Orlando Delgado
La propuesta económica de Labastida
Inmediatamente después de convertirse en el candidato del oficialismo para la contienda del 2000, Labastida dio a conocer su propuesta económica, la que se presenta en metas: crecimiento promedio del PIB de 5 por ciento, creación de un millón de empleos anuales, atraer inversiones equivalentes al 30 por ciento del PIB, reducir significativamente la inflación y disminuir las tasas nominales de interés. Para alcanzar estas metas se realizará una reforma fiscal integral que permita atender las necesidades sociales, se fortalecerán las ramas dinámicas que generen divisas y se creará un sistema financiero más competitivo.
De entrada, resalta que entre las metas aparezca un compromiso explícito en materia de empleo, ya que la ortodoxia neoliberal no acepta que el gobierno asuma responsabilidades en esta materia. El Programa de Empleo, Capacitación y Defensa de los Derechos Laborales 1995-2000, por ejemplo, no incorpora ninguna meta de nuevos empleos, con base en la idea de que son los agentes productivos, nunca el gobierno, el responsable de la creación de empleo. En este punto, los asesores de Labastida: Valenzuela y Orive, un ortodoxo y un marxista convertido al neoliberalismo, seguramente le convencieron de comprometer la acción gubernamental; lo que no le advirtieron fue que el problema del empleo no se remite solamente a la existencia de vacantes, sino también a la remuneración que se ofrece.
El mercado de trabajo cuenta con una amplia gama de oportunidades de empleo que se mantienen desocupadas, en virtud de que se ofrece uno o dos salarios mínimos; si el millón de nuevos empleos se localiza en la industria de la construcción, como lo señalan los documentos del candidato oficial, el grueso de los empleos serán con un salario que, por lo menos en las grandes ciudades del país, resultará inaceptable, de modo que el empleo en el sector informal seguirá creciendo. Así que hablar de creación de empleos, sin hablar de los salarios, como bien lo sabe Orive, si es que aún recuerda lo que enseñaba en la Facultad de Economía, es pura y simple demagogia.
Las otras metas generales ratifican la ortodoxia existente, sin mencionarla, ya que plantean crecimiento de la inversión y el producto, con niveles de inflación compatibles con nuestros socios comerciales, con base en el impulso del sector exportador y de la industria maquiladora. De nuevo, parece como si el crecimiento de las exportaciones al mercado de Norteamérica, ya sea de maquilas convencionales o de empresas que utilizan nuestro país como plataforma para reducir precisamente el costo salarial, significase un beneficio reconocido para todos los mexicanos. En los casi cinco años de vigencia del TLC, las exportaciones desde México hacia Canadá y Estados Unido han crecido significativamente, pero, como Orive bien sabe, Ƒqué porcentaje de ellas son realmente mexicanas? Además, el TLC ha permitido que circulen libremente mercancías y servicios, los que no circulan con libertad son nuestros compatriotas y sobre ello, que significa la exportación de 400 mil compatriotas anualmente, según los datos de la Secretaría del Trabajo (La Jornada, 27/08/99), ni el candidato, ni sus asesores, han dicho una palabra; evaden un tema central en la definición de la política social, lo que no sorprende de un ortodoxo, pero de Orive, militante radical y dirigente de la izquierda maoísta muchos años, confirma que son peores los conversos.
La propuesta priísta se basa, lo que es indicativo, en un balance de los avances logrados en este sexenio: los logros macroeconómicos son, como siempre, puestos de relieve; la reducción de la inflación aparece como algo central, tanto que el propio Orive se atreve a decir que "tenemos la posibilidad de que la inflación haga que los ingresos nominales de las personas; de los sectores medios y clases trabajadoras tengan cada vez mayor valor real. Eso es también que el poder sirva a la gente" (Reforma, 8 A Negocios, 23/11/99). La reducción de la inflación y los ingresos nominales tienen una relación muy clara: en primer lugar, como es obvio, aún para un converso, los salarios aumentan una vez al año, mientras que los precios lo hacen diariamente, de modo que si baja la inflación, lo que ocurre es que disminuye el deterioro del salario real; en segundo lugar, si los aumentos salariales se pactan con base en la inflación esperada, y no a la observada, habrá inevitablemente una reducción de las remuneraciones reales. Este es, precisamente, el planteamiento neoliberal: las revisiones salariales deben hacerse con un incremento de 10 por ciento, que es la meta de inflación para el 2000 y no con 13 por ciento que será seguramente la inflación acumulada para 1999; la reducción en términos reales es evidente.
Por esto, la propuesta de Labastida, producto de la mezcla intelectual de asesores formados íntegramente en la ortodoxia neoliberal y de ex marxistas convertidos, no aporta nada original; de modo que el desarrollo con sentido social no es más que la repetición del bienestar de la familia.