* El cielo protector es la novela más célebre de su abundante narrativa
Murió Paul Bowles, escritor estadunidense y emblema de la cultura finisecular
* Fue generoso anfitrión de William Burroughs, Tennessee Williams y Truman Capote
* Sus restos mortales serán incinerados y las cenizas depositadas en Lake Mont, Georgia
César Güemes * El más largo acto del mago Bowles, su desaparición, o mejor sería decir su desvanecimiento, concluyó ayer jueves, 48 días antes de cumplir 90 años.
Neoyorquino y padre adoptivo de cuanto beat circuló por el mundo, discípulo de los mejores ilusionistas de Marruecos, en donde se refugió sencillamente para escribir, Bowles vino al mundo el 30 de diciembre de 1910.
Creador de obras
autorreferenciales
En Tánger, adonde llegó en 1931, fue generoso anfitrión de los más diversos autores como William Burroughs, Tennessee Williams y Truman Capote.
El retiro, que le sugiriera Gertrude Stein con el propósito de que afinara su escritura, tuvo claras repercusiones en su obra. La concepción de ésta, por ejemplo, se la explicó a un amigo no identificado a quien cita uno de sus biógrafos más certeros, C. Sawyer-Lauçanno; dice Bowles:
''No puedo suscribir tu convicción de que tengas el 'derecho' a una vida agradable simplemente porque puedas concebir algo así... Dios sabe que yo creo que todo el mundo tiene que intentar encontrar una cosa así, pero sé que es falso pensar que uno 'merece' nada en absoluto. Pensar eso es equivalente a hacer la afirmación siguiente, que en última instancia es un absurdo: 'La vida es (buena) (mala) (inexplicable) (simple) (cualquier otro adjetivo)'. ƑQué cualidad puede llegar a poseer la existencia? ƑCómo puede uno merecer algo?"
La moneda en el aire de su existencia, pese a que estuvo cuajada de amigos, no fue del todo benévola. En 1938, por ejemplo, contrajo matrimonio con Jane Auer, también escritora. Con ella vive en Tánger y con ella comparte el raro oficio de la literatura. Jane Bowles, sin embargo, sufre un ataque de apoplejía y muere en 1973, en Málaga. Después de llevar a la mujer de su vida al hospital, en busca de una recuperación ya imposible, escribe de ella:
''Podía estar lúcida durante un minuto o dos si yo conseguía apartar su mente de la 'enfermedad'. Y lo cierto es que parecía tenerlo todo claro acerca de su estado, y podía comentarlo racionalmente de vez en cuando, en momentos de tensión. El problema fundamental era que todo parecía darle igual. Todo le sucedía a otra persona por la que no sentía el menor interés, de modo que se encogía de hombros. Espero que en el hospital puedan interesarla en algo, aunque sea sólo en salir."
A partir de que fallece su esposa, Paul Bowles comienza pausadamente a desvanecerse en el aire mientras que su obra escrita, poco valorada en el momento de su gestación, se lee y relee, se analiza, se mitifica y desmitifica.
Por ejemplo El cielo protector, su obra emblemática, que apareciera originalmente en 1948 y enseguida en el 49, tuvo que esperar incluso en inglés para reditarse hasta 1978. Y al español fue vertida hasta diez años después. Sin embargo, la producción novelística del escritor no se detuvo, en el 52 dio a conocer Déjala que caiga; en el 55, La casa de la araña; y en el 66 Up above the world.
Sus escritos cortos, por otra parte, tampoco dejaron de ser producidos. A partir de 1950 dio cuenta de por lo menos una decena de libros compuestos por cuentos, entre ellos El tiempo de la amistad, Un episodio distante, Misa de gallo y Cien camellos en el patio. Memorias de un nómada o Momentos en el tiempo ocupan un aparte dentro de su producción, toda vez que son autorreferenciales. En cuanto a su trabajo poético, cabe destacar la antología Poemas selectos, que recoge sus labores en este rubro realizadas entre 1926 y 1977.
Djinn honorario de Tánger
Justamente en Memorias de un nómada encontramos estas líneas referidas a parte de sus aventuras en México, y que hablan de su apego por la música del sitio que visitaba. La anécdota es breve: ''Un día vi en Ixtepec a un indio viejo con un tambor que me gustó muchísimo. Al principio no quería ni oír hablar de desprenderse de él, porque lo tocaba en el andén de la estación cuando pasaba el ferrocarril y luego recogía las monedas que le daban los pasajeros. El chico que le acompañaba tocaba una chirimía y en realidad era él quien solicitaba dinero. Aquella noche, después de algunas copas el anciano se lo vendió a Antonio (un conocido de Bowles) por once pesos. Me llevé el tambor a la ciudad de México y lo guardé en la sala de equipajes del hotel Carlton". El tambor desaparecería a la postre.
Paul Bowles, considerado djinn honorario de Tánger, ha terminado de desvanecerse. Su cuerpo, que no él, entendámonos, está ya camino de España a fin de pasar por el proceso de incineración y luego las cenizas del escapista serán llevadas a Lake Mont, Georgia, donde el acto más largo de su vida habrá terminado finalmente.
* Bowles, compositor que nos legó una colección de valiosas partituras
Viajero de la magia que dejó su impronta en México
Pablo Espinosa * Mito, leyenda, icono, figura emblemática del siglo. Alrededor de maese Bowles se ha tejido una buena parte de la cultura de Occidente. Como pocos, puentea el mundo de la así llamada ''alta" cultura con el arte pop, la sociedad de consumo, la cultura de masas.
Merced a su magia -término caro a su pensar, sentir, hacer- Tánger devino Meca, mito, magia también. Y en cascada, desde que asumió ese sitio como su patria postrera, se desgranaron las leyendas: el desfile de luminarias a Tánger, desde la pandilla beatnik (he ahí las fotos de una jornada entera en que él con Allen Ginsberg, William Burroughs, Gregory Corso y Michael Portman, se la pasaron tomándose fotos entre sí) hasta Sus Mismísimas Satánicas Majestades, el admirado almirante David Bowie y Etecé, entre la bruma del chismorreo alucinado porque esos maestros desfilaban en Tánger, se decía y pocos quisieron comprobarlo, para rendir culto a Bowles y meterse unos viajesotes de antología. Así, el listado del siglo no cabría en esta página. Stravinsky, Copland, e.e. cummings, Ezra Pound, Maurice Bejart, Truman Capote, Salvador Dalí, Gore Vidal, Duke Ellington, son sólo algunos ejemplos del círculo de amistades y de trabajo de Paul Bowles, que se expande -piedra en el estanque- en un juego de espejos donde el filme El cielo protector, basado en la novela homónima, es detonador reciente.
Hay, en toda esa magia, un capítulo que pudiera pasar inadvertido en la fiebre necrológica si no se enfoca aparte: en medio del círculo de intereses estéticos de Paul Bowles queda, siempre, su vocación original y permanente: la de compositor. A caballo, los padrinazgos lo definieron: protegido de Gertrude Stein por igual que de Aaron Copland, la expansión del universo artístico de Bowles fue un alto perol (bowl, je) en el que se cocinaron sus prodigios, que conectan con México, capítulo también importantísimo.
Don Pablito, amigo de los zapotecos
Viajero de la magia, Paul Bowles estuvo en nuestro país en ocasiones diversas, la primera de las cuales cuando conoció a su mujer, Jane, y descendieron ambos en viaje bowlesiano en absoluto, por tierra. Resultó determinante la experiencia mexicana de nuestro héroe tanto en su labor de escritor, como en su trabajo de músico. Llegó con una carta de su mentor, Aaron Copland, merced a la cual conoció a los ''jefes" de la música de entonces: el poderoso Chávez y sus beneficiados (Galindo, Moncayo, Contreras, et al) pero prefirió, por empatía natural, el espíritu libre de Silvestre Revueltas, militante incluso del Partido Comunista y quien, además de mostrarle el México profundo a Bowles, le abrió en canal el corazón en un vuelco que produjo una serie de partituras mexicanas de Paul Bowles, estrenadas luego en Nueva York, en un efecto similar al impacto que había causado en Aaron Copland, quien al término de su visita a México abandonó el estilo Ravel para escribir sabrosuras como el celebérrimo Salón México.
Paul y Jane Bowles extendieron la magia de su viaje mexicano hacia el sureste. En el Istmo, el compositor blandió un acordeón que había comprado en Nueva York y se puso a hacer música con los indios zapotecos, que rápidamente lo aceptaron en su seno con un apelativo contu ndente: don Pablito. Un año después del primer encuentro con Silvestre Revueltas acaeció el deceso del autor de La noche de los mayas. El saludo postrero de Paul Bowles fue un texto, de difusión internacional, donde expresó su preferencia por la música completamente honesta, orgánica, salvaje, nacida del lado moridor, del corazón, de Silvestre Revueltas, frente a la ''música intelectual" de Carlos Chávez. Tal vocación, en realidad, era un espejo del compositor Paul Bowles, adicto a la expresión sincera, desde las tripas, en la expresión artística.
Es tal la magia de la obra de Paul Bowles, la literaria y la musical. Nos lega, además de novelas y relatos y crónicas y deslumbramientos alucinantes, una colección muy valiosa de partituras: mucha música de cámara, para teatro y cine, tres óperas, cuatro ballets. Hay entre ellos valses, preludios, sonatas, pero también -he ahí a México- huapangos, aires populares, muchos sones, que son senos.
Adiós, maese Bowles.