José Cueli
De la Fuente: partidas múltiples

El ajedrez es un juego antiguo. Piezas que se deslizan en los escaques claros y oscuros. Estrategia y reglas de apertura y al final jaque mate. Pero la infinita gama de posibles jugadas, que se ejecutan a lo largo del juego resultan sorpresivas, enigmáticas, creadas entre los jugadores (incluido el juego mismo).

Después de siete meses de huelga en la UNAM, ésta se nos aparece como un juego de múltiples partidas de ajedrez, en el que se mueven reyes, alfiles, caballos, peones y ``torres'', pero ¿a qué reglas obedecen estos dilatados juegos? Algo misterioso y casi fantasmal parece deslizarse por los tableros y sus piezas.

En un intento de aclarar este enigmático juego algunos conceptos derridianos podrían brindarnos cierta luz. ``El verdadero núcleo antimetafísico de la política y el centro de una reflexión filosófica adecuada no lo encontramos sólo o suficientemente definido en la alternativa de una sociedad cooperativa basada en los valores compartidos de modo solidario, sino también en la adquisición de una conciencia de un tertium desconocido e ignoto sobre las partes (si no se quiere jugar al juego paradójico e impracticable de las culpas y la responsabilidad), que ha ejercido el poder de hacer degenerar valores, culturas y programas de emancipación moral y social en formas históricas de tiranía social y de crueldad''.

Derrida intenta alertarnos sobre el peligro que conlleva limitarse a escuchar la voz del bien sin prestar oído a la voz del mal, que nunca está ausente y que inclusive se insinúa en el bien, haciendo las veces del bien, incluso mejor que el bien.

Ese tertium al que hace alusión puede revelarse y de hecho se revela en la interacción con la causalidad del mundo externo, le vemos perfilarse de manera silenciosa en los sucesos imprevisibles, con sus enigmas, sus trampas, con el azar de sus perturbaciones y sus turbulencias, con la negatividad y el mal, que amenaza también los programas éticos, sociales, políticos y académicos.

Este tertium siempre presente se revela en su intolerancia a toda diferencia, toda posibilidad de pluralidad, de pensar y ser diferente. A la luz de este tertium, que es silencio, las palabras y las relaciones humanas de todo tipo estrechan sus vínculos recíprocos, intentando enlazar sentidos. Pero esto resulta ilusorio, pues los hombres creen poder enlazar sentidos, lenguajes y simbologías porque creen, como los jugadores de ajedrez, que en verdad juegan entre dos. Ignoran que siempre, como en el juego de ajedrez, está la presencia de un tercero, protagonista sin el cual el juego sería imposible, ya que este tercer protagonista es el juego mismo con sus reglas y sus posibilidades de movimiento.

Solemos jugar por las apariencias y siempre en la franca tendencia de apegarnos a aspectos concretos, a contenidos manifiestos, desconociendo el material latente, no descifrado que es, como en los sueños, el verdadero núcleo de verdad. El acento tendría que ponerse entonces en eso silencioso que transcurre en el juego, en ese protagonista fantasmal que decide las jugadas, más allá de la búsqueda de sentido de los jugadores.

Esa ilusoria sensación de descubrimiento de sentido opaca la otra búsqueda, la que transcurriendo sigilosa en el sinsentido es la que devela los misteriosos deslices del fantasma del tertium. Invitado indeseado pero siempre presente, que oculta sus huellas, al grado de convencernos de que somos dueños y señores de nuestro propio juego.

¡Suerte, señor rector!