Arnoldo Kraus
Salud y derechos humanos
En medicina hablar de la revista The Lancet equivale, en periodismo, a referirse a The New York Times, El País, Herald Tribune o Le Monde. Es una publicación británica, semanal, fundada en 1823 y, ni duda cabe, de las más respetadas. Escribir en ella no es fácil. Se presupone que sólo acepta en sus páginas artículos de gran calidad, lo que augura que los lectores serán múltiples y las citas abundantes. La revista es líder en el área de medicina interna y muy pocas ųno más de dos o tresų compiten con ella.
Amén de esas virtudes, hay otra que no tiene simil. Desde hace algunos años aparece con frecuencia una sección llamada Health and Human Rights (Salud y Derechos Humanos). En ésta, se desglosan tópicos que combinan ese binomio y cuyo transfundo aglutina temas cuya lectura invita más a la cavilación bioética, filosófica, humana, social y política que a la medicina como tal.
El vínculo entre salud y derechos humanos es tan obvio, tan inseparable y tan indispensable, que no hay Constitución que no vindique esos derechos. Uno quisiera pensar que ese nexo se respeta en la mayoría de las naciones, pero lamentablemente eso es falso. En muchas sociedades, pero sobre todo en las pobres, el divorcio entre uno y otro atributo es muy común.
Es imposible hablar de la frecuencia en que la salud y los derechos humanos son atropellados, pero sí es posible aseverar que esta interdependencia es violada en proporciones alarmantes y, seguramente, cada vez más. En The Lancet se habla de tortura, del ascenso del Sida por políticas miopes, de la salud en los campos de refugiados, del (Ƒex?) apartheid en Sudáfrica, de la venta de órganos y un etcétera no despreciable.
En julio 31 de 1999, Jonathan D. Kirsch y Marcos Arana Cedeño, de la Universidad de Minnesota y de la Defensoría del Derecho a la Salud de San Cristóbal de las Casas, respectivamente, publicaron un breve texto intitulado Informed consent for family plannning for poor women in Chiapas, México (Consentimiento informado en mujeres pobres para la planeación familiar en Chiapas, México). En el artículo se denuncian los casos de algunas mujeres chiapanecas y guerrerenses, quienes fueron esterilizadas o en quienes se colocó un dispositivo intrauterino sin consentimiento informado previo.
Sucintamente, el consentimiento informado considera que el ser humano es autónomo y supone la aceptación, comprensión y conocimiento por parte del interesado de los riesgos de cualquier procedimiento médico. Aunque no es materia de este artículo, no sobra saber que el origen de esta política ''de protección'' para los pacientes data de las atrocidades cometidas por los médicos nazis.
Los autores examinan la legislación mexicana, la cual permite que cada mujer decida cuántos hijos(as) quiere tener y reconoce el valor del consentimiento informado. En una visita reciente, Physicians for Human Rights-USA (Médicos Estadunidenses por los Derechos Humanos) encontraron que a pesar de que en algunos hospitales de Chiapas la tasa de esterilización posparto es de 30 por ciento, al solicitar las formas de consentimiento informado éstas no existían, ni siquiera en blanco.
Es evidente que uno de los problemas más graves del país, junto con la corrupción e impunidad generada tras siete décadas de priísmo, es la sobrepoblación. Cuestiones religiosas, educacionales, sociales y de género sobresalen como algunas de las causas; es preclaro que de no disminuirse ''mucho más'' la fecundidad, simple y sencillamente el país no tendrá salida. Salvo los fanáticos religiosos, eso lo entiende cualquier persona. De hecho, una de las preocupaciones de la última administración, la Secretaría de Salud (Ssa), ha sido esa.
Un México tan derruido y empobrecido como el que ahora vivimos, no tiene cómo albergar más gente en condiciones dignas. La sobrepoblación aunada al hurto crónico es un problema gigante. El otro no es menos serio; no se puede esterilizar a las indígenas sin consultarlas. El círculo es también nítido: el derecho a la salud se viola más fácil en países como el nuestro.
Cuando se publicó en los periódicos información acerca de la esterilización en Guerrero, la Ssa respondió. Hasta donde sé, en The Lancet, no se ha publicado información que desmienta los datos de Kirsch y Arana. The Lancet se lee en todo el mundo. Es quizá la revista más respetada de medicina interna y su vejez es directamente proporcional a su credibilidad.
En algún sentido los médicos han sido, en grado variable, una suerte de conciencia. Su indignación o simpatía suele influir en la opinión de sus pacientes. Comenté que las páginas ''médico-sociales-filosóficas'' de The Lancet hablan sobre tristes realidades: tortura, tráfico de niños, prostitución infantil, pena de muerte, mutilación sexual en mujeres, hambre, Kosovo, etcétera. Ahora se habla también sobre la esterilización forzada en indígenas mexicanas. *