Rolando Cordera Campos
El milenio: lista de deseos (2)
ƑQué sociedad para qué nación?
1. Como nunca antes en la historia moderna, la existencia social determinará el perfil futuro de las naciones, hasta llegar a definir su existencia. Globalizada cada vez más la economía y despojados los Estados de sus recursos tradicionales para intervenir y actuar sobre la vida material, la vida social organizada en torno a las visiones y convicciones nacionales se vuelve decisiva. Una sociedad cohesionada por una capacidad estatal y unos compromisos nacionales para cooperar y compartir los bienes y las promesas del progreso económico es el punto de partida de cualquier proyecto que aspire a ser reconocido como nacional. Sin este cooperar y compartir como práctica social colectiva permanente, no hay nación futura y los horizontes posibles desembocan todos en el desierto comunitario y la soledad estatal.
2. México debe y puede superar pronto la pobreza extrema de masas que hoy lo caracteriza. Crecer más y mejor, así como distribuir los frutos de ese crecimiento de una manera que pueda ser reconocida como justa por todos, o la mayoría, es una condición para darle a esa meta un aliento mayor, de renovación cívica y ampliación sólida de aquella cohesión social profunda que debe alcanzarse.
3. No habrá progreso nacional ni cohesión creíble de la sociedad sin una recreación continua de expectativas y ambiciones legítimas de los individuos y los grupos que forman el mosaico mexicano. No hay ya, porque tal vez nunca lo hubo, un solo propósito unificador sino una plataforma de entendimientos y compromisos que puedan ofrecerle a las generaciones vivas y por venir un horizonte de bienestar y seguridad básico, a partir del cual cada uno pueda construir y modificar su propio futuro. La cohesión social y nacional descansará cada vez más en las capacidades de la sociedad para educarse de manera permanente y coherente, pero también de lo que ocurra y se ocurra en las regiones. Unidad y diversidad encuentran en la educación su mayor de-safío, pero también su gran oportunidad.
4. La democracia que articule estas y otras ambiciones no puede quedarse en, ni resignarse a su versión mínima de método y proceso para disputar, transmitir y conformar el poder del Estado. Tiene que extenderse, conforme a sus propias reglas y criterios, sin duda, a otras esferas de la vida económica y social, mediante instituciones adecuadas, que en el mundo de hoy y de mañana tienen que ser versátiles y dispuestas para el cambio. Más que leyes duras, la pobreza y la desigualdad extensas a la vez que profundas que hoy nos avergüenzan reclaman acuerdos claros y durables, así como de políticas y agencias públicas capaces de experimentar y concitar el máximo de apoyo privado que sea posible. La política social debe ser de Estado, pero precisamente por eso debe ser cada vez más pública que gubernamental.
5. No hay proyecto nacional ni cohesión social con capacidad de durar y reproducirse, con Estados pobres y carcomidos por la deuda y las demandas incumplibles. Como se propuso en otra ocasión, en México no podrá haber una seria aproximación a la justicia social sin una reforma fiscal que le dé piso firme a la acción de un Estado renovado, pero que no puede renunciar a sus compromisos primordiales de fomento económico con protección social amplia y digna. Dos de nuestras grandes carencias de hoy.
Los partidos se las han arreglado para mantener a la cuestión social de este fin de siglo, si no al margen sí en los márgenes de la política pública y la distribución de los magros recursos financieros en manos del Estado. En el anterior fin de siglo, esto llevó a la revuelta que se volvió guerra civil y revolución y luego se trocó en casi veinte años de desorden político y malestar social. El "siglo corto" mexicano que siguió a aquellos años no fue suficiente para alejar del horizonte de México esos panoramas de injusticia y desesperanza que llevaron a muchos al riesgo mayor de la bola. Sin extrapolar situaciones, podemos acercarnos de nuevo a circunstancias tan graves como aquellas. En el ojo de este huracán, por fortuna todavía conjetural, está de nuevo una cuestión social no sólo no resuelta sino en vías de agravarse. En su hora indudable, la política democrática no puede alejarse más de la injusticia que aqueja sin clemencia la vida diaria de las masas.