El dIa que el pais lamentaba el accidente que sufrió un avión de TAESA en Uruapan, en el cual perecieron 18 pasajeros, apareció en algunos diarios un enorme desplegado. En él, y recurriendo a la clásica cargada, distinguidos empresarios expresan su beneplácito por el triunfo ``irrefutable y avasallador'' del licenciado Francisco Labastida en la elección interna del PRI. Además, alaban la renovación del partido en el poder, la organización y claridad del proceso, la participación sin precedente de la ciudadanía. Todo lo cual demuestra, dicen, que ``el PRI es la mejor opción''.
Nada tendría de particular ese apoyo si no fuera porque quien encabeza a los felices empresarios es el señor Alberto Abed, señalado como dueño de TAESA, empresa que tanta publicidad obtuvo al traer en una de sus naves al papa Juan Pablo II durante su última visita a México, y porque llueven los testimonios sobre serias irregularidades de TAESA en cuanto al mantenimiento y seguridad. Si bien algunas críticas pueden ser fruto de los pleitos que esa empresa tiene en el campo sindical con sobrecargos y pilotos, también lo es que las denuncias sobre irregularidades datan de tiempo atrás, sin que las autoridades les hicie-ran caso.
TAESA ejemplifica una vez más la forma en que el PRI logra el apoyo de la gente de dinero, que presta o pone al servicio de ese partido autobuses y aviones, camisetas, refrescos y tortas que sirven para agradecer la presencia espontánea de las masas en mítines y urnas. Ese apoyo lo paga después el gobierno con favores. En el caso del transporte, abundan los ejemplos: el imperio de Isidoro Rodríguez y el ex pulpo camionero, las decenas de pequeños pulpos que hoy controlan los microbuses y el transporte en la zona metropolitana de la ciudad de México y en otras urbes más. Igualmente, los malos manejos y las donaciones del señor De Prevoisin con cargo a las finanzas de Aeroméxico; o el millonario pase de charola del ex presidente Salinas a una veintena de potentados con el fin de financiar la campaña presidencial de Colosio y de Zedillo.
Pero no solamente los capitanes de la industria cobran sus apoyos al sistema. Recientemente en el noticiario Monitor, el sociólogo Héctor Castillo Bertier detalló el viejo cacigazgo que existe sobre las miles de toneladas de basura que diariamente se generan en la zona metropolitana de la capital del país, cacigazgo que abarca la recolección y el control de los tiraderos. Miles de familias viven de espulgar lo que botan los hogares, comercios, restaurantes e industrias. Las controla uno de los hijos del primer zar de la basura, Rafael Gutiérrez, varias veces diputado priísta, asesinado en 1987 por una de sus 40 esposas debido a que ``era un hijo de la chingada''. Cuauhtémoc, su hijo, hoy es también líder del movimiento territorial del PRI y uno de los que con mayor dureza se ha opuesto a las reformas emprendidas por la actual administración citadina.
Como buen militante, el nuevo rey de la basura expresó su apoyo a un sonriente Jesús Silva Herzog, candidato del PRI a gobernar la ciudad de México. Quienes abogan por modernizar el sistema de recolección y disposición de desechos sabemos ahora por qué no será posible lograrlo: Silva Hérzog necesita los miles de votos que le ofrece el cacique a cambio de impunidad, de que nadie se meta en sus terrenos, en ese millonario negocio que es la basura. Es, además, un distinguido dirigente del PRI.
Aunque puede haber milagros. El viernes, Francisco Labastida rechazó el apoyo que le ofreció Jorge Hank Rhon, un personaje que no necesita presentación y que alentó la campaña de Roberto Madrazo. ¿Pero rechazaría el que le brindan otros capitantes de la industria, señalados de recibir concesiones gubernamentales, de realizar malos manejos y negocios turbios y beneficiarse del Fobaproa?