La Jornada martes 23 de noviembre de 1999

Angel Guerra Cabrera
La novena cumbre y nuestra América

La novena Cumbre Iberoamericana concluyó en La Habana con una condena al bloqueo estadunidense contra Cuba y la exigencia de la revocación de la ley Helms Burton.

Pese a las fuertes presiones ejercidas por Washington para boicotearla, la gran mayoría de los mandatarios convocados concurrió a la cita. El poderoso vecino no ha ocultado nunca su disgusto hacia estas reuniones, mucho menos ahora con la isla como sede.

Más allá de reportes sobre hechos puntuales y protagonismos personales durante la cumbre, su saldo principal sería que comienza a tomar forma un proyecto de recolocación geopolítica de los países asistentes en el mundo unipolar y globalizado. Frágil aún, el mecanismo iberoamericano se asienta en el vigoroso patrimonio lingüístico y cultural que une a sus miembros. También en la historia y la geografía común que comparten sus integrantes latinoamericanos; en el previsor proyecto de unión de nuestros pueblos formulado por Simón Bolívar y actualizado más tarde por José Martí.

No sería una quimera, sino más bien realismo político concentrado, que América Latina tomara como referencia el proceso de integración europeo. Europa consiguió unirse con menos factores en común y una historia de cientos de conflictos bélicos que desgarraron entre sí a sus pueblos durante siglos.

Con base en un mercado de más de 500 millones de consumidores, soldada por idénticos vínculos culturales y unida por la amenaza de absorción de la superpotencia del norte, América Latina puede encontrar su lugar bajo el sol en una comunidad económica y política de la región con los países ibéricos. Estos, actuando de puente con el resto de Europa.

La ausencia de cinco jefes de estado, que excepto uno se hicieron representar por sus cancilleres, no habría lesionado los trabajos ni impedido que se tomaran en cuenta sus puntos de vista.

Numerosos acuerdos de cooperación entre el grupo de naciones y la creación de una Secretaría Permanente encargada de fiscalizarlos y promover financiamiento para otros nuevos sustanciaron lo que se antoja la maduración de una voluntad de integración económica y política iberoamericana. Algo que hace unos años parecía un sueño.

Precedida de una rotunda condena contra el embargo estadunidense en la ONU, la cumbre implica también un reforzamiento a la legitimación internacional del gobierno de Fidel Castro. Sólo Estados Unidos e Israel se opusieron a la decisión de la Asamblea General del organismo mundial.

El otro aspecto relevante de la reunión de La Habana es el protagonismo ganado por los líderes de los grupos opositores internos, calificados de "contrarrevolucionarios al servicio de Estados Unidos" por el gobierno cubano. Algunos de ellos fueron recibidos, entre otros, por José María Aznar, jefe del gobierno español, los presidentes de Portugal y Uruguay, Jorge Sampaio y Julio María Sanguinetti, así como por la canciller mexicana Rosario Green.

La cumbre fue así escenario de otro "round" en el diferendo cubano-estadunidense. Los anfitriones tratando de enfatizar el desafío a Estados Unidos de la alianza latinoamericana con Europa implícita en la junta. Washington y el lobby cubanoestadunidense de Miami intentando sobredimensionar ųen lo que observadores calificaron de "batalla mediática"ų la oposición interna al régimen de la isla.

Ciertamente, los grupos opositores adquirieron con la cumbre una relevancia internacional inusitada. Sin embargo, es dudoso que puedan aprovecharla dentro de su país donde son pequeños y fragmentados y no cuentan con base de apoyo político visible.

El gobierno cubano, contra la mayoría de los pronósticos, ha podido sobrevivir 10 años a la caída del Muro de Berlín y ha logrado remontar lenta, pero sostenidamente, la grave crisis económica que siguió a la desaparición de la URSS.

Sin aceptar la democracia huérfana de auténtica savia popular y productora de creciente pobreza e injusticia que le recomiendan, la isla podría plantearse ya una gradual apertura al pluralismo político en la medida en que se consolidan la economía y la legitimidad internacional del régimen. Eventuales gestos de buena voluntad por parte de Estados Unidos propiciarían un ritmo mayor de la apertura.

Después de la junta de La Habana, cabría esperar una profundización del tono integracionista iberoamericano. En el mundo unipolar y globalizado no se ve qué otro camino podría tomar nuestra América para preservar su autonomía y ensancharla, al tiempo que reafirma y universaliza su identidad.

Una aspiración con frecuencia más latente que expresa, pero que pareciera conservar su vigencia a la vista de la madurez que habría alcanzado el mecanismo de concertación inaugurado en 1991 en la mexicana Guadalajara.

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