La Jornada domingo 5 de diciembre de 1999

Guillermo Almeyra
Seattle: ce n'est qu'un debut...

Ce n'est qu'un début... No es más que el comienzo... El neoliberalismo, que ya no es defendible ni defendido sino muy tibiamente en los medios académicos serios pero que no había encontrado sino esporádicas resistencias, comienza a ser objeto de manifestaciones de masas, en la línea de las que cada año, desde Amsterdam a Colonia, movilizan miles de europeos de todos los países, o de la multitud que en Florencia se opuso al vértice de los "terceros víos". Ahora la adormilada Seattle tuvo que padecer el toque de queda, medida democrática del democrático Bill Clinton para intentar reprimir la protesta pluralista e internacionalista que se adueñó de la ciudad. Y los estibadores de toda la costa del Pacífico, desde San Diego, en California, hasta Vancouver, desde México hasta Alaska, hicieron una huelga internacional política simultánea contra la política del capital financiero.

Desde la guerra de Vietnam el movimiento obrero estadunidense no participaba con sus propios métodos en una protesta política que lo une con otros sectores fundamentales de la población. Desde la huelga de los camioneros, de McDonald, de los textiles, aprovechando una coyuntura económica local favorable, comienza a salir de su abatimiento. Seattle, para Estados Unidos y para el mundo es de este modo un parteaguas, un hito, como correctamente señala Luis Hernández Navarro en su artículo del jueves último. La manifestación que impidió que los poderosos se reuniesen en la conferencia de la Organización Mundial del Comercio ha cambiado la relación de fuerzas. Por supuesto "ellos" todavía son mucho más fuertes que "nosotro/as" y siguen hambreando a centenares de millones de personas, haciendo y deshaciendo la economía de enteros continentes y deben ser combatidos con uno, ciento, mil Seattles futuros. Pero en el forcejeo entre las clases pesa también la moral y la esperanza o desesperanza debilitan o refuerzan a los contendientes. De modo que la comprobación de que "el rey Capital está desnudo" y de que es posible mundializar la resistencia la reforzará y alentará los intentos políticos, teóricos y organizativos por dar vía a una alternativa a la política del capital financiero. La reaparición del movimiento obrero de Estados Unidos impulsará su democratización y reorientación. Los que fueran so- lemnemente declarados muertos y enterrados (las clases, el movimiento obrero, el anticapitalismo) reaparecen en la escena con nuevos aliados, con nuevas formas, rejuvenecidos por su "contaminación" feminista, libertaria, ecologista, socialcristiana, ética...

Lo que acaba de suceder en la Meca del capital financiero será pues un ejemplo y un estímulo, ya que sacará la discusión del ambiente mefítico, envenenado, de la política politiquera desprendida de los problemas de la gente y de la mezquina lucha por posiciones institucionales para lanzarla al aire libre y refrescante de los movimientos y de las reivindicaciones libertarias, igualitarias, ambientalistas.

Por otra parte, el nacionalismo de los tontos, que considera que su enemigo es también el pueblo gringo, perderá buena parte de su seguridad obtusa al ver que la mejor parte de los estadunidenses está aprendiendo a ser internacionalista y lucha contra "ellos" junto con "nosotros". Al mismo tiempo, aunque es obvio que las transnacionales tratan de utilizar argumentos ambientalistas y laborales para erigir barreras no arancelarias al comercio de los países dependientes, no es menos evidente que los trabajadores de éstos, salvo que quieran renunciar a un futuro más digno, no pueden ayudar a sus clases explotadoras en el intento de exportar sobre la base del dumping social, de empleos pagados por debajo del costo de reproducción del trabajador y de su familia, de la depredación ambiental, o sea, de la destrucción de la herencia de las generaciones futuras. Lejos de adoptar la visión falsa de la unidad nacional y someterse a la política y la ideología de "sus" explotadores y opresores, deben, por el contrario, buscar un acuerdo con los consumidores y ambientalistas y, sobre todo, con los trabajadores de los países industrializados. Por ejemplo, es posible luchar en común con vastos sectores del pueblo estadunidense por hacer que Washington respete las resoluciones de las conferencias de Río de Janeiro, de Buenos Aires, de Tokio, sobre el ambiente o impida a sus propias empresas emplear los talleres del sudor en cualquier parte del mundo. Después de Seattle, se abren las condiciones para esa alianza. Por eso esta batalla libertaria histórica no es más que un comienzo. El combate debe continuar.

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