Horacio Labastida
Cuba, democracia y DF

Las conmociones de nuestro siglo, caracterizado por el uso de armamentos de destrucción masiva por parte de las potencias occidentales, y las transformaciones que originan en los países subdesarrollados, llenan hoy la vida diaria de sucesos que a la vez estrujan a la razón y la reactivan en la busca de explicaciones aceptables de lo que sucede. En esta semana saltaron a la vista dos hechos de trascendencia: la Cumbre Iberoamericana celebrada en Cuba, y las elecciones perredistas para candidato al Gobierno del DF ¿Por qué los consideramos trascendentales? Porque plantean, en sus circunstancias, el problema de la democracia en los fines del siglo XX; y esto nos lleva a precisar la connotación de democracia. Más que en las teorías, la definición de democracia tiene que buscarse en la historia de las luchas libertarias del pueblo; y una revisión de lo acontecido en Cuba, Centroamérica, Sudamérica y México conduce con facilidad al encuentro del concepto buscado, porque los eventos libe-radores latinoamericanos plantean las si-guientes preguntas: ¿Qué estrato social maneja el poder público?, y ¿qué es el poder público? La capacidad del Estado para resolver los problemas sociales e imponer coercitivamente la solución adoptada, buen retrato es del poder público, y entonces hay que preguntarnos por el grupo que maneja esa capacidad estatal, a fin de adentrarnos en la idea de democracia. Si los actores del poder son las élites de la riqueza y de los prestigios, obvio es que no estamos en presencia de la demo-cracia, pues los agentes de esos actores -dictadores, presidentes, führers o duces, entre otros- operarán tal poder de manera que material y culturalmente sean benefi-ciados sus mandantes, las minorías privilegiadas. Por el contrario, si el actor del poder es el pueblo, aparece la democracia plenamente; sus autoridades mandatarios pondrán en marcha las funciones del Estado en beneficio de la población. Esto es democracia tanto como expresión etimológica cuanto en su contenido social y político. En esta vertiente, ¿quiénes han sido en México actores y agentes políticos?

Con la excepción admirable de Lázaro Cárdenas, cuyo gobierno fue la voluntad del pueblo expresada en la Constitución de 1917, las demás presidencias disfrazadas de demócratas, desde Obregón hasta nuestros días, han servido a élites y no al pueblo; nadie honestamente puede aseverar que en México funciona una democracia.

En Cuba sucedía lo mismo hasta antes de la revolución de 1959; igual es hablar de Batista que de cualesquiera de los predecesores, pues en todo caso fueron instrumentos de clases dominantes; y a partir de 1959, las batallas cubanas, casi estranguladas por los gobiernos estadunidenses, buscan hacer del pueblo, el actor principal del poder político, situación ésta que no entendieron o no quisieron entender los asistentes a la cumbre, empeñados en aconsejar a Fidel Castro la implantación de la democracia en la vida cubana. ¿De cuál democracia hablan esos consejeros? Obviamente de la elitista y no de la del pueblo; y esto es evidente si se revisa lo que predomina en América Latina.

Todos y cada uno de los candidatos perredistas al Gobierno del DF, tienen méritos indiscutibles: son honestos, competentes, experimentados, pero sólo Andrés Manuel López Obrador exhibe la cualidad que lo ha convertido desde sus luchas en Tabasco en un líder carismático. Max Weber dijo que el carisma supone el conjunto de características que transforman a un ciudadano en hombre de Estado. La elección de López Obrador a la candidatura del DF es sin duda una opción valiosa en la transición de México a la democracia.