La decisión tomada en Los Pinos de relevar a Francisco Barnés como rector de la universidad a fin de negociar una solución al conflicto originado --y agravado-- por las propias autoridades es un nuevo desafío para la comunidad universitaria.
1) La renuncia a la rectoría de la UNAM del químico Francisco Barnés de Castro (representante del ``ala dura'' de la burocracia universitaria), luego de negarse durante siete meses a dialogar con el Consejo General de Huelga (12 de noviembre), y la llegada al cargo del médico psiquiatra Juan Ramón de la Fuente (miembro del ``ala negociadora''), quien no ha dejado de presentarse como un hombre de diálogo (19 de noviembre), ha sido interpretada como un viraje de las políticas oficiales, asumiéndose que Ernesto Zedillo, reconociendo su corresponsabilidad por lo acontecido y ante la difícil coyuntura política y económica de su último año de gobierno, estaría dispuesto a una salida negociada al conflicto. La realidad, sin embargo, es que las políticas del Estado siguen siendo las mismas y no hay razón para tener confianza alguna en quienes gobiernan al país.
2) La decisión del gobierno ``de Zedillo'' de sacrificar a Barnés busca a todas luces delinear otra ``estrategia'' para enfrentar el conflicto, que las autoridades salientes alargaron de manera deliberada en una actitud de intransigencia con el objetivo de debilitar al movimiento estudiantil, mantener el proceso de privatización de la universidad y de paso alcanzar fines político-electorales y que, al fallarles todas sus previsiones, terminó por revertirse contra el propio gobierno: evidenciando sus políticas en materia educativa y su nula voluntad de diálogo. De la Fuente (hombre de Zedillo) sustituye a Barnés (hombre de Labastida), pero nada permite suponer que, con otros medios, su objetivo no sea el mismo de doblegar al movimiento estudiantil a fin de poder profundizar las medidas neoliberales.
3) El cambio de autoridades universitarias genera sin duda un escenario de presiones para las dos partes en el conflicto. El nuevo rector tendrá que actuar de inmediato, luego de los siete meses echados por la borda por Barnés, y demostrar una real voluntad de diálogo con el CGH a fin de poder responder favorablemente a los seis puntos del pliego estudiantil, para lo cual tendrá que hacer a un lado las pretensiones de los grupos que buscan usufructuar el conflicto, lo mismo las de la vieja derecha universitaria, como las de los estudiantes y académicos ``moderados'' o perredistas, que no representan más que intereses ajenos a la universidad, y que a lo largo del conflicto han actuado de manera sectaria dañando a la Institución.
4) ¿De qué podría estar orgullosa la administración del rector Barnés? ¿De haber mantenido cerrada la universidad más importante de América Latina por sumisión al candidato oficial del PRI y en defensa de principios económicos ajenos al marco constitucional del país?
5) El movimiento estudiantil ha puesto muchas cosas en sus sitio, y una fundamental es la naturaleza del conflicto y el papel de los terceros que han buscado inmiscuirse para sacar provecho político. El rector De la Fuente habrá de entrar en contacto con la comunidad universitaria en su conjunto, pero si desea seguir avante en su encomienda deberá aceptar las dos premisas que a su predecesor le costó tanto el negarse a entender. La primera, que debe dialogar y negociar sobre el levantamiento de la huelga con el legítimo órgano representativo del movimiento estudiantil que es el Consejo General de Huelga. Y la segunda, que el diálogo debe hacerse sobre los seis puntos del pliego estudiantil, y no sobre otras propuestas interesadas.
6) El fracaso de las políticas de fuerza del tándem Barnés-Labastida en la UNAM terminó por tener un costo político mayor para el gobierno federal, acusado desde diversas posiciones, y hoy éste se halla en una posición mucho más difícil que al inicio de la huelga. El régimen zedillista está entrampado en su propia propaganda hacia el exterior sobre la supuesta democratización del régimen, que tanta importancia tiene para el proyecto económico en vistas a la crisis financiera que se avecina. Tras haberle abierto espacios a los partidos de oposición y lograr que los priístas acepten que el PRI ya entró en la ``modernidad'', Zedillo necesita terminar su último año sin mayores sobresaltos, y ante las elecciones del 2000 no puede recurrir a una escalada más abierta de la fuerza en Chiapas o en la UNAM.
7) El escenario es por el contrario mucho más favora-ble en noviembre que en mayo para el movimiento estudiantil, pues los seis puntos han sido objeto de un consenso creciente en la comunidad universitaria y el respaldo social para los huelguistas ha crecido. Las políticas tendientes a desmantelar y privatizar a la UNAM han quedado al descubierto y ya muy pocos, dentro y fuera de la universidad, se resisten a que un congreso democrático y resolutivo discuta el futuro de la universidad pública. Y eso incluye hasta a los cuadros perredistas, que combatieron tanto al movimiento y están hoy prestos a montarse sobre su cresta con la pretensión de aganda-llarse a la hora de la cosecha.
8) La salida de Francisco Barnés de la rectoría constituyó un triunfo del Consejo General de Huelga de la UNAM: fue una victoria de los estudiantes que defendían la razón del diálogo por sobre los burócratas que preconizaban el recurso a la fuerza del Estado, pero es cierto que nada se resuelve todavía, y que el destino de la universidad pública mexicana y latinoamericana sigue amenazado.
9) El diálogo de hoy debe por lo mismo prefigurar los debates de mañana. El hecho de que hoy se dé la negociación, y mañana el congreso es sin duda una respon-sabilidad de todos los universitarios.
10) ¿Podría alguien negar por todo esto que el movimiento estudiantil 1999, que es ya una de las luchas de resistencia más significativas de finales de siglo, tiene una creciente significación para todo el continente?