Luis Hernández Navarro
Derechos humanos: guisos de temporada
La bienvenida no pudo haber sido más adecuada. Apenas y una probada de los guisos más genuinos de la política nacional. Como banquete de recepción, la titular del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de la ONU, Mary Robinson, se encontró con dos platillos típicos de la gastronomía polaca local: la destitución de la presidenta de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), Mireille Roccatti, y un nuevo episodio de la tragicomedia chiapaneca.
Como una demostración práctica del modo en que se tratan los asuntos sobre derechos humanos en el país, la ombudsman fue removida de su cargo por la Cámara de Senadores sin haber concluido su periodo y sin el menor respeto por el marco legal. En su lugar, sin consenso de las fracciones parlamentarias, y sin el voto a favor del presidente y de la secretaria de la Comisión de Derechos Humanos, fue designado como nuevo responsable de la CNDH un controvertido personaje ligado al PRI y al Opus Dei: José Luis Soberanes. Una de sus primeras y ejemplares acciones consistió en retirarse de la Universidad Panamericana, donde debía de presentar un libro, porque no se permitió el acceso a la institución a los integrantes armados de su escolta.
En Chiapas, uno de los destinos de la funcionaria de Naciones Unidas, el inefable Albores Guillén, en su papel de sátrapa bufón, protagonizó una más de sus acostumbradas puestas en escena al estilo Roberto Madrazo, en las que se arropa con la bandera de la patria chica y entonando el himno a Chiapas, emprende la cruzada en contra del centralismo que lo designó gobernador. Con paro de transportistas, tomas y bloqueo de carreteras y fuerza pública en el Congreso local, impidió un supuesto golpe de estado, a manos de Vicente Granados, un oscuro personaje de la nomenclatura agraria, responsable de manejar los fondos de la contrainsurgencia en ese estado, a cuenta de los programas de combate a la pobreza, en tiempos del interino Julio César Ruiz Ferro, hoy diplomático en la embajada mexicana en Washington.
Como parte del menú escogido para la señora Robinson se encuentra, también, otro platillo chiapaneco, surgido del recetario del nuevo chef oaxaqueño que atiende en Bucareli. Se trata de una nueva versión de la vieja receta: la de la guerra. Sus ingredientes son los mismos de siempre, sólo que presentados con elegancia, para ocultar sus ingredientes. Los anfitriones insistirán ante su huésped en que ellos están abiertos al diálogo, que ya cumplieron con los acuerdos de San Andrés, que liberaron a los zapatistas presos, que no hay paramilitares, que los soldados están allí para cuidar las fronteras o luchar contra el narcotráfico, que ya nombraron a su representante a la Cosever.
No importa que esos anuncios no sean verdad. Que la iniciativa de ley sobre derechos y cultura indígena enviada por el presidente Zedillo a la Cámara de Senadores se parezca a los acuerdos de San Andrés tanto como un bonsai se asemeja a un ahuehuete. Que en el penal de Cerro Hueco permanezcan injustamente presos muchos presuntos zapatistas, y que varios de los detenidos recientemente liberados habían ganado previamente sus demandas legales. Que algunos de los integrantes que escogieron para la Cosever sean funcionarios de la Secretaría de Gobernación, con lo que se viola el reglamento de la comisión responsable de darle seguimiento al cumplimiento de los acuerdos. Que los paramilitares sigan actuando con absoluta impunidad en varias regiones del estado. Nada de eso importa. La señora Robinson escuchará una y otra vez de los funcionarios mexicanos que en Chiapas no hay nada parecido a una guerra.
Lo mismo recetarán en asuntos como el de las ejecuciones extrajudiciales, la tortura, las detenciones ilegales, las desapariciones forzadas y las deficiencias en la procuración y administración de la justicia. Cuando se señalen violaciones a los derechos a la vida, a la integridad física, a la libertad y a la seguridad de las personas, minimizarán el hecho. Insistirán en que se trata de casos aislados que no forman un patrón de conducta, enumerarán las leyes promulgadas y las recomendaciones emitidas por la CNDH.
Dirán lo que siempre han dicho. Y, ofrecerán, como guisos de temporada, enmendar las fallas y castigar a los culpables. Total, la señora Robinson se va y todos los demás nos quedamos. Si el menú de los derechos humanos en México le sienta mal, siempre podrá decirse que, como irlandesa que es, tiene el estómago delicado.