mucho material, en los videos enviados, que tuviera la suficiente calidad. De lo visto, habría que destacar lo más importante. De la capital se pudieron ver tanto obras de gran formato, como Felipe Angeles (que merece comentario en mi nota próxima, tras su estreno capitalino) y de bastante más pequeño como serían Ubú Rey y Las historias que se cuentan los hermanos siameses, pasando por el formato regular de La capitana Gazpacho, todas estrenadas en la capital y de las que me ocupé en su momento. Lo interesante de estas escenificaciones contrastadas fue que el público tijuanense pudo advertir que en todas la calidad de las propuestas, así como escenografía e iluminación, se mantuvieron respondiendo a las necesidades de cada montaje.

Un problema grave y advertible es la ausencia, en términos generales, de diseñadores -escenografía, vestuario, iluminación, sonido- que se da en los estados. Así, trabajos muy sólidos como la escenificación que hizo Claudia Villa del muy interesante texto de Elba Cortés Villapudúa, Dominó (que refrendaría después la joven directora con el montaje fuera de programa de Silencio blanco, esta vez con una ambientación muy simple y muy lograda, en la que tanto ella como su actriz Bertha A. Denton -participante en ambas obras- dieron una de las más gratas sorpresas de la Muestra) se vio empañada por una fea escenografía. Las mesas redondas de la parte académica de la Muestra, referentes a escenografía e iluminación, sin duda inquietaron a los teatristas que hayan acudido a ellas.

En cambio, el Grupo Ontico de Aguascalientes mostró en Fausto una propuesta de diseño que, si bien no fue muy lograda en cuanto a la escenografía, sin duda contribuyó, junto a la excelente preparación corporal del elenco, a interesarnos en una propuesta muy borrosa dramatúrgicamente. Fue muy grato el rencuentro con el lenguaje personal de Abraham Oceransky con su montaje de Viaje inmóvil,z si bien menor que otras escenificaciones suyas. Pero también hay que lamentarse de un visible retroceso en las propuestas del grupo Me xhic co comandado por María Morett y Alvaro Hegewish; si ya en Quijotes la escenificación no correspondía al espíritu de la gran novela cervantina y repetía algunas ideas de la excelente Alarconiando, en Cruces quedó de manifiesto que la ambición del proyecto -amén del tono en que fue impostado- no se corresponde con las posibilidades del grupo.

Si El árbol, de Elena Garro, tuvo una lectura que no añadió nada al texto -esos dos papeles desdoblados en cuatro no tuvieron razón de ser- en cambio resultó un montaje cuidado y con buenas actuaciones por parte del grupo Actrices Independientes de Morelia, Michoacán, dirigido por Fernando Ortiz Rojas. De La prisionera, de Emilio Carballido, escenificada de modo muy convencional por la Compañía de Teatro de Ensenada bajo la dirección de Fernando Rodríguez Rojero, yo destacaría la sensible actuación de Virginia Hernández.

Pareciera que es en la farsa y en la comedia en donde destacan más los teatristas de los estados. A excepción del grupo regiomontano que escenificó Bolero, de Héctor Mendoza -en una de las peores escenografías de toda la Muestra-, el sentido lúdico se hizo presente en las muy graciosas y disfrutables Instrucciones para John Howell, versión muy lúdica de un cuento de Julio Cortázar con una dirección colectiva del grupo Entrepiernas de Guadalajara. También tapatío el montaje de Sexo seguro... ¿seguro?, de Dario Fo, Franca Rame y Jacobo Fo, bajo la dirección de Fausto Ramírez, con la excelente actriz Monserrat Díaz. También de Dario Fo, La llave y la cerradura, adaptada para Commedia del'arte por la Compañía Estatal de Teatro de Colima, dirigida por Gustavo Albanez. Y siguiendo con Fo y Rame, Una pareja abierta muy abierta que el grupo La nave de los dos, de Ciudad Juárez, dirigido por Perla de la Rosa presentó en adaptación del propio grupo. Del autor tijuanense y director del Centro de Artes Escénicas del Noroeste (CAEN), Ignacio Flores de la Lama se presentó Hommo melodramaticus, divertimento teatral presentado a modo de conferencia acerca de Nosotros los pobres, cuyo diseño mismo impidió un crecimiento mayor en la acción dramática.