Jean Meyer
¡Voiná! ¡Voiná!

¡Guerra! ¡Guerra! Dos veces guerra; la segunda guerra de Chechenia cumple más de dos meses y parece que la segunda república rusa no ha encontrado otra manera de cimentarse sino a sangre y fuego. Como la primera república francesa y como la tercera. No es una referencia y mucho menos una excusa, sino un siniestro recurso de fundación. No es la primera vez que unos dirigentes caen en la tentación de ``una pequeña guerra breve y victoriosa'', ``fresca y jocosa''. El resultado ha sido siempre trágico. Como lo es el presente en Chechenia.

Lento en conmoverse, Occidente ha terminado por indignarse y casi todos los 53 países de la OSCE reunidos en Estambul la semana pasada han denunciado a Rusia. Llenando así de gusto al presidente Yeltsin quien, en sorprendente forma física, defendió firmemente a las tropas rusas y se dio el lujo de dar un portazo muy aplaudido en su país. Escuchen los argumentos rusos. Pesan. El secretario de relaciones, Igor Ivanov, denuncia la hipocresía occidental y su ``doble criterio''; el ex embajador en Washington, presidente de la comisión de relaciones internacionales en la Duma, Vladimir Lukin, se deleita recordando las intervenciones militares estadunidenses en Santo Domingo, Granada, Panamá; los recientes bombardeos (equivocados) en Sudán y Afganistán, y la guerra de Kosovo. Todos invocan esa última guerra: Yeltsin, Putin, el patriarca, el secretario del PC Zyuganov, quien prosigue: ``si el gobierno mantiene su firme línea en Chechenia, si puede hacer algo concreto para el país -acabar con el terrorismo checheno- entonces es natural esperar del Partido Comunista comprensión, diálogo constructivo y solidaridad activa''.

Lukin prosigue: ``Si Occidente que gustosamente emplea la fuerza cuando se le antoje, sabe cómo resolver el problema por vía exclusivamente política, manteniendo la integridad territorial de Rusia y liquidando en Chechenia el foco de terrorismo internacional, Moscú prestará oído a tal consejo. Si no tiene la llave del problema, Rusia irá arreglándolo por cuenta propia, actuando como considere necesario''.

El otro argumento ruso, que no se puede descartar así nomás, es que Rusia está acosada, sino es que agredida por Estados Unidos de mil maneras: el 18 de noviembre, el mismo día de la reunión de la OSCE en Estambul, el presidente Clinton presenció la firma del acuerdo entre Turquía, su aliado consentido, Georgia y Azerbaidzhán, dos ex repúblicas soviéticas, para construir un oleoducto capaz de sacar el petróleo del mar Caspio, sin pasar por Rusia. El secretario estadunidense de Energía, Bill Richardson, dijo imprudentemente. ``Eso es una victoria mayor de nuestra política extranjera, es un acuerdo estratégico en provecho del interés nacional americano''. Ciertamente, y ahí están las compañías petroleras como BP Amoco, pero Rusia piensa que, por lo mismo, su ``interés nacional estratégico'' está en riesgo. Ese pleito empieza apenas.

Además, Estados Unidos favorece una alianza entre Moldavia, Azerbaidzhán, Georgia y Ukrania (MAGU), y Georgia habla de entrar a la OTAN. Por cierto, la expansión reciente de la OTAN hacia el antiguo Pacto de Varsovia no ha sido digerida en Moscú. El rechazo del Senado estadunidense al tratado nuclear y el deseo de Washington de construir un nuevo sistema de defensa, violando el tratado antibalístico de 1972 no pueden caer en peor momento. Sumándolo todo, los rusos piensan que es demasiado y concluyen que el ``interés humanitario'' de Occidente para los chechenos es una hipocresía mayúscula que disimula mal su deseo de eliminar a Rusia del Cáucaso, en el nuevo ``gran juego'' de los hidrocarburos.

Mientras tanto 200 mil civiles acampan a la intemperie de un precoz invierno y el cañón truena sobre Grozny.