Ante la abundancia del cine de alta tecnología e historias rebuscadas, el cine iraní ha llamado la atención en la última década por ofrecer precisamente lo contrario: producciones modestas sobre asuntos sencillos. En pocas palabras, no es otra cosa que un recalentado de los principios del neorrealismo italiano, un modelo que sigue funcionando para las cinematografías tercermundistas.
Aun cuando se ha convertido en predilecto caballito de batalla de los festivales internacionales, el cine iraní no se ha exhibido con frecuencia en nuestras pantallas. Las excepciones han sido El globo blanco, de Jafir Panahi, y El sabor de la cereza, del supremo santón Abbas Kiarostami. Ahora, la bendición publicitaria que implica una candidatura al Oscar -la primera para esta cinematografía-, ha favorecido el estreno comercial de Niños del cielo, tercer largometraje de Majid Majidi, y nueva reafirmación de una serie de constantes.
El ejemplo de Ladrones de bicicletas (Vittorio de Sica, 1948) sigue siendo definitivo. Una y otra vez, la premisa de una película iraní es la búsqueda unívoca y obsesiva que hace el protagonista de algún objeto o persona, como misión existencial; sea un billete perdido en una atarjea (El globo blanco), un taxi robado (Los abadanios, virtual remake de la cinta de De Sica), o un voluntario que ayude a realizar un suicidio (El sabor de la cereza). Así, Niños del cielo se centra en los esfuerzos del pequeño Alí (Amir Farrokh Hashemian) por restituirle a su hermana menor Zahra (Bahare Seddiqi) un par de zapatos perdidos por su culpa. El niño quiere evitar el castigo de su malhumorado padre (Amir Naji), quien no tiene los recursos para vestir a sus hijos, y por ello se las arregla para prestarle sus tennis a su hermanita, en apretados turnos que le obligarán a llegar tarde a sus clases vespertinas.
La única desviación a ese conflicto es una secuencia en la cual Alí acompaña a su padre a ofrecer sus servicios de jardinería en un barrio residencial. El momento sirve, claro, para apuntar el contraste entre las clases sociales. Como Majidi no es Ismael Rodríguez, evita caer en el esquematismo -los ricos no son necesariamente despectivos-, o incluso en el giro melodramático: un accidente en bicicleta no tiene ninguna consecuencia grave en el resto de la historia.
Sin embargo, el realizador sí es culpable de explotar la pobreza en términos sentimentales, sobre todo en la secuencia climática. Para ganarse un anhelado par de tennis, Alí participará en una carrera escolar junto a otros niños pudientes (calzados con obligatorios Nike) y se destrozará los pies en su afán de cumplirle a su hermana. (Majidi no es inmune a la influencia hollywoodense. El tramo final -y heroico-- de la carrera está filmado con la cámara lenta de rigor, acompañado por el sonido de la respiración pesada del niño).
Los zapatos usados y remendados de Zahra pueden servir de metáfora a esa tendencia del cine iraní a utilizar una fórmula cómoda pero desgastada, que le ha permitido andar un buen trecho. En casos como Niños del cielo no hay mucho más que esa sencillez narrativa. Salvo algunas imágenes -las finales, de los pies de Alí sumergidos en el estanque de los peces- Majidi no tiene la capacidad de lirismo de otros cineastas como Mohsen Majmalbaf o el propio Kiarostami, por lo que su película reitera esa sensación de lo ya visto.
Ahora bien, la experiencia de ver una película como Niños del cielo debe suponer toda una novedad para los espectadores infantiles capitalinos, acostumbrados al producto Disney y similares. Pero dudo que los convenza a cambiar de preferencia. Al finalizar la función dominguera a la que asistí, la mayoría de los niños presentes salieron con cara de ``prefiero ver Pokémon''.
Niños del cielo (Bacheha-Ya aseman, Irán, 1997) D y G: Majid Majidi/ F. en C: Parviz Malekzaade/ M: Keyvan Jahanshahi/ Ed: Hassan Hassandust/ I: Amir Farrokh Hashemian, Amir Naji, Bahare Seddiqi, Fereshte Sarabandi/ P: Instituto de Desarrollo Intelectual para Niños y Jóvenes Adultos. Irán, 1997.