Dentro del ciclo temático que la Compañía Nacional de Teatro propone con el tema de la Revolución mexicana, se presenta en la ciudad de México -tras dar funciones en el contexto del Festival Cervantino y la Muestra Nacional de Teatro- Felipe Angeles, de Elena Garro, en versión y bajo la dirección de Luis de Tavira. Estrenada en 1978 en el Teatro de Arquitectura bajo la dirección de Hugo Galarza, la obra de Garro, calificada de tragedia por Carlos Solórzano, fue reforzada por una dramaturgia (de Antonio Zúñiga, Saúl Meléndez, Sandra Félix y el propio De Tavira) que aclara las circunstancias por las que fue sometido a juicio el héroe revolucionario, pero que rompe la tensión dramática del texto original (que se circunscribe a lo que ocurre en el Teatro de los Héroes de Chihuahua, tanto el propio juicio como los esfuerzos que se hacen para salvar la vida de Angeles). Las escenas retrospectivas quizá resulten necesarias para entender la trayectoria de este tenaz y limpísimo luchador (capaz, entre otras cosas, de reconocer la justeza del zapatismo al que había combatido), aunque resultan obstáculo en la progresión dramática. De algún modo, esta versión sigue los lineamientos del teatro didáctico brechtiano y como tal debe encarársele.
Tragedia, teatro didáctico, teatro documental se aglutinan para ofrecer una reflexión acerca del poder, la corrupción de un juicio amañando, tan parecido a tantos que todavía se padecen en nuestro país, y la integridad luminosa de un hombre fuera de serie con todas sus contradicciones, pero que todavía nos concierne como anhelo de lo que se puede llegar a ser. En este sentido, la figura de Felipe Angeles no nos resulta ajena y los irrepetibles hechos narrados son parte de nuestra historia inmediata y también, en vuelcos al presente y el futuro, esperanza de que espíritus así habiten a nuestros hombres y mujeres.
Luis de Tavira explora muchas maneras de hacer teatro y logra totalizarlas en su escenificación. Imágenes poderosísimas, sobre todo en la primera parte del espectáculo, vías del tren como un referente colectivo a la Revolución mexicana, fragor de batalla con cañones y la presencia del hermoso caballo Sonoro, o la referencia pictórica a la Pasión, así como los juegos en el espejo del baño del teatro (por cierto, uno faltó en su estreno citadino) se contraponen a escenas realistas, como serían la salida de Felipe Angeles de su refugio, las de las damas que imploran al general Diéguez, o la del famoso telegrama a Carranza, entre otras. La escena del baño, con los abrigos de los generales (en vestuario de Sergio Ruiz) negros y largos que nos recuerdan a los inquisidores de otras épocas, cobra otro matiz. Y las escenas finales, con la composición pictórica de las plañideras y el largo monólogo en off del condenado rumbo a su destino final, resultan muy íntimas y dolorosas, aunque no menos bellas.
La parte del juicio, tomada de los anales, se convierte en un cuerpo aparte de teatro documental (y aun ahí hace De Tavira una cita literaria al introducir a la autora de Cartucho, niña, que se abraza al prisionero). Aquí hay que hablar de la extraordinaria escenografía de Philippe Amand que permite los grandes cambios de escena de manera muy eficaz, por no hablar de la belleza de los diferentes escenarios y la justeza de la ambientación. El juicio, teatro dentro del teatro, nos permite ver a los actores desde dos puntos de vista y el trazo del director, cuidadísimo siempre, se ajusta de manera casi imperceptible a cada disposición del escenario, lo que permite destacar las reacciones de los personajes en los dos momentos en que se divide esta parte central.
Junto con la escenografía de Philippe Amand, la escenofonía de Rodolfo Sánchez Alvarado contribuye a la fuerza del montaje, amén de los corridos cantados en vivo y la participación de una pequeña banda de guerra que apoyan -junto a maniobras militares- muchos cambios de escena. Luis de Tavira eligió al consistente grupo Alborde Teatro de Ciudad Juárez (el miembro más conocido en la capital es Antonio Zúñiga, copartícipe también en la dramaturgia de esta escenificación) cuyo acento norteño y la recia presencia de algunos de sus integrantes, destacadamente Rodolfo Guerrero, como Felipe Angeles, y Joaquín Cosío en sus dos papeles, hacen resaltar el territorio de la República en que se dieron los hechos. La disciplina del grupo -de siempre y más ahora en manos de De Tavira- es otro elemento que contribuye a hacer de Felipe Angeles un espectáculo de gran importancia que, por supuesto, ya empieza a ser muy debatido.